En el 1.128, los nueve Caballeros volvieron a la Champaña francesa y por lo menos cinco de ellos, asistieron al Concilio de Troyes y al mismo tiempo, el hermano Andrés de Montbard y otro Caballero, fueron a entregar al Papa un mensaje del rey Balduíno II. Así, quedaron en Palestina un total de tres Caballeros, y pocos eran evidentemente para defender los caminos, a no ser que cumplida su misión hubieran reclutado a nuevos Caballeros.

Si encontraron el Arca de la Alianza, no hay documento alguno que lo pruebe, pero existe la catedral gótica, que implica para su construcción unos extraordinarios conocimientos, tanto sobre la Tierra y su naturaleza, como sobre las reacciones mas inconscientes del hombre. Hay una ascensión llameante, un poder extraordinario de la Orden del Temple, que la tradición atribuía precisamente a la posesión de las Tablas de la Ley. Hay un pequeño relieve en el portal norte de la catedral de Chartres con una leyenda: “Hic dimittitur Archa Cederis”, que puede traducirse como: “Aquí queda depositada, obrarás según el Arca”.

La fundación de una orden monástica nunca necesitó de un Concilio, pero Bernardo de Clairvaux hizo convocar el Concilio de Troyes en 1.128, precisamente para este fin, tratándose de una proclamación solemne, más que de una fundación, implicándose toda la Iglesia con todos sus miembros, dándole a esa Orden sobre todas las demás una dimensión universal, revistiéndosela además con un gran tabú.

El Concilio se celebró en la capital del Conde Teobaldo, sobrino y heredero del Conde de Champaña, anunciándoselo Bernardo con tono imperioso, indicándole así que la nueva Orden quedaba bajo la protección temporal del Conde. Los bienes que de esta región se donarían a los Templarios fueron inmensos, empezando con el monopolio del privilegio forestal de todo el territorio, lo que les convertían en dueños absolutos de los bosques.

Las autoridades convocadas al Concilio fueron elegidas con sumo cuidado, entre ellas el prelado papal; obispos de Orleáns, Troyes, Reims y Laon. Bernardo, abad de Clairvaux; los abades de Vezelay, Citeaux, Pontigny, Trois Fontains, Saint Denis y Molesmes, todos abades cirstencienses o benedictinos. También hubo dos laicos en el Concilio: El Conde de Champaña y el Conde de Nevers.
En el Concilio, Hugo de Payns expuso el deseo de fundar una Orden de monjes-soldados, cuyo primer núcleo serían sus compañeros del Temple. El Concilio accedió y encargaron a Bernardo redactar la Regla correspondiente, el cual la dictó al clérigo Miguel y en su preámbulo, ya se pone de manifiesto que una primera misión ya había sido cumplida. Dice el Te Deum de acción de gracias:

– Bien ha obrado (la obra ha sido cumplida)
– Damedien (¿Dominus Deus o Notre Dame?>>Nuestra Señora.
– Con nosotros (el autor se reconoce en sí mismo o en la Orden).
– Y nuestro salvador Jesucristo (que aparece en tercer lugar).
– El cual ha enviado (por tanto, los Caballeros han sido llamados).
– Desde la ciudad santa de Jerusalén.
– A la marca de Francia y la Borgoña (la Champaña, que se escapaba a la jurisdicciones reales y ducales).
– Los cuales para nuestra salvación y el crecimiento de la verdadera fe, no cesan de ofrecer sus almas a Dios….

La Regla que dictó San Bernardo era monacal y esencialmente cisterciense. A los nuevos Caballeros, se les impuso el hábito de color blanco (el mismo de Citeaux y el de los levitas que guardaban el Arca). Los monjes profesaban los votos de castidad, pobreza y obediencia con permanencia en la Orden, mientras los conversos como los Templarios se ceñían a la castidad, pobreza y obediencia.

Los monjes iban rasurados y los Templarios con los cabellos cortados y con barba; éstos no se veían sometidos a las mismas plegarias litúrgicas que los cistercienses profesos, pero si a un noviciado antes de la profesión de los votos. Así pues, el espíritu de la Regla redactada, era para una Orden con una misión laica y de actuar en el mundo. Solo a partir de entonces fueron considerados monjes.

Sin embargo, la Regla no se ciñó a los aspectos estrictamente monacales, ya que no debe olvidarse que se trataba de una caballería militar y de hecho recreó en forma cristiana lo que fue en Irlanda el Ramo Rojo y los Flinios y con tríadas.

– Aceptar siempre combates contra herejes, aunque fueran tres contra uno.
– Si luchaban por su vida con otras gentes no herejes, solo podían responder después de haber sido atacado tres veces.
– Si faltaban a sus deberes, debían ser flagelados tres veces.

Estas tríadas, se extendían también a la vida diaria:

– Comer carne tres veces por semana. Los que no, podían comer tres platos.
– Comulgar tres veces al año.
– Oír misa tres veces por semana.
– Dar limosna tres veces por semana.

Había que meditar sobre el aspecto celta de la nueva Orden y sobre el hecho de que mas tarde el Temple concentraría su acción laica en tierras celtas, además de Palestina.

No existe ni ha existido nunca en el mundo musulmán, una caballería análoga a lo que fue la del Temple y mucho menos a una caballería monacal. Existieron sobre todo entre los sufíes, hermandades militares cuyos miembros formaban parte de esta secta, que poseían y aún hoy poseen, colegios de personas cultas, sabias y religiosas, pero la hermandad militar Templaria, estaba constituida por monjes.

La relación entre Templarios y musulmanes fue de una comprensión perfecta y de amistad, trayendo a Occidente nuevos modos de vida, incluyendo la decoración y la gastronomía. Es más que posible, que las hermandades de los constructores de templos, musulmanes y protegidos por los Templarios, tenían contacto mas allá de las estrictas relaciones profesionales y es curioso que se acuse a la Orden del Temple de orientalismo y no se haga un reproche similar a la Orden de San Juan de Jerusalén, anterior al Temple en el próximo Oriente y con una disciplina mucho mas laxa.

San Bernardo no escondía lo que pensaba acerca de los deberes familiares, cuando escribía a Teobaldo de Champaña: “La espada solo te ha sido entregada, para que defiendas al pobre y al débil”. Desde ese momento, circuló una especie de enseñanza que implicaba una idea de servicio que no se refería únicamente al vasallaje respecto al soberano. Había una especie de noviciado de la caballería, con pruebas físicas y morales, recibiendo algún tipo de Iniciación que terminaba en la vela de armas.

En principio, el nuevo Caballero, era digno de cabalgar y las armas que se le entregaban estaban grabadas con signos cabalísticos. Toda una simbología que había sido enseñada y que los Caballeros harían respetar. La caballería, era alimentada con datos cabalísticos relativos a los oficios, obtenidos de un conocimiento milenario y que para que se conservaran en secreto, se expresaban mediante símbolos jeroglíficos, asonancias fonéticas y armonías musicales.

San Bernardo quiso expresamente, que la Orden se implicara en todas las actividades humanas, para ser a su vez, organizadora, árbitro y guardián. Según la Regla, la Orden podía poseer tierras y hombres libres y siervos para trabajar; poseer casas y participar de las prebendas eclesiásticas. Esto era común en las órdenes monacales, pero en el Temple todo fue distinto, nadie podía disponer de bienes sin permiso del Capítulo pudiendo éste disponer relativamente de los bienes de la Orden, en beneficio de la misma, pero nunca de uno de sus miembros.

La Orden era rica, pero sus Caballeros habían de ser pobres y no se trata tanto de pobreza, cuando no de posesión personal.

En la Regla aparece el emparejamiento de los hermanos, que salen de dos en dos y así comían de la misma escudilla, y el enriquecimiento voluntario, tenía la contrapartida en la limosna, y que lo mismo que la espada, estuvieran al servicio del pobre y del débil.

La Regla primitiva, sufrió modificaciones y unos complementos llamados retractos, que fijan el ceremonial de recepción de los nuevos hermanos, pero es totalmente cierto, que existió una Regla secreta.


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