Habiendo recorrido el camino que va desde el porche hasta el altar, centro vivo del Templo, hemos visto brillar en él las luces que son los 7 Espíritus de Dios cara al Oriente en que se alza el Sol de Justicia. Así, el fiel que penetra en el santuario, es un camino hacia la luz y el Sol Divino; y la liturgia a la que el Templo está consagrado y que es la razón de su ser, es igualmente esencia luminosa y solar. En las grandes Catedrales del siglo XIII, es donde uno puede captar en todo su esplendor la naturaleza luminosa del Templo por el prodigio de sus vidrieras. A través de ellas, la luz solar toca y canta un registro de mil matices. La obra maestra la hemos visto en páginas anteriores y es la Saint Chapelle de París, donde la piedra se extrema hasta el límite de tal forma, que este monumento es algo inmaterial lleno de luz. Los muros dan la impresión de ser los de la Jerusalén celeste, que son de pedrerías. Cristo dijo: “Yo Soy la luz del mundo”, y las vidrieras deben iluminar el alma para llevarla hasta Cristo. Pero debemos ir más allá. Esta realización no es el producto de un sentimiento, ni siquiera intuición estética. Inspiradas por la teología están sustentadas por la cosmología. No se trata de ofrecer a la vista sensaciones de color, sino el de transmitir con los colores como vehículos, una enseñanza en imágenes. Las grandes vidrieras describen en general la historia del mundo en relación al misterio de la Redención. Por eso la ordenación de las vidrieras será estudiada de modo tal que esté en armonía con el ritmo del curso solar que regula el transcurrir del día. Así en la Saint Chapelle las vidrieras serán leídas a partir del muro norte, pasando por el ábside y el muro sur para llegar a la rosa occidental. En las del norte se describen desde el Génesis hasta el fin del Antiguo Testamento; al este el vitral de la Redención y al sur los Profetas escatológicos, anunciando la escena de la gran rosa inspirada en el Apocalipsis. De esta manera, recorremos la historia del mundo desde la Creación a la Parusía, siguiendo el ritmo del día. La salida oriental del Sol, señala la victoria de Cristo sobre las tinieblas y el mal, representadas en el muro sur, zona donde no penetra el Sol, y la rosa de la ciudad santa al oeste, allá donde se pone el Sol visible y la aparición de un mundo nuevo en que ya no habrá necesidad de Sol porque Cristo será el astro luminoso. Esta disposición, se encuentra también en todas las iglesias que respetan las normas de arte tradicionales.
Abordamos ahora lo que constituye la razón de ser profunda del Templo y la liturgia. El tiempo y el espacio son las dos condiciones del estado corporal del hombre en la Tierra, que definen la finitud, y el tiempo quizás sea el más espectacular y hace de la criatura un ser finito distinto de su Creador, Ser infinito que está en la eternidad. La caída del hombre es primeramente una caída en el tiempo, lo que equivale a decir que para el hombre vivir en el tiempo no es normal y va en contra de su naturaleza original y celeste, y es una salida fuera del centro Divino hacia los bordes de la gran rueda cósmica que arrastra al mundo en un perpetuo cambio. Y ahí está el peligro: El tiempo se despliega en una serie indefinida de ciclos que se engendran unos a otros y todo hombre marcado por el pecado original y sus consecuencias no puede sino hundirse en ese torbellino sin fin de la duración. Pero como Dios saca el bien del mal, esta situación tiene salida. Si el tiempo es un mal, también él nos conduce hacia el Mesías y el encuentro con Dios que es una salida fuera del tiempo.
Para salir del tiempo hace falta una ruptura brutal que saque al hombre del torbellino y le establezca en el estado que le era propio antes de la caída. Esta ruptura la logra el Bautismo, virtualmente por lo menos aunque el hombre siempre puede recaer. Así, mientras nuestra individualidad esté en el tiempo (la vida) debemos afianzar y profundizar nuestro Bautismo; la función de los Sacramentos es ayudarnos a ello. Salvarse, para el hombre, es salir del tiempo, del movimiento, para encontrar su centro estable en Dios y debe saber que a través del tiempo está destinado a alcanzar la eternidad, por lo que ha de superar y vencer el tiempo. Por ello la práctica de la liturgia en su ciclo anual es una ayuda preciosa y necesaria: En el Templo y por el Templo el tiempo ha sido vencido, el fiel se encuentra en el centro del mundo y simbólicamente en el Paraíso, la Jerusalén celeste. El ritual transforma el tiempo profano del hombre en un tiempo sagrado que está más allá del tiempo, y esto ¿cómo se consigue?. Primero, mediante lo que podemos llamar un vuelo sobre la totalidad del tiempo y a continuación una reactivación de la vida de Cristo.
Así, al celebrar un culto a lo largo del año haciendo de él no solo vivir santamente ese tiempo, sino también revivir santamente toda la duración del mundo; por tanto, la repetir la vida de Cristo se produce una regeneración espiritual del individuo. Por la repetición del ritual nos convertimos en contemporáneos del Cristo y nos incorporamos poco a poco a sus misterios hasta que Él se haya formado en nosotros.
Cristo con Su muerte y bajada a los infiernos, ha liquidado todas las consecuencias de la caída de la humanidad y ha permitido a ésta seguirlo en Su Resurrección y Ascensión, es decir, salida del ciclo del tiempo, su paso más allá de todos los cielos, o sea, del movimiento cósmico; por eso el Cristo es llamado Sol sin ocaso.
El objetivo de la liturgia anual, es el de incorporarnos a Cristo al hacernos asimilar todas las fases de la vida terrena y es en el tiempo de nuestra vida, donde debe hacerse la asimilación de los misterios Crísticos. La periodicidad de las fiestas nos coloca en situación de participar en los arquetipos de nuestra salvación, haciendo presente el contenido de los arquetipos de la vida de Cristo.
Antes de entrar en la estructura del ciclo anual de la liturgia ajustado al tiempo solar, veamos la armoniosa consonancia del tiempo y el espacio litúrgico en él. La ornamentación de las Catedrales nos servirá de texto, particularmente Amiens (Francia) que es la que mejor nos ilustra.
Catedral de Amiens (Francia)
La fachada representa de abajo a arriba el ciclo del año con los signos del Zodiaco, el pasado y presente de la historia, Antiguo y Nuevo Testamento en simetría con el Cristo en el Juicio Final. En el tímpano, el Cristo, Ǻ y Ω. Debajo, San Miguel pesa las almas. Los signos del Zodiaco son Aries y Libra, el eje litúrgico. Pascua se sitúa en la subida del Zodiaco, el paso de la zona oscura a la luminosa; la fiesta de San Miguel por el contrario, que evoca la muerte de los hombres se sitúa en el descenso, en la zona de la luz a las tinieblas. A la izquierda de Cristo están los condenados; la escena corresponde a Cáncer, al solsticio y a la fiesta de San Juan Bautista. Este solsticio llamado la puerta de los hombres según los antiguos, abre la mitad descendente del cielo y conduce a las sombras, a los infiernos. A la derecha brillan los elegidos con San Pedro que abre el cielo, correspondiendo esta escena a San Juan evangelista y al solsticio de invierno o puerta de los dioses, que abre la mitad ascendente del Zodiaco y conduce al cielo. El signo correspondiente a Capricornio, el signo de Jano, el dios portallaves de las puertas celestes, al cual le han sucedido San Pedro y los dos San Juan: El Precursor que prepara los caminos del Señor y el evangelista que refiere la frase “ Yo Soy la puerta (del cielo)”. Todo el pórtico centrado en Cristo y el Juicio es como las vidrieras una teología de la historia y están en consonancia con el ciclo astronómico. El pórtico de Amiens es una teofanía solar del Logos Divino y ofrece esculpido en la piedra el diagrama del ciclo litúrgico, cuyas fiestas más antiguas y esenciales como son la Navidad, Epifanía, Pascua, San Juan Bautista, San Miguel, etc., se sitúan sobre la línea de los equinoccios y los solsticios en relación con el Zodiaco y el Juicio Final.
El Sol nacido en la Navidad, se eleva poco a poco hasta el equinoccio de primavera que asegura su tiempo, luego sigue hasta el solsticio de verano su subida hasta el cenit, durante el cual se celebran las fiestas de la Ascensión y Pentecostés. Es el curso del Sol invencible que triunfa sobre las tinieblas del infierno y el del Cristo Sol sobre las sombras del pecado y la muerte. Durante la primera mitad de ese recorrido, algunas fiestas de menor importancia, señalan las etapas del triunfo Divino: Después de Navidad y la Epifanía, las fiestas de la Luz no han terminado. Está todavía la Candelaria que es una teofanía solar vinculada con grandes celebraciones de Diciembre y Enero; ella evoca la entrada del niño en el Templo de Jerusalén, es decir, el cumplimiento de la profecía de Ezequiel “La Gloria del Señor entra en el Templo”. Es así mismo la glorificación de María como puerta del cielo.
Después del solsticio de verano, el Sol declina pero no Cristo. Se celebra entonces la fiesta de San Juan Bautista quien dijo: “Es preciso que Él crezca y que yo disminuya”; esa fase descendente del ciclo anual, está ocupada por el tiempo después de Pentecostés, ese largo periodo que corresponde a la vida de la iglesia terrena sometida siempre a la duración que nos arrastra poco a poco hacia la muerte invernal. En uno de los extremos de la línea de equinoccios, se sitúan aparte de la Pascua, la Anunciación (25 de Marzo), fiesta solar de la concepción de Cristo fijada a partir de la fecha de la Navidad (nueve meses) y la víspera, fiesta de San Gabriel (Fuerza de Dios), concuerda con la subida primaveral del Sol y su misión que es anunciar la venida de Jesús, el Dios Fuerte y en el otro extremo el 29 de Septiembre fiesta de San Miguel que es también solar, la representación del arcángel armado con la espada (símbolo solar) en la lucha con el dragón, se inscribe en la tradición de los grandes mitos que dan cuenta de la lucha entre la luz y la oscuridad. Así los dos arcángeles custodian los solsticios y estas cuatro estaciones corresponden además a las cuatro virtudes cardinales representadas por los siguientes personajes: Gabriel à Fortaleza; Miguel à Justicia; San Juan Bautista à Templanza y San Juan evangelista à Prudencia. Paralelamente a San Miguel, tenemos la fiesta de San Jonás cuya historia se incluye en los mitos solares: El héroe engullido por el monstruo es una imagen del ciclo descendiente que devora al Sol y veremos la importancia del signo de Jonás al hablar de la Pascua.
Se dice que Lucifer quiso elevarse como el lucero brillante, hijo de la aurora, pero fue echado por tierra y cae en la noche en el momento en que el Sol declina hacia el invierno. Además el signo de Septiembre, Libra, también relacionado con San Miguel pesando las almas al final del ciclo. En la misma época, encontramos las témporas, fiestas solares que corresponden a las cuatro estaciones. Las témporas de Septiembre han reemplazado a la fiesta judía de los Tabernáculos.
(continuará)
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