Catedral de Barcelona (España)
La concepción del Templo no se abandona a la inspiración personal del artista, sino que viene dada por Dios mismo y se realiza según un arquetipo celeste, comunicado a los hombres por mediación de un Profeta, lo cual fundamenta la Tradición arquitectural legítima. Los santuarios del Antiguo Testamento, fueron edificados siguiendo las indicaciones de Dios, como Besalel y Oliab, arquitectos del Arca de la Alianza; David da a su hijo Salomón las reglas recibidas de Dios para la construcción del Templo; Ezequiel tuvo una visión del Templo que se había de edificar; a Noé se le habló sobre la construcción del Arca, y el Templo cristiano, con algunas diferencias, es continuación del de los judíos, siendo el reflejo en la Tierra de un arquetipo celeste: La Jerusalén del Apocalipsis, que es el símbolo capital para el estudio que emprendemos.
La Jerusalén celeste, sintetiza la idea cristiana de “comunidad de los elegidos” y cuerpo místico. La idea del Templo judía, es referida como residencia del Altísimo y asegura la continuidad de un Testamento a otro y por lo tanto, de un Templo a otro.
Templo y Cosmos
Todo edificio sagrado es cósmico, es decir, está hecho a imitación del Universo, porque este es sagrado en cuanto es obra de Dios. Nuestro cuerpo está vinculado al mundo y debemos rogar a Dios en nuestra propia condición corporal.
En los muros y pilares del Templo, están representados la Tierra y el Sol, animales y plantas, los trabajos del hombre y condiciones sociales; la historia sagrada y la natural; signos del Zodiaco, etc., de forma que puede decirse que son enciclopedias visuales. Pero esto no es más que una imagen exterior, no solo una imagen realista del mundo, sino una imagen que reproduce la estructura interna y matemática del Universo y en ello reside el origen de su sublime belleza.
La forma cuadrada de la Jerusalén celeste, está relacionada directamente con el propio principio de la arquitectura de los Templos y se reduce la operación a la cuadratura del círculo o la transformación del círculo al cuadrado.
La fundación del edificio comienza por su orientación, que ya es un modo de rito, pues establece una relación entre el orden cósmico y el orden terrestre, o entre el orden Divino y el humano. El método tradicional y que se encuadra allí donde haya una arquitectura sagrada, fue practicado en Occidente hasta el fin de la Edad Media. Los cimientos del edificio se orientan a un gnomón que permite localizar los dos ejes: Decúmenos (este-oeste) y Cardo (norte-sur). En el centro del emplazamiento escogido, se levanta un palo alrededor del cual se traza un gran círculo y se observa la sombra que proyecta sobre ese círculo. La separación máxima entre la sombra de la mañana y la de la tarde, indica el eje este-oeste y los dos círculos centrados sobre los puntos cardinales del primero, indican por su intersección los ángulos del cuadrado. Este último, es la cuadratura del círculo solar.
En la mayor parte de las iglesias de Occidente, la traza de base no es un cuadrado sino un rectángulo flanqueado por dos cuadrados que forman la base del crucero y un tercer cuadrado prolongado por una parte redondeada, que forman el coro y el ábside, materializando el todo, la cruz de los ejes cardinales, pero esto no cambia el significado profundo del rito de fundación: El trazado del círculo, el de los ejes cardinales, la orientación y el trazado de base, pues ellas son las que determinan el simbolismo fundamental del Templo con sus tres elementos, correspondientes a las tres operaciones que son el círculo, el cuadrado y la cruz, por mediación de la cual, se pasa del primero al segundo.
El círculo y el cuadrado, son símbolos primordiales. Al nivel más elevado, metafísico, representan la Perfección Divina bajo dos aspectos. El círculo o esfera en la que todos los puntos están a la misma distancia del centro, que no tiene principio ni fin, representa la Unidad ilimitada de Dios, Su Infinidad y Perfección. El cuadrado o cubo, forma de todo cimiento estable, es la imagen de Su Inmutabilidad y Eternidad. A un nivel inferior, estos dos símbolos resumen toda la Naturaleza creada.
El círculo es la forma del cielo, instrumento de actividad Divina que rige la vida en la Tierra; la representación de ella es un cuadrado, porque respecto al hombre, la Tierra es en cierta forma inmóvil y pasiva, ofreciéndose la actividad del cielo. Hay aquí un doble simbolismo cosmológico y ontológico a la vez: El cielo y la Tierra (orden cosmológico), son las formas exteriores, el último grado de la manifestación o Creación. Son los dos polos que constituyen la Esencia y la Sustancia Universal, representadas en el orden corporal por el cielo y la Tierra, respectivamente, siendo el hombre el centro de esta Creación, y establece un vínculo entre lo alto (Esencia-cielo) y lo bajo (Sustancia-tierra); esta relación viene simbolizada por el signo de la cruz, y veremos las consecuencias que se pueden sacar de esta comprobación. Si trasponemos este símbolo estático a su forma dinámica, vemos que el círculo celeste engendra en su movimiento el ciclo temporal, de ahí la importancia del Zodiaco, el cual se extiende a partir de su polo superior (correspondiente al cielo) en dirección a su polo inferior (que corresponde a la Tierra) o si se quiere, de la esfera, la forma más perfecta, al cubo, la forma mas especifica y pesada. El eje vertical que los une, mide la extensión misma del Cosmos y el tiempo.
En Proverbios 8, 27 y Job 26,10, se hace mención cuando hace decir a la Sabiduría: “Yo estaba presente cuando Dios dispuso de los cielos y trazó un círculo sobre la faz del abismo”. También está grabada en una de las paredes del Templo de Ramsés II: “Este Templo es como el cielo en todas sus disposiciones”.
Desde el punto de vista de la arquitectura, el cuadrado que simboliza la Inmutabilidad Divina es superior al círculo en cuanto a imagen de movimiento indefinido y es porque lógicamente en la arquitectura, su cualidad dominante es la estabilidad, sin excluir claro está, el simbolismo, como demostraremos después. Ambos puntos de vista se aplican perfectamente a la Jerusalén celeste que habla el Apocalipsis, prototipo del Templo cristiano.
Dice Juan en 21,10: “El ángel me mostró la ciudad Santa, Jerusalén, que descendía del cielo al lado de Dios”. Y en 21,16: “La ciudad es cuadrada”. Así el movimiento de descenso de la ciudad corresponde al primer punto de vista, el cual gobierna el rito de fundación: Jerusalén desciende del cielo (circular) del lado de Dios a la Tierra (cuadrado), que es el reflejo de la actividad del cielo. Pero desde el segundo, el cuadrado representa la cristalización de los ciclos, del desarrollo temporal, cosa que prueban las Doce Puertas dispuestas de tres en tres a cada lado del cuadrado y que corresponden a los signos del Zodiaco, que a veces son denominados los doce soles, es decir, estaciones del Sol. En la Jerusalén celeste esos doce soles se convierten en los doce frutos del Árbol de la Vida.
Esta relación del círculo con el cuadrado, es el fundamento de la arquitectura sagrada a partir de la cual se realiza todo el edificio. Si pasamos del plano horizontal que hemos visto, al vertical, es decir, de la geometría plana a la del espacio, comprobamos que todo el edificio se reduce al esquema de la cúpula y el cubo. La cúpula o bóveda, remata el cubo de la nave como el cielo físico, se asienta sobre la Tierra; por eso antiguamente casi todas se pintaban de azul y consteladas de estrellas. Siguiendo la vertical que asciende del pavimento a la bóveda en un movimiento inverso a aquel que regía en el rito de fundación, se pasa del cubo a la esfera, es decir, del estado terreno al celeste, encontrando el símbolo de su ascensión espiritual, ya que la línea vertical es la dirección del cielo. Hacia lo alto se mira para orar, es hacia donde la hostia es levantada en ofrenda y es desde donde desciende la bendición Divina. En algunos edificios, un detalle ornamental hace resaltar esa alusión de ascensión espiritual. La cúpula del crucero está a menudo rematada por una cruz o aguja esbelta que materializa el eje de la bóveda, lo cual significa la salida del Cosmos a imitación de Cristo. El esquema cúpula-cubo se repite en los campanarios, ya que la torre está rematada por un luquete o una pirámide octogonal o hexagonal, cuya forma es una fase intermedia del paso de la esfera al cubo.
El elemento esférico y celeste de la cúpula y la bóveda se refleja en el plano horizontal, en el semicírculo del ábside, el cual es en la Tierra el lugar más celeste, el que corresponde al Santo de los Santos del Templo de Jerusalén. El eje de la nave que va de la puerta al santuario, es la proyección plana del eje vertical que va del suelo a la bóveda, de la Tierra al cielo, por eso representa también la vía de la salvación.
Lo mismo ocurre con el Pórtico, que es un rectángulo rematado por una cimbra y con el ciborio que corona el altar y está constituido por una cúpula que descansa sobre cuatro columnas. No olvidemos, que el eje fundacional, el palo clavado, es también el futuro eje vertical del edificio y ese centro es un ómphalos, pues todas las líneas verticales irradian desde todos los puntos de la Tierra hacia el cielo. Este eje, este centro, simboliza el Principio Divino que actúa en el mundo. Es un punto sagrado donde el hombre toma contacto con la Divinidad y esta es la razón por la cual todas las ciudades santas y todos los Templos, están situados simbólicamente en el centro del mundo. La determinación de un centro y la orientación, dan al edificio todo su sentido. La iglesia, al ser una cruz cardinal orientada y centrada, sacraliza realmente el espacio, es el omphalos de la ciudad sobre la que irradia.
Armonías Numerales
La armonía del Templo, imita la Creación del mundo y el hombre ha sido puesto en la Tierra para trabajar en ella y continuar la Creación, la cual consiste esencialmente en el Cosmos sucediendo al caos, es decir, el orden. Es el Espíritu penetrando la sustancia informe. Al igual, el arquitecto fabrica un edificio a partir de la materia bruta y en esa realización imita al Creador, a quien Platón llamaba el Gran Arquitecto del Universo, porque Dios es geómetra, base de la arquitectura. En Occidente, la mística platónica del número, fue transmitida por San Agustín, quien en su tratado De Música, desarrolla la idea de que el número guía la inteligencia de la percepción de lo creado a la realidad Divina. Expone también la teoría según la cual, la música y la arquitectura son hermanas, hijas del número y espejos de la armonía eterna. En la Edad Media, los constructores conocieron la analogía entre proporción arquitectural e intervalos musicales, e inscribieron a veces esta analogía en la piedra.
El fundamento metafísico de este simbolismo es que las formas geométricas, traducen la complejidad interna de la Unidad Divina y el paso de ella, indivisible, a la unidad múltiple encuentra su símbolo mas adecuado en la serie de figuras geométricas regulares contenidas en el círculo o los poliedros regulares contenidos en la esfera, y esto nos lleva a considerar la función del número, el cual es distinto a la cifra y al que se le considera en particular, en sus relaciones con la geometría. Dios creó el mundo con número, peso y medidas; las cosas tienen una estructura matemática y el número es el arquetipo rector del Universo.
Esta matemática explica en particular, lo que a primera vista le parece inexplicable al admirador de Catedrales. La atmósfera sutil de esos edificios, con armonía casi Divina, así como la impresión de perfección que producen, no dependen de impresiones subjetivas, sentimientos religiosos o afectividad del artista, sino Leyes objetivas que se apoyan en la geometría platónica, transmitida a las organizaciones de constructores. El elemento esencial era para éstos, la noción de relación y proporción entre las distintas partes del edificio. La principal, llamada “proporción Divina”, era el famoso número de oro o sección dorada (1.618=Ф). Una euritmia basada en este número de oro, vinculaba mediante anatomía sutil las formas, las superficies y los volúmenes arquitectónicos. Los dos números que desempeñaron el papel más destacado en la construcción de esas formas y volúmenes, fueron la Década, cuya raíz es la Tetraktys (suma de los cuatro primeros números): 1+2+3+4=10 y la Péntada. La Década es el número mismo del Universo, base de la generación de todos los números representados, planos o sólidos y por tanto de los cuerpos regulares, correspondientes a algunos de ellos y base también de los acordes esenciales. El número 5, era llamado por los pitagóricos el número nupcial, es decir, el arquetipo abstracto de la generación, pues juntaba el primer número par, llamado “matriz” con el primero impar que le sigue, llamado “varón”: 2+3=5. El 5 es el número de la armonía y la belleza, en particular en el cuerpo humano. El pentáculo o estrella de cinco brazos, fue el símbolo del Amor Creador y la belleza viva y armoniosa. Servía para determinar correspondencias armónicas, pues entre todos los polígonos estrellados, este es el que ofrece directamente un ritmo basado en la proporción o número de oro, que es la característica por excelencia de los organismos vivos y también se encuentra en las figuras derivadas del decágono.
Se ha demostrado que las estructuras de los seres inorgánicos, están regidas por figuras regulares que se derivan del tipo cúbico o hexagonal, mientras que los seres orgánicos siguen una simetría pentagonal de crecimiento vivo. Estas dos simetrías, se combinan muy sabiamente en la arquitectura tradicional. Si queremos un ejemplo de esas armonías numerales, la Catedral de Troyes nos ofrece uno muy notable. El cuerpo del edificio desde la entrada al semicírculo del santuario, se inscribe en un rectángulo “dorado” (L/A = Ф=1.618).