En los castillos españoles pueden verse distintos tipos de fábrica, generalmente dependiendo de si sus constructores fueron musulmanes o cristianos, e igualmente de la facilidad para la obtención de materiales. En ésta entrada se explicará el más usado por los andalusíes: El tapial.
El tapial no es otra cosa que hormigón. Pero hormigón sin cemento, naturalmente. Se obtenía mezclando cal y arena con el añadido de guijarros y/o restos cerámicos. Esto último permite por cierto datar con bastante exactitud la fabricación de murallas, etc. Era un sistema barato por razones obvias, y más rápido que la construcción de paramentos de mampuesto o sillería. Además, no precisaba de tanta mano de obra especializada. Supongo que ésta tradición del tapial la trajeron de África, donde la piedra es más bien escasa. Hoy día se ven aún muchos pueblos del norte africano construidos con éste sistema.
La mezcla de cal y arena, el opus caementicum que ya usaron los romanos, proporciona un mortero que, con el paso de los años, adquiere una dureza notable. Pero todos, incluyendo sus enemigos, sabían que una muralla fabricada con tapial no tenía la resistencia de una hecha con piedra, por lo que recurrían a veces a sutiles formas de camuflar éste material a base de enlucir los paramentos para luego dibujar sobre el enlucido falsos sillares. En algunos castillos aún se pueden ver restos de dicho enlucido.Generalmente, en los edificios fabricados con éste método, solía usarse la piedra sólo como base de cimentación y para reforzar las esquinas, si bien no era absolutamente necesario. Para fabricar los paramentos se recurría a un encofrado a base de tablones con los que se hacían cajones de unos 2,5 metros de largo por unos 50/80 cm. de alto. Se unían mediante unas agujas de madera que, al retirarlas, dejaban dichos paramentos llenos de agujeros que, aún hoy, pueden verse. No deben confundirse con los mechinales usados para el andamiaje. Una vez preparado el encofrado, se vertía dentro la mezcla y esperaban a que fraguase para poner otro encima, y así hasta llegar a la altura deseada.



En la imagen superior tenemos un ejemplo de todo lo dicho anteriormente. Pertenece al castillo de Alcalá de Guadaira. En el cubo de la izquierda se aprecian claramente los sillares esquineros, en éste caso de piedra caliza, y abundantes agujales. La cortina que une ambos cubos es también de tapial. Estas cortinas fabricadas con tapial carecían de trabazón con los cubos, lo que lógicamente debilitaba la estructura de la misma. La economía de la construcción estaba pues supeditada a una obra de menor resistencia ante posibles agresores. Además, la erosión causada por las lluvias y demás agentes meteorológicos afectaban al tapial más que a otros materiales. De hecho, las obras de mantenimiento eran constantes en los edificios fabricados mediante éste sistema, ya que solían ser frecuentes los desmoronamientos de merlones, el desprendimiento de materiales en los paramentos, etc.

En ésta otra imagen, que corresponde a la muralla de origen almohade de Sevilla, se puede ver uno de los 166 cubos que en su día tuvo, así como la muralla y la falsabraga. El almenado del cubo, restaurado como salta a la vista, muestra el típico merlón rematado con pirámide cuadrángular. Sin embargo, las cortinas están totalmente desmochadas y llenas de grietas. Han sido muchas las actuaciones que se han llevado y aún se llevan a cabo en la vieja muralla hispalense, consecuencia, como se ha dicho, de la debilidad estructural del tapial. En éste caso, el cubo carece de sillería angular. Sólo tiene un friso de ladrillo con meros fines decorativos que marca el comienzo de la cámara de la torre. Desde ese friso hacia abajo, toda la estructura es completamente maciza, lo que hace que sea innecesario reforzar sus esquinas con sillares de piedra bien labrados.
En definitiva, en mejor o peor estado han podido llegar a nuestros días. Actualmente se llevan a cabo bastantes restauraciones, algunas de dudoso gusto y/o rigor histórico. El abandono que sufrieron la inmensa mayoría de los castillos hispanos tras perder su utilidad militar a partir de finales del siglo XVI ha hecho que muchos de ellos hayan sobrevivido a duras penas. Otros, simplemente, casi han desaparecido. Repararlos cuesta caro y los ayuntamientos suelen disponer de pocos fondos para ello. Sin embargo, muchos parecen no querer darse cuenta de que su puesta en valor no sólo es una obligación para con nuestro patrimonio histórico, sino un incentivo turístico cultural que, obviamente, redunda en el bien de la población.Todos los derechos reservados Copy Right 2008 Orden del Temple