El Vía Crucis, en latín, o Camino de la Cruz, lo podemos llamar también  Estaciones de la Cruz o Vía Dolorosa, y se trata de un camino de oración y meditación, a través de diversos momentos del Evangelio, que busca meter nuestra consciencia y nuestro corazón, en la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, camino del monte Calvario. Estas Estaciones, suele encontrarse en muchas iglesias y lugares de oración.
El uso de las Estaciones, tuvo su expansión a finales
del siglo XVII, con números variables que últimamente se ha establecido en
quince. Es muy posible, que esta costumbre comenzara en Jerusalén desde los
primeros siglos del cristianismo, y allí acudían muchos peregrinos desde la
época del emperador Constantino en el siglo IV. El itinerario de Egeria, al
principio del siglo IV, describe el momento: “Todos atraviesan la ciudad hasta la Cruz, y cuando se llega a
ella, se lee el texto evangélico  en el
que se narra que Jesús fue conducido a Pilato”.
Egeria, española y nacida probablemente en la provincia
de Gallaecia, perteneciente a Roma, fue una viajera incansable, a la que se le
llegó a llamar Dama Peregrina, y que en sus viajes por los países de Oriente
próximo, dejó constancia de esa travesía en su manuscrito. Más tarde, y debido
a la gran dificultad de trasladarse a los Santos Lugares, que se encontraban
bajo dominio de los musulmanes, se construyeron Estaciones en distintos ligares
de Europa. En el libro Jerusalén Sicut Christi Tempore Floruit, parece que
escrito por alguien llamado Adrichomius en 1.584, ahí se describen doce
Estaciones, y que el Vía Crucis, tal como lo conocemos hoy día, surge de las
representaciones procedentes de Europa.


PRIMERA ESTACIÓN. LA
AGONÍA DE JESÚS EN GETSEMANÍ.



Jesús fue con ellos a un huerto llamado Getsemaní, y
dijo a sus discípulos: “Quedaos aquí mientras voy más allá a orar”. Se llevó
consigo a Pedro y a los dos hijos del Zebedeo, y comenzó a sentir tristeza y
angustia. Y les dijo: “Me muero de tristeza. Quedaos aquí y velad conmigo”.
Avanzó unos pasos más, cayó de bruces y se puso a orar así: “Padre mío, si es
posible, que pase de Mí este cáliz, pero que no sea lo que Yo quiero, sino lo
que quieres  Tú”. Volvió a los
discípulos, los encontró dormidos y dijo a Pedro: “¿Conque no habéis podido
velar una hora conmigo?. Velad y orad para que no caigáis en la tentación. El
espíritu está dispuesto, pero la carne es débil”. De nuevo, por segunda vez, se
fue a orar, diciendo: “Padre mío, si no es posible que este cáliz pase sin que
Yo lo beba, hágase Tu Voluntad”.
(Mateo 26, 36-46).
ORACIÓN.  Padre, por el Espíritu Santo. Abre nuestra
voluntad a la tuya, para que tengamos la fuerza de vigilar y orar con Jesús en
Su combate contra el mal, y que la participación en sus sufrimientos, nos haga
experimentar la fuerza de Su Resurrección.

Orden del Temple+++