Las gradas, son requisito indispensable para erigir un altar y son también simbólicas. Recuerdan que el altar se levanta sobre la montaña santa, y ésta es una imagen del mundo y el Paraíso. También expresa que el altar está situado sobre el Monte Sión, puesto que ella hace recitar al sacerdote la liturgia, al pié de ese altar al que se va a subir.
La montaña, con su mole y majestad, con su punta hacia el cielo, te invita a subir a Dios. El agua que mana de ella y cae formando ríos, es la imagen de las bendiciones del cielo. Reducida a su esquema, la pirámide es un volumen ordenado alrededor de un eje, un volumen que se basta a sí mismo y ofrece un resumen del mundo, arraigada en la tierra, descansando sobre el suelo y tocando el cielo al que se une mediante el rayo y ella pone en comunicación por su eje los tres estratos del mundo: Tierra, cielo e infierno.
El monte Sión, sigue siendo una montaña sagrada y la imagen del Paraíso venidero (Apocalipsis: “El Cordero estaba en el Monte Sión y con Él 144.000”). También el Señor escogió para manifestarse en el esplendor de Su Gloria un monte santo: El Tabor; se elevó al cielo en el monte de los Olivos y murió en una montaña sagrada para los cristianos: El Calvario. Jesús quiso que Su muerte, por la que se obraba la nueva Creación, se produjera sobre la montaña, sobre el eje que une la Tierra al cielo. Por tanto el altar, es un complejo cultural que ha heredado de épocas pretéritas algunos de los componentes del santuario natural, mineral y vegetal. El cerro (las gradas) con el árbol, que ha pasado a ser la cruz y en lo alto del cerro, la piedra de ofrenda (el altar) con el fuego sagrado que han pasado a ser nuestras luminarias.
Entre los hebreos, el fuego servía para quemar a la víctima, pero también para consumir incienso, lo cual es así mismo un sacrificio y como fuego perpetuo el candelabro de siete brazos o Menorah. Pues estos dos últimos usos, han pasado al cristianismo.
En principio, el fuego sagrado es el que debe alimentar todo el año la luminaria de la iglesia por medio de la lámpara de aceite del santuario, aunque en nuestros tiempos, con la electrificación de los Templos, se ha perdido el sentido de lo sagrado. Consideremos los seis cirios que se encienden sobre el altar para la misa mayor, cuyo simbolismo abre perspectivas sorprendentes. En general, los cirios del altar, se relacionan con el cirio Pascual, el cual representa la columna de fuego y a Cristo resucitado. Pero a este significado general de ellos, se les suma el particular que resulta del número utilizado, ya que para la misa es necesario normalmente que haya tres a cada lado de la cruz, aunque en realidad deberían ser siete porque recuerdan al candelabro Menorah. Este en Jerusalén, estaba situado a la izquierda del altar del incienso y era un brazo central recto y seis brazos doblados en semicírculos concéntricos que se comunicaban interiormente por conductos llenos de aceite de oliva consagrado que alimentaba las lámparas. Como el Templo y el Arca de la Alianza, la Menorah había sido hecha conforme un modelo celeste visto por Moisés en la montaña. El número siete, es uno de los más importantes: 7 días de la Creación; 7 edades del mundo; 7 ángeles de la Presencia; 7 dones del Espíritu Santo; 7 Virtudes; 7 pecados; 7 Sacramentos; 7 Patriarcas; 7 planetas; 7 metales; 7 colores del Arco Iris; 7 notas musicales; 7 artes liberales: 7 peticiones del Pater, etc. El siete, considerado como 3+4, es el signo de las relaciones Divinas con la Creación; siendo 3 el número Divino y 4 el del mundo creado. También al estar cada día de la semana en relación con un planeta, el cálculo del tiempo conforme al ritmo semanal es una afirmación de estas relaciones y esto explica el papel de sábado que veremos después. Las 7 luces, comprendidas a 6 por el crucifijo central, recuerdan las 7 luces espirituales que están ante el Trono celestial de Cristo que representan al mundo entero y sobre todo, al mundo transfigurado por la presencia Divina del Cristo, cuyas 7 Potencias están en acción en Él. Este mundo restituido en su pureza, solo existe en el santuario gracias a la Divina obra de la Eucaristía, que realiza plenamente el sentido de la liturgia hebraica, en particular, las fiestas de las tiendas y la del sábado. La primera se desarrollaba a lo largo de siete días consagrados a los 7 Patriarcas, los cuales encarnaban a los 7 Sephirot que velan por la armonía del mundo. La liturgia del sábado o del séptimo día, celebraba el equilibrio universal establecido por las 7 Sephirot o Espíritus de Dios. La relación entre la luminaria del altar y el candelabro celeste del Apocalipsis, era puesta de relieve en las iglesias románicas en las pinturas que decoraban el ábside encima del altar. Esta bóveda solía incluir al Pantocrátor sentado en el trono real o delante del Trono de Cristo.
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