El segundo grado de humildad, consiste en que uno, al no amar la propia voluntad, no se complace en satisfacer sus deseos, sino que responde con hechos a aquellas palabras del Señor que dicen: “No he venido para hacer mi voluntad, sino la del que me ha enviado”. También dice la Escritura: “La voluntad conduce a la pena y la obligación engendra la corona”.

El tercer grado de humildad consiste en someterse al superior con toda obediencia por amor a Dios, imitando al Señor, de quien dice el apóstol: “Se hizo obediente hasta la muerte”.

El cuarto grado de humildad consiste en que, en la práctica de la obediencia, en dificultades y en contradicciones e incluso en cualquier clase de injusticia a que uno se vea sometido, sin decir nada, se abrace a la paciencia en su interior y manteniéndose firme, no se canse ni se eche atrás, ya que dice la Escritura: “Quien persevere hasta el fin se salvará”, y también: “Ten coraje y aguanta al Señor”. Y mostrando como el que desea ser fiel, debe soportarlo todo por el Señor, incluso las adversidades, dice en la persona de los que sufren: “Por ti se nos entrega a la muerte todo el día, nos tienen por ovejas de matanza”. Y seguros con la esperanza de la recompensa Divina, prosiguen alegres: “Pero todo esto lo superamos gracias al que nos amó”.

Y en otra parte dice también la Escritura: “¡Oh Dios!, nos pusiste a prueba, nos refinaste en el fuego como refinan la plata, nos empujaste a la trampa, nos echaste a cuestas la tribulación”. Y para indicar que debemos estar bajo un superior, añade a renglón seguido: “Has puesto hombres sobre nuestras cabezas”. Y cumpliendo así mismo el precepto del Señor con la paciencia en las adversidades y en las injusticias, si les golpean una mejilla, presentan también la otra; al que le quita la túnica, le dejan también la capa; requeridos para andar una milla, andan dos; con el apóstol Pablo, soportan los malos hermanos y bendicen a los que les maldicen.

El quinto grado de humildad, consiste en no esconder, sino manifestar humildemente a su Abad, todos los malos pensamientos que vienen al corazón de uno y las faltas cometidas secretamente. La Escritura nos exhorta a ello cuando dice: “Revela al Señor tu camino y espera en Él”. Y también dice: “Confesaos al Señor, porque es bueno, porque es eterna Su misericordia”. Y también el profeta dice: “Te manifesté mi delito y no oculté mis iniquidades. Dije: Confesaré contra mi mismo mi iniquidad y Tú perdonaste la malicia de mi corazón”.

El sexto grado de humildad, consiste en que el monje se contente con las cosas más viles y abyectas y se considere como obrero inepto y indigno para cuanto se le mande, diciéndose a sí mismo con el Profeta: “He quedado reducido a la nada y no sé nada, me he convertido en una especie de jumento en Tu presencia, para siempre estoy contigo”.

(continuará)

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