El arte, puede ser también vehículo de influencias nefastas. La fealdad de las formas, cuando ella es de determinada índole, es una manifestación del mal, el polo invertido de la belleza Divina, como ocurre con ciertas producciones de arte religioso contemporáneo, cuyo dudoso y maléfico carácter, no lo discuten ni sus autores.
Ello queda de manifiesto por la mentira que difunde con respecto a su propio objeto, ya que es un espejismo de la nada, una caída en el caos y va derecho al inconsciente. Para calibrar la importancia del arte sagrado, es preciso aprehenderlo en su causa primera, que es el Verbo Creador, al implicar la Creación en el don de la forma, que domina el caos y da luz a las tinieblas.
El objetivo del arte, es revelar la Naturaleza Divina imprimida a lo creado, pero oculta en ello, realizando objetos sensibles que sean símbolos del Dios invisible. En un arte así concebido, con un valor casi sacramental, el artista no puede dejarse guiar por sus propias inspiraciones ni expresar su propia personalidad, sino buscar una forma perfecta que responda a prototipos sagrados de inspiración celeste. Así la estética se vincula a la cosmología y por ella a la ontología y la metafísica. Este orden, determina el arte sagrado que es el de ser simbólico. Así, una Iglesia no es solo un monumento, sino que es un Santuario, un Templo, y su objetivo no es solo congregar a los fieles, sino crear para ellos una atmósfera que permita a la Gracia manifestarse mejor y lo logra en la medida en que canalice hacia dentro en un juego de sutiles influencias, la comunión con lo Divino. Es un instrumento de recogimiento, gozo, sacrificio y elevación. La decadencia del arte actual, se debe al olvido casi total de estos principios.
No se ignora, que la Iglesia de piedra, representa la Iglesia de las almas y evoca la Jerusalén celeste. A menudo, hay afirmaciones puras y simples, fundadas en la Escritura y por tanto dignas de fe, pero que el alma del oyente no comprende y no saborea por tanto en profundidad, ya que al no estar situadas en el marco de un simbolismo más amplio que las aclararía, no estimulan su espíritu. Entre los símbolos esenciales, fundados en la naturaleza de los objetos, los hay de orden cosmológico y otros de orden teológico, este último aparece como tal a primera vista.
El primero, produce un vínculo íntimo entre el objeto material y su significación espiritual, con una síntesis fulgurante de Conocimiento y una intuición casi instantánea. El cristianismo, tuvo que asumir desde un principio, la herencia de los gremios de artesanos, sobre todo de los constructores, que utilizaban por la propia naturaleza de sus trabajos, un simbolismo cosmológico necesariamente vinculado con el de las antiguas religiones (igual que al no tener legislación revelada, adoptó el derecho romano el cual representaba la ley natural). No es de extrañar por tanto, que en nuestro simbolismo haya mezclas de arte sagrado con las normas sagradas universales.
En el pensamiento tradicional, la concepción del Templo no se abandona a la inspiración personal del arquitecto, sino que viene dada por Dios mismo y se realiza por medio de un arquetipo celeste, comunicado a los hombres por mediación de un profeta y de esto vemos reseñas en el Antiguo Testamento.
Todo edificio sagrado es cósmico y es una imagen del mundo, porque éste es sagrado en cuanto es obra de Dios y hace explícita la imagen del mundo trascendente. La forma cuadrada de la Jerusalén celeste, está directamente relacionada con el propio principio de la arquitectura de los Templos, pues toda arquitectura sagrada se reduce en realidad a la operación de la cuadratura del círculo.
Lo primero que se observa en una Catedral es la orientación, que se encuentra en todo edificio sagrado y fue descrito por Vitrubio y practicado en Occidente hasta el fin de la Edad Media. Los cimientos, se orientan gracias a un gnomon que permite localizar los dos ejes:
· Cardus: Norte-Sur
· Decumanus: Este-Oeste.
En el centro del terreno, se clava un palo y se observa alrededor de un círculo trazado, la sombra que se proyecta sobre ese círculo. La separación máxima entre la sombra de la mañana y la tarde indica el Este-Oeste, y dos círculos centrados sobre los puntos cardinales del primero, indican por su intersección los ángulos del cuadrado y éste es la cuadratura del círculo solar.
Aunque la mayor vía de las Iglesias de Occidente la traza de base no es un cuadrado, sino un rectángulo flanqueado por dos cuadrados que forman la base del crucero, y un tercer cuadrado prolongado por una parte redondeada que forman el coro y el ábside, materializando la cruz de los ejes cardinales; eso no significa un cambio en lo profundo del rito de fundación, porque el rectángulo en geometría no es sino una variedad del cuadrado. El círculo y el cuadrado son símbolos primordiales y a nivel metafísico, representan la perfección Divina bajo dos aspectos: El círculo en la que todos los puntos están a la misma distancia del centro, que no tiene principio ni fin, representa la Unidad Ilimitada de Dios, Su infinidad y perfección. El cuadrado o cubo, forma de todo cimiento estable, es la imagen de Su inmutabilidad y Su eternidad.
La construcción del Templo imita la creación del mundo, el cosmos sucediendo al caos, es decir, el orden sucediendo al desorden, es el Espíritu penetrando la sustancia informe. La geometría, base de la arquitectura, fue hasta el comienzo de la Era Moderna, una ciencia sagrada, cuya formulación viene del Timeo de Platón y a través de éste, se remonta a los pitagóricos. La Escritura dice que Dios creó todo con número, peso y medida.
La atmósfera sutil de estos edificios, con armonía casi Divina, no dependen de intenciones subjetivas o sentimientos religiosos, sino de leyes objetivas que se apoyan en la geometría platónica transmitida a las organizaciones de constructores y el elemento era esencial para éstos: La noción de relación y proporción entre las distintas partes del edificio. La principal, llamada también “proporción Divina”, es el famoso número áureo o de oro: 1.618 = Φ, el cual vinculaba mediante una analogía sutil, las formas, los volúmenes y superficies arquitectónicas. Los dos números que desempeñaron el papel más destacado en la construcción de esas formas y volúmenes fueron la Década, cuya raíz es la suma de los cuatro primeros números: 1+2+3+4 = 10 y la Péntada. La Década era el número mismo del Universo, base de la generación de todos los números representados (planos o sólidos) y por tanto de los cuerpos regulares correspondientes a algunos de ellos y base también de los acordes musicales esenciales.
El 5 era llamado por Pitágoras el número nupcial, el arquetipo abstracto de la generación, pues juntaba el primer número par matriz (2) con el primero impar (3) llamado varón. 2 + 3 = 5, el número de la armonía y la belleza, el pentáculo polígono estrellado o el cuerpo humano, símbolo del amor creado. Este es el número que ofrece directamente un ritmo basado en la proporción o número de oro, que es la característica de los organismos vivos, que también se encuentra en las figuras derivadas del decágono. Una simetría cuadrada o hexagonal, expresa un equilibrio inerte, mineral, y la pentagonal un ritmo de crecimiento vivo.
Aunque esta Introducción podría ser muchísimo mas amplia, vamos a ir desgranando poco a poco, ese mundo espiritual extraordinario, y aprender a entender y leer lo que nos legaron esos grandes Iniciados que fueron los constructores de Catedrales.
Gran legado hermana María de Aquitania.
Gracias por tan excelente aportación.