Significa admisión de una persona entre los adeptos de una religión, secta o sociedad secreta mediante un ritual.

Hay ritos de Iniciación que son ceremonias realizadas por algunos pueblos para mostrar el paso de la adolescencia a la edad adulta.Iniciar significa:

· Empezar una acción o actividad.
· Proporcionar a alguien los primeros conocimientos de una cosa.
· Admitir a uno a la participación de una cosa secreta.

Iniciar es comenzar. Un iniciado es un hombre que ha comenzado el camino de una disciplina de superación en cualquier aspecto de su vida y se encuentra más o menos avanzado en su camino.

El hombre iniciado ha dejado de ser una nave sin timón, para ser un individuo que quiere y sabe donde va. Es el forjador consciente de su destino futuro, por medio de una disciplina que gobierna las tendencias de su naturaleza egoísta o personal.

El cultivo de cualquier ideal supone sacrificio de los deseos y caprichos de la naturaleza instintiva y pasional de cierta manera y se sobrepone al egoísmo personal.

Voy a hablar específicamente de la Iniciación, como disciplina para una superación espiritual; es decir, a la Iniciación religiosa.

Desde la antigüedad, toda doctrina de filosofía religiosa ha ido acompañada de un código de preceptos morales y de una disciplina destinada a realizar el perfeccionamiento espiritual del hombre. El objetivo final de esta disciplina ha sido siempre la consecución de la virtud, o sea del dominio de la naturaleza inferior o instintiva por la naturaleza superior o espiritual; lo cual supone la realización de lo Divino en lo humano, o dicho de otro modo, la transmutación de la conciencia humana en conciencia Divina, o lo que es lo mismo: La “unión con Dios, yoga, yugum, epifanía, apoteosis, nirvana, glorificación, o como quiera llamársele según el credo que se profese.

Para alcanzar esta finalidad (inasequible en la corta vida física para la mayor parte de las personas), las disciplinas religiosas han establecido, fundamental e invariablemente, tres etapas, que son las siguientes:

1. Etapa preparatoria. Mediante la cual se busca la purificación del cuerpo, dominio de los instintos, deseos y pasiones, y depuración mental por el cultivo de pensamientos positivos, constructivos y eficientes. Es por tanto una eliminación de obstáculos en el sendero.

2. Etapa doctrinal. En la que se estudian las doctrinas metafísicas, teológicas, cosmogónicas, antropológicas y psicológicas, así como las técnicas de atención, observación, concentración, meditación, abstracción y contemplación, necesarias para formar conceptos sólidos del Universo y del Hombre. Supone el esfuerzo positivo ascendente.

3. Etapa de realización espiritual. Donde el pensamiento, el sentimiento y la voluntad del hombre, se unifica con la ordenación y finalidad del Universo, convirtiéndose aquel conscientemente en un instrumento de los designios superiores. Por tanto el hombre se convierte en un canal de la Sabiduría y de la Voluntad Divina. Es la consecución de la experiencia mística.

Estas etapas se denominan en los distintos sistemas religiosos o de filosofía espiritualista, de la siguiente forma:


En el fondo no hay otra cosa sino la determinación lógica de los tres grados por los que pasa el alma humana en progresión.

Tras estos grados simbólicos, se esconde la perfección paulatina que supone la Iniciación real. Cualquier grado simbólico carece de valor si no se le llena del contenido de perfección y recta conducta que el grado supone.

Los antiguos egipcios obligaban al candidato que se iba a iniciar a pasar por las cuatro pruebas preliminares de la tierra, del agua, el fuego y el aire, pero no sin advertirle que el pozo no era tan oscuro como la ignorancia; ni el agua tan fría como la duda; ni el fuego tan ardiente como las pasiones; ni el aire tan impetuoso como el impulso de nuestros deseos. Las verdaderas pruebas se referían al dominio de nuestra propia naturaleza, y hallaban su contraparte en las situaciones externas por las cuales se hacia pasar al candidato.

PRIMERA ETAPA.

Comprende la purificación del cuerpo, de los sentimientos y el pensamiento, así como su recto empleo en las relaciones humanas. Todo ello se ha simbolizado en las tres cruces con que se persigna el cristiano, en la frente, en la boca y en el pecho, para que Dios nos libre de los malos pensamientos, de las malas palabras y de las malas obras.

a) Purificación del cuerpo.

Para que nuestro organismo o vehículo físico sea un instrumento obediente a los dictados de nuestra naturaleza espiritual, es necesario mantenerle sano y puro, lo cual se logra con una higiene natural, mediante el contacto con los agentes naturales: Sol, agua, tierra y aire puro.Si el organismo se encuentra cargado de materias tóxicas y grasas, no puede ser canal ni intérprete de los finos matices de espíritu. ” En un cuerpo grueso enflaquece el alma”. “Toda reforma moral debe comenzar por la reforma de la alimentación”.
El régimen vegetariano y el ayuno son los factores fundamentales de la purificación física, recomendados unánimemente por todos los hombres auténticamente religiosos.

b) Purificación de los sentimientos.

Todos los impulsos tienen su raíz en los apetitos del cuerpo físico que al incorporarse o tomar forma en nuestra psiquis, lo hacen como deseos e instintos. Estos pueden todavía intensificarse y subyugar a la voluntad, convirtiéndose en pasiones o en vicios.
Es esencial para andar el camino Iniciático, el dominio, no la anulación, de los deseos y de las pasiones. Las pasiones y los deseos constituyen una fuerza que no nos es dable negar. Son los incentivos de nuestros actos. Hay que dominarlos poniéndolos al servicio de lo superior.
Los siete pecados capitales, son las grandes pasiones del hombre: Las siete puertas del infierno, los siete demonios a los que hay que vencer con la fuerza de nuestra naturaleza superior.

Entre las pasiones, las hay más sutiles como la vanidad, el orgullo, la intransigencia y el espíritu de lucha, obstáculos en el camino de la Iniciación, que los antiguos egipcios representaban por unos monos provistos de redes con las cuales cazaban a las almas que, ilusionadas pero débiles, marchaban hacia la glorificación de Osiris. Estas pasiones son contrarias al sentimiento de fraternidad que constituye el aspecto moral y sentimental de la primera etapa Iniciática y el contenido del grado de “compañero” de ciertas iniciaciones simbólicas.

Vanidad, es la cualidad de todo lo que está vacío de contenido. La vanidad de los cargos, los puestos y los grados, es defecto moral muy extendido entre los hombres, y particularmente peligroso en todo grupo religioso, donde todo continente sin contenido es la negación misma de la finalidad que se pretende. Y esto se debe a la propia superestimación que nos hace suponer que nuestras ideas y acciones pueden ser un ejemplo para los demás, olvidando la humildad, virtud fundamental en el camino Iniciático, que nos motiva a servir sin pedir. Un grado de “compañero” sin sentimiento de fraternidad o un grado de “maestro” sin haber enseñado nada a nadie, son “vanidad de vanidades”.

El orgullo, es una enfermedad del alma que impide la conciencia espiritual. Creerse superior y cultivar un sentimiento de altivez y desprecio a los demás, supone carecer de la necesaria inteligencia para caminar el “sendero”.Todos somos superiores a unos e inferiores a otros, en lo que a nuestro grado evolutivo se refiere; pero todos somos iguales en esencia, por lo cual nuestra aparente superioridad sobre otros más humildes es solamente una cuestión contingente o circunstancial.

La intransigencia dimana de una especie de orgullo intelectual por el que uno se supone en posesión de la verdad mientras considera equivocados a los demás. Esto tiene su causa en una posición dogmática que impide reconocer la parte de verdad atisbada por la inteligencia de las demás personas. El dogmático, como el realista ingenuo, ignora que el conocimiento es una relación entre el sujeto y el objeto, y cree que las cosas son como él las ve, por lo que estima, subjetivamente, que su verdad es la única verdadera, si es que no tiene la pretensión de estar en posesión de la Verdad absoluta.

El dogmatismo cerrado es una verdadera desdicha intelectual para el candidato a la Iniciación, porque le impide atisbar más amplios horizontes mentales y con ello acercarse a la Verdad Divina que, comprende todas las verdades humanas y aun más que todas las verdades humanas y aun más que todas ellas juntas.

El espíritu de lucha es otra variante del orgullo, e hijo, como éste, de la soberbia. Queremos luchar para imponernos y dominar a nuestros semejantes. Esto, cuando no se debe a una intención egoísta, se debe a nuestra vanidosa pretensión de creernos poseídos de razón y capacitados para dictar nuestras soluciones a la fuerza. El espíritu de lucha dimana siempre de un déficit de comprensión que ignora las ventajas de determinar soluciones con la opinión de todos.

En el dominio de nuestras pasiones, nuestros instintos y nuestros deseos, la naturaleza espiritual trata de imponerse a nuestra naturaleza instintiva a través de la voluntad, siendo fundamental la transformación interna de nuestra alma por la meditación.

c) Purificación del pensamiento.

El silencio limpia el alma y educa el sentido de la verdad. Es la primera piedra del Templo de la Sabiduría (sentencia pitagórica). Es el primer grado de la escuela Pitagórica son los “acusticoi”, es decir, oyentes.

En un templo indostánico, se aprecia una inscripción encabezada por tres figuras de monos, uno de los cuales se tapa los oídos, otro los ojos y otro la boca, leyéndose en ella: “No oigas, no veas, no digas el mal”. Es la síntesis de la sabia enseñanza oculta de no cultivar malos pensamientos ni propagarlos.

Los complejos mentales son mecanismos psicológicos de reacción defensiva sistematizada. Se despiertan al roce cotidiano de las circunstancias adversas de la vida y ante el esfuerzo de engranar nuestros deseos y pensamientos como los defectos (reales o supuestos) de las personas que nos rodean.

Los errores son la inadecuación de nuestros pensamientos con el objeto del conocimiento. El silencio y el aislamiento, que ponen la “mente en blanco”, predisponen a una serena e imparcial meditación que nos saque del error.

Los prejuicios son “juicios previos”; es decir, elaborados o impuestos sin experiencia propia y sin razonamiento personal que ratifique esta experiencia y el juicio mismo. Vivir a base de prejuicios es tanto como aniquilar nuestro verdadero “yo”; es vivir con una mentalidad prestada.

Nuestros pensamientos (certeros o equivocados) van casi siempre alentados por la fuerza de nuestros deseos o nuestros sentimientos; y esta fuerza puede emplearse sistemáticamente en transmutar lo erróneo en verdadero o lo inadecuado en conveniente.

ACTITUDES CARDINALES EN LA PRIMERA ETAPA.

Hay que enfocar la actitud de nuestra vida de una manera eficaz que complemente los esfuerzos de esta primera etapa de la iniciación.

Consejos para consolidar los progresos adquiridos:

1. Hay que adelantar tres pasos en la perfección moral, por cada uno que se dé en el progreso intelectual.

2. Hay que actuar en la vida de acuerdo con las aptitudes y vocaciones personales. “Al Yo hay que llegar por la acción siguiendo la vocación” (Goethe). Hacer en la vida cualquier trabajo que no esté de perfecto acuerdo con las vocaciones y aptitudes, estanca el desarrollo del propio “Yo” y aparta, por consiguiente, del camino espiritual.

3. Hay que cultivar la actitud de “servicio”, no dedicándose egoístamente al propio y exclusivo desarrollo espiritual. Mucho más conseguirá en el sendero Iniciático aquel que se olvide de sí mismo para ocuparse de los demás, que aquel que se ocupe exclusivamente de su propio progreso. Todo lo cual no es sino una condenación más del egoísmo.

4. El Iniciando ha de vivir una vida sencilla y desprovista, por tanto, de todo lo superfluo en propiedad y ocupación. Es un bello símbolo el nacimiento del Cristo en el humilde establo de Belén.

5. El hombre que pretenda pisar el sendero, ha de obrar en la vida de acuerdo con lo que piensa. “El mejor predicador es fray ejemplo”. Carece de fuerza decir bellas cosas y hacerlas malas. El ejemplo de lo que “se hace” es la fuerza suprema que induce a los demás a imitarnos; tanto más si va refrendado por nuestras propias palabras y éstas son verídicas. Es notorio que los hijos acaban imitando lo que han visto hacer a sus padres; no siempre lo que les han oído.

Esta primera etapa de purificación personal y formación moral realiza lo que simbólicamente se ha llamado el nacimiento del Cristo interno, que equivale, en la iniciación brahmánica, a la etapa de “Sotapana” o “dvija” (dos veces nacido). El Iniciado es como un niño en el mundo espiritual, haciendo buena la frase de Jesús cuando dijo: “Tenéis que volveros como niños para entrar en el Reino de los Cielos”; que también expresó de otra forma cuando dijo a Nicodemo: “En verdad, en verdad te digo, que para entrar en el Reino de los Cielos hay que volver a nacer”. En la Iniciación budista se llama “Vimala”.

SEGUNDA ETAPA.

(Dominio de las operaciones mentales e instrucción doctrinal).

Comprende la técnica relativa a las facultades de la inteligencia, con objeto de llegar al conocimiento y a la posesión de la verdad por elaboración propia y por propia experiencia interna; como también el estudio de una doctrina filosófica que explique las grandes interrogantes del Universo y del Hombre.

Es precisa una buena observación de los objetos y una poderosa concentración de nuestra conciencia en el ser o cosa (físico o metafísico) que deseamos conocer, no hay posibilidad de llegar a la meditación, ni por consiguiente, al conocimiento.

El fundamento de todo conocimiento estriba en la voluntad de conocer y descifrar por nosotros mismos los enigmas de la vida, lo que nos proporcionará la mejor disposición para nuestro progreso intelectual. Por tanto sirve de poco almacenar pensamientos ajenos.

La técnica de la concentración del pensamiento se adquiere solamente con la práctica. Consiste en colocar y mantener en el foco de la mente al objeto del conocimiento. Requiere el hábito de la atención y del estudio para ejercitar la facultad. El que no sea capaz de lograr esto solamente puede esperar el conocimiento por la vía de la “intuición”, pero esto no tiene el valor universal que el raciocinio.

La meditación estriba en captar mentalmente todas y cada una de las facetas lógicas en que se nos puede dar un objeto. Con ello llegamos a realizar nuestra “representación” consciente que, siendo concreta llamamos “pensamiento” y siendo abstracta llamamos “idea”.

Al primer periodo de la segunda etapa de la Iniciación se llama”periodo de abstracción”

a) Periodo de abstracción.

Entre las operaciones de la inteligencia, tenemos la contemplación, la adoración y la inspiración, que no pertenecen a la categoría del conocimiento racional, sino del intuitivo.

La intuición, que quiere decir “conocer viendo”, es una forma de conocimiento directo, supraracional o arracional, que supone la asimilación de una verdad, generalmente por vía de sentimiento o de voluntad.

La contemplación es el conocimiento por vía de sentimiento, como ocurre en la intuición estética y en la ética. Un cuadro, un paisaje o un concierto musical “se sienten” pero no se razonan.

La adoración es conocimiento conseguido por amor. “No hay gnosis sin Eros” (Platón). “No hay conocimiento sin caridad”(S. Agustín).

La inspiración es una forma de conocimiento intuitivo con capacidad “creadora”, que debemos considerar como último peldaño de la inteligencia humana, propio del genio.

Esta etapa intelectual de la Iniciación que hemos caracterizado por el hábito de la abstracción, no se limita al campo de la inteligencia, sino que tiene sus inmediatas consecuencias en los otros aspectos de la personalidad como son la vida moral y la vida sentimental, ya que todo en nosotros está íntimamente relacionado.

En lo moral, se debe realizar una suerte de “abstracción” de sus relaciones con los demás seres, “generalizando” el sentimiento de fraternidad hacia los demás hombres y animales. Como dijo el Maestro Jesús, no tiene ningún mérito que amemos a nuestros hermanos, sino que hemos de amar aun a nuestros propios enemigos. Hay que sacar el corazón del recinto de la familia y de los amigos para llevarlo hasta los extraños. Hay que cultivar para esto el sentimiento de simpatía como actitud “positiva” de nuestra moral. Y de ello han de participar los animales: “El justo ama la vida de su bestia” (Salomón).

En lo puramente sentimental hemos de trascender el “devocionalismo” por el cual el sentimiento se aferra a determinada fórmula, ídolo o persona, siendo “devotos” sin ser “devocionales”; es decir, guardando un íntimo respeto a todo lo que es elevado, bueno, sublime o recto sin hacer diferencias de matices ideológicos, ni mucho menos desprecios a lo que discrepa de nuestra manera de ver. El Iniciando ha de comprender que los rituales y ceremonias de cada religión, no tienen mayor importancia que la de ser un medio de canalizar las fuerzas espirituales, pero que ellos por sí no crean espiritualidad, como el canal no crea el agua que conduce. La espiritualidad es solamente fruto de las virtudes llevadas a la práctica.

En el aspecto mental, ha de trascenderse el estudio de los fenómenos y mecanismos (ciencia positiva) para llegar al estudio de las causas y principios (metafísica). Y al decir que debe “trascenderse” no quiero decir que deba eludirse, por aquello de que “antes de conocer lo invisible debemos abrir nuestros ojos a lo visible”, para no perdernos en elucubraciones de la fantasía.

El estudio de la “filosofía” y con ello el cultivo de la razón en abstracto, acabará por formar en nuestra conciencia los más sólidos y elevados conceptos.

Este segundo periodo de la segunda etapa de la Iniciación corresponde al grado de “Anagami” (sin retorno). (Que quiere decir que “no necesita reencarnar” según el criterio de la filosofía hindú), y al grado de “Transfiguración” de las Iniciaciones simbólicas brahamánica y cristiana, respectivamente. En la Iniciación budista era el grado de “Anutpattica” o “el que ve la realidad de las cosas”.

ACTITUDES CARDINALES DE LA SEGUNDA ETAPA.

El progreso psíquico que suponen los esfuerzos de la disciplina Iniciática y el dominio que, por otra parte, se va conquistando sobre la naturaleza inferior, presentan a veces interferencias y conflictos que pueden desviar completamente de la verdadera ruta al aspirante a la perfección.

Conviene pues reflexionar sobre la significación y las consecuencias del desarrollo de poderes psíquicos, de la médiumnidad, de la práctica del hipnotismo y del ascetismo.

Los poderes psíquicos, “vibhutis” o “carismas”, no tienen ninguna utilidad para el desarrollo espiritual y a veces son contra producentes. Mohidin, gran místico sufí de la España musulmana del siglo XII, dice explícitamente en su “Fotuhat”, que no deben apetecerse ni buscarse los carismas, sino recibirlos sin alardes como un don de Dios, que aparece por cada virtud que se conquista. Santa Teresa de Jesús afirmaba que los “carismas” encierran graves peligros, confundiendo al verdadero religioso y haciéndole creer que son una señal de auténtica espiritualidad, cuando en realidad pueden ser de consecuencias satánicas y deben superarse con la práctica de las “virtudes”.

En la doctrina “yoga” de Pantajali, del año 300 antes de J.C., se dice: “Los individuos que hacen alarde de ciertos poderes psíquicos, no han llegado a yoguis, sino que se han detenido en una etapa parcial o inferior” (porque la mente no es el Yo, sino un instrumento del Yo).

Por tanto, queda claro que los poderes psíquicos (clarividencia, clariaudiencia, visión extrarretiniana, poder de levitación (de elevarse o elevar objetos, contra la ley de gravedad, sin acción mecánica alguna), absefalesia (propiedad de ponerse en contacto con el fuego sin quemarse), etc. ) encierran evidentes peligros si no se ha llegado a la perfección suficiente para su recto empleo, y es preferible rechazarlos o no cultivarlos. De aquí los graves inconvenientes que se han señalado en esta etapa de la iniciación “yoga” llamada “pranayama” o dominio de las “fuerzas vitales”, en la que se recomiendan ciertas formas de respiración para despertar ciertos “centros etéreos” y las corrientes psicofísicas circulantes entre ellos, que a algunos ha conducido a psicopatías o perturbaciones mentales.

Con respecto a la mediumnidad o facultad de servir de instrumento a influencias psíquicas extrañas. No hay más camino recto y normal de influir en la “psiquis” de otra persona que la persuasión. Cualquier otro camino es una verdadera desdicha para el influido y puede ser una maldición para el influyente. El médium cuya facultad se explota en las sesiones “espiritistas”, es un “mentecato” ( o “captado por la mente” en riguroso sentido etimológico) que abdica de su Divina facultad de sentir y pensar por cuenta propia, para convertirse en una máquina hipersensible de pensamientos y sentimientos ajenos, vengan por caminos subconscientes o trascendentes. Este hábito de escribir o hablar “al dictado”, puede anular el “Yo” o estancar el progreso espiritual, cuando no producir psicopatías y depresiones nerviosas que llevan a la ruina de la razón. Pero por si no fuera poco el perjuicio que la mediumnidad acarrea al propio médium, hay que resaltar el que proporciona a los que se aprovechan, con evidente falta de conciencia o de caridad, que son gravísimos escollos en el sendero Iniciático. La falta de amor o la falta de conocimiento, suponen detención segura en el camino de perfección. El cultivo de la mediumnidad pasiva jamás está justificado en el terreno espiritual. Otra cosa es el prodigioso “carisma” de servir de canal conscientemente a una influencia espiritual superior, cuando se ha llegado al grado requerido para ello, como Jesús cuando después de la transfiguración sirvió de instrumento a la elevada presencia del “Cristo”.

El hipnotismo o hecho de influir en la “psiquis” de otra persona mediante el “sueño hipnótico” o estado “de trance”, también es recusable, porque supone la abdicación de las facultades psíquicas del hipnotizado. La subordinación de éste a la voluntad y al pensamiento del hipnotizador, a veces de un modo permanente, aun en estado de vigilia, es evidente y peligrosa. El hipnotizado es también un “mentecato” o “poseso” por la voluntad ajena. Y no cabe defender el hipnotismo arguyendo que por medio de él pueden curarse ciertas psicopatías y ciertos vicios, porque la influencia favorable que aparenta tener en estos casos, termina cuando muere el hipnotizador, lo cual prueba que no se trata de una curación sino de una “contención”. Y es que toda curación o corrección, de cualquier orden que sea, tiene que ser hecha “por la propia voluntad” del paciente, si ha de pretenderse una realización sólida, permanente y que no se oponga a la evolución espiritual.

El ascetismo, cuya denominación proviene del término “askeos”, meditar, no es, por tanto, la mortificación del cuerpo sino la reforma de uno mismo por la meditación. El cuerpo debe mantenerse fuerte para que sea digno instrumento de un espíritu también fuerte. La mortificación del cuerpo es contraria a la Ley natural y nada que vaya contra las leyes naturales está de acuerdo con la Voluntad Divina, ni, por tanto, es espiritual. En cambio, el auténtico “ascetismo” que es la meditación constante, es la fórmula de trascender la ignorancia, el dolor y todas las calamidades humanas. En una palabra: El camino de la salvación.

TERCERA ETAPA

(De realización espiritual).

Es la consecución de la finalidad Iniciática, con la definitiva disposición de la voluntad a la colaboración con la ordenación universal y como fuerza gobernadora de todo el ser. Es la iluminación plena del alma por los “Valores Divinos”.

a) Periodo de volición.

La educación de la voluntad, que se ha venido preparando durante las anteriores etapas Iniciáticas, con los esfuerzos conscientes de dominio personal, se traduce ahora en una plenitud volitiva que no es otra cosa sino el florecimiento de las tres grandes virtudes llamadas Fe, Esperanza y Amor. Fe o virtud de acción, Esperanza o virtud de intelección, y Amor o virtud de creación.

Las virtudes (de “vir”, poder) constituyen el origen de las intenciones. Estas son las disposiciones o direcciones fundamentales de nuestros actos. Las intenciones (que son voliciones en potencia) se convierten en voliciones (que son intenciones en acción) y estas son el movimiento de realización de nuestros actos.Las intenciones de la voluntad se modifican con la meditación y el conocimiento (de aquí la necesidad de la segunda etapa dedicada a la educación mental). Al modificarse el estado de “conciencia” se modifica también el estado de “sen ciencia” (propiedad de sentir y querer) y con ello la intención.

La voluntad dirigida por las grandes virtudes del alma, gobierna efectivamente a todos los demás elementos y vehículos del individuo. En lo que respecta al cuerpo físico, la tiranía de los apetitos materiales se ha trocado en hábitos de pureza y de dominio de sí. En lo que se refiere al plano emocional, los anhelos vagos y los deseos desordenados se han convertido en afecto y simpatía.

En esta etapa, el Iniciado es consciente de su Esencia Divina en las limitaciones de la carne, se siente como “crucificado” en la materia, y muchas veces se cierne sobre él ese estado de conciencia que se ha llamado la “noche espiritual”, en el que su espíritu se encuentra dolorido, escarnecido y solo muchas veces torturado por esas “bebidas amargas” de la traición, la negación y el abandono, como con tan vigorosos trazos nos pinta San Juan de la Cruz en “La noche oscura del alma”.

Hay que morir para después resucitar. Hay que bajar al “sepulcro” o sea “descender a los infiernos” como hicieron simbólicamente los grandes Iniciados (“Orfeo”, “Jesucristo”, etc.) que equivale a descender a estados de conciencia “inferiores” o “infernales”, para “resucitar al tercer día de entre los muertos” (según la simbólica frase de las iniciaciones egipcias en su prueba final) y “ascender a los cielos” en definitiva y apoteósica liberación.

Este concepto encierra la expresión cristiana de “subir al cielo en carne mortal” que es el mismo concepto budista del “Upadhisesha” o “nirvana alcanzado en este mundo”. Tras la noche espiritual “se resucita” definitivamente en la conciencia Divina. Al llegar a tal grado de volición, el Iniciado ha trascendido sus deseos de vida en mundos de manifestación, y toda inclinación a la vanidad (actos sin fondo) y a la auto-justicia. Es difícil para el que no ha llegado a este grado, imaginarse un estado de conciencia que haya logrado anular todo pensamiento o todo acto que no lleve una finalidad deliberada y superior, y que al mismo tiempo haya alcanzado esa sublime despreocupación por la vida fenoménica de este mundo, donde el bien y el mal son pura ilusión.

Este primer período de la tercera etapa, también llamado “cuarta Iniciación” se corresponde con el grado de “Arhat” o “Arhattva” (absorción en lo Divino) de la Iniciación brahamánico-budista, y con la etapa de “crucifixión” en los misterios cristianos. En la Iniciación budista identifícase con el grado de “Abhimukhi” (“Vuelto hacia”) o de iluminación Divina.

b) Apoteosis o Gran Iniciación.

Consiste en la realización espiritual plena, tras la cual se ha trascendido el mal y el dolor. Estado de perfección al que solamente han llegado en la historia humana, los Grandes Iniciados, que han dado a los hombres los altos mensajes del espíritu y las normas de su convivencia; tales como Hermes-Orfeo, Krishna, Moisés, Pitágoras, Buda, Lao-Tse, Jesús, San Francisco, Zoroastro y otros.

Todos estos hombres que realizaron lo Divino en lo humano, que no tenían nada que aprender porque fueron esencialmente omniscientes hubieron conseguido la total sublimación de todas las facultades humanas.

En el aspecto consciente, la “abstracción de la Unidad” de todas las cosas; lo que equivale a la desaparición de la “ilusión de separatividad”. En el aspecto senciente, el sentimiento de Amor universal y la identificación con la Voluntad cósmica o Divina. Este estado de conciencia lleva consigo la perfecta serenidad (cualidad privativa de los espíritus luminosos) y la ausencia de todo temor.

Los Grandes Iniciados han merecido también el calificativo de “Maestros de Compasión” `porque renunciaron al disfrute de su “morada espiritual” para sacrificarse por los hombres, hacerse participes de sus dolores y darles un mensaje y un ejemplo de liberación, elevándose a la vida que no tiene fin.Estos grandes renunciadores, generalmente sacrificados por aquellos a quienes trataron de redimir, fueron la personificación de ese estado de espíritu que ha sido llamado, en el simbolismo filosófico-religioso, Brama-Nirvanam, Samvriti, Paranirvana, Anupadhisesha, Apoteosis, Epifanía y Glorificación; siendo Ellos “Hijos de Dios” y “Salvadores” llamémosles genéricamente “Nirmanakayas”, “Mahatmas”, “Tathagatas”, “Budas”, “Adeptos” o “Cristos”.
Autor: Sion de Bouillon
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