Perdona nuestras deudas/ofensas asi como nosotros perdonamos a nuestros deudores/a los que nos ofenden.
Al implorar la misericordia y el perdón de Dios para nuestras ofensas, ponemos una condición previa: Que nosotros perdonemos a nuestros enemigos.
En esta petición, confesamos nuestra miseria, la misericordia de Dios y nuestro propósito de ser también misericordiosos. Cuando nuestros labios pronuncian estas palabras, nuestro corazón está reconociendo que somos pecadores. Es la expresión y la vivencia del publicano. Con los labios, estamos pidiendo perdón, en nuestro interior, estamos en el camino de vuelta a casa del Padre.
Para que haya verdad en nuestros labios, tenemos que sentir y decir que somos pecadores. Si pensamos que no tenemos pecados, nos engañaríamos, no estaría con nosotros la verdad; si decimos que no hemos pecado, le hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros (Juan 1, 8-10).
Esta súplica es un recordatorio del río de perdón y misericordia que recorre toda la Biblia. El río desemboca en Jesús, que recibe a los pecadores, come con ellos y derrama Su sangre para el perdón de los pecados.
Decimos en plural, perdónanos nuestras ofensas. Estamos entre pecadores y nos sentimos como tales. El que no se siente y se confiesa pecador, es incapaz de pedir perdón y de dar u otorgar perdón.
Hablamos antes de deudas y ahora de ofensas. Deuda, culpa u ofensa, está claro, que en la referencia de Dios, hablamos de pecado y en referencia al prójimo, del daño o mal que le hemos causado.
(continuárá)
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