Capítulo V.

La Taciturnidad

Hagamos lo que dice el Profeta. “Yo me dije: Vigilaré mis caminos para no pecar con mi lengua. He puesto una guardia a mi boca. He enmudecido y me he humillado y me abstuve de hablar cosas buenas”. Enseña aquí el Profeta, que si a veces hay que renunciar a conversaciones buenas por razón de la taciturnidad (1), ¡cuánto más hay que abstenerse de las conversaciones malas por el castigo que merece el pecado!. Por lo tanto, aunque se trate de conversaciones buenas y santas y de edificación, dada la importancia de la taciturnidad, no se conceda a los discípulos perfectos, sino raras veces, licencia para hablar, porque escrito está: “Si hablas mucho, no evitarás el pecado” y en otro lugar “Muerte y vida están en poder de la lengua”. Además, hablar y enseñar incumbe al maestro; callar y escuchar corresponde al discípulo.

Por eso, cuando sea necesario preguntar algo al superior, pregúntese con toda humildad y respetuosa sumisión. Pero las chocarrerías, las palabras ociosas y las que provocan la risa, las condenamos en todo lugar a reclusión perpetua y no admitimos que el discípulo abra la boca para semejantes expresiones.

(1) Taciturnidad (tarciturnitas). Más que la calidad de taciturno (callado, silencioso, poco amigo de hablar), indica la Regla benedictina la discreción en el uso de la palabra, el dominio de la lengua.

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