Y líbranos del mal

Pedimos a Dios, que manifieste Su victoria sobre el Maligno, venciendo a Satanás que se opone a Su Plan de salvación. Esta petición, conecta directa y expresamente con otra de Jesús, después de la Última Cena: No te pido que los saques del mundo, sino que los libres del mal. (Juan 17, 15).

El texto original, puede significar tanto el mal, la maldad , la perversidad, como el enemigo malo o perverso, el Maligno. En este caso, no es el mal en abstracto, sino personificado en Satanás o el demonio.

Nada impide que cuando pedimos ser liberados del mal, incluyamos también todos los malos pasados, presentes y futuros. Así nos expresamos después del Padre Nuestro, en la celebración Eucarística. Esa plegaria nos brinda el lado positivo, “concédenos la paz en nuestros días, para que vivamos siempre libres de pecado esperando Su venida”. Vencido el Mal, llegará el Reino, los cielos y la Tierra nuevos.

El mal aparece como un negro pozo sin fondo, con mal físico, moral, social, peligros y angustias. Toda esa cara oscura de nuestra condición humana, hasta que libres del mal, ya no haya lágrimas, ni muerte, ni luto, ni llanto, ni pena (Apocalipsis 1,4).

Ya, casi en el último instante de nuestra oración, tensamos el arco y los músculos y lanzamos hacia Dios ese grito-súplica, mientras nos enfrentamos ante el problema del mal, sus raíces y su gran fuerza. La plegaria es corta, pero también densa e intensa.

Tenemos que respirar al final, con un Amén confiado y seguro, porque nos sentimos y estamos en las manos de Dios , que es Padre Nuestro.
(continuará)

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