Y no nos dejes caer en la tentación

En esta petición, suplicamos a Dios que no nos permita tomar el camino que nos conduce al pecado. Se implora al Espíritu de discernimiento y de fuerza. Pedimos la gracia de la vigilancia y la perseverancia final.

La súplica alcanza un sentido dramático si se refiere a la última tentación, al final de nuestro combate en la Tierra.

Lo que pedimos, es la perseverancia final. Para algunos exegetas, se trata de la gran tentación: pedimos no sucumbir en la tentación de apostasía. Algunas traducciones literales, decían “no nos induzcas a la tentación”. No se puede atribuir a Dios, responsabilidad en nuestras tentaciones. Dios, ni es tentado por el mal ni tienta a nadie. Que nadie diga cuando es tentado, que Dios le tienta, porque Él no tienta a nadie para el mal.

No pedimos a Dios que nos evite la tentación, sino que nos ayude a no caer en ella, que no nos deje solos a merced de nuestras débiles fuerzas. Puede verse como paralelo de esta petición el texto evangélico: No te pido que los quites del mundo, sino que los guardes del Maligno (Juan 17, 15).

San Agustín, insiste en que nuestra vida no puede estar sin tentaciones. Nadie se conoce a sí mismo, si no es tentado. No se puede ser coronado si no se ha vencido y no se vence sin combate, y no hay combate si no hay enemigos y tentaciones. Una tradición, pone en boca de Jesús, en la noche de sudor de sangre en el huerto de Getsemaní, esta frase: “Nadie puede alcanzar el Reino, sin pasar antes por la tentación”.
(continuará)

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