Autor: Hno. M.A.R.+
El plan Divino de la salvación
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en Cristo, por cuanto nos ha elegido en Él, antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en Su presencia en el Amor, eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de Su Voluntad, para alabanza de la gloria de Su gracia, con la que nos agració el Amado.
En Él tenemos, por medio de Su sangre, la Redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de Su gracia, que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de Su voluntad, según el benévolo designio que en Él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: Hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los Cielos y lo que está en la Tierra.
A Él, por quien somos elegidos herederos de antemano, según el prévio designio del que realiza todo conforme a la decisión de Su voluntad, para no ser nosotros alabanza de Su gloria, lo que ya antes esperábamos en Cristo.
En Él, también vosotros, tras haber oído la Palabra de la verdad, el Evangelio de nuestra salvación y creído también en Él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es prenda de nuestra herencia, para la redención del pueblo de su posesión para alabanza de Su gloria.
Triunfo y supremacía de Cristo
Por eso también yo, al tener noticias de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestra caridad para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, Espíritu de sabiduría y de Revelación para conocerle perfectamente, iluminando los ojos de vuestro corazón, para que conozcáis cual es la esperanza a que habéis sido llamados por Él, cual es la riqueza de la gloria otorgada por Él en herencia a los santos, y cual la soberana grandeza de Su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de Su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a Su diestra en los Cielos, por encima de todo pPrincipado, Potestad, Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene nombre, no sólo en este mundo, sino también en el venidero. Sometió todo bajo sus pies y le constituyó cabeza suprema de Su Iglesia que es Su Cuerpo, la plenitud del que lo llena todo en todo.
(continuará)
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