San Agustín nos dice, que recorriendo todas las oraciones de la Escritura, no cree que podamos encontrar algo que no esté incluido en el Padre Nuestro. Para Santo Tomás, estamos ante la más perfecta de todas las oraciones, no sólo pedimos lo que podemos desear, sino también el orden en que debemos desearlo.
Para San Juan de la Cruz, en las peticiones del Padre Nuestro, se encierra todo lo que es voluntad de Dios y todo lo que nos conviene y para Santa Teresa, como quien está ante algo inconcebible, es “cosa espantosa cuan subida de perfección es esta oración… Espántame yo hoy hallándome aquí en tan pocas palabras toda la contemplación y perfección metida, que parece no hemos menester otro libro, sino estudiar en éste”.
Hay que pararse y verificar sin prisas, lo que nos señalan los comentaristas. Literariamente, es un texto perfecto para aprender de memoria y transmitirlo de generación en generación. Posee ritmo, simetría, etc. Son claras las dos partes que lo componen: Mirando al cielo (tres deseos) y mirando a la Tierra (tres o cuatro peticiones). Se entrecruzan dos líneas de fuerza: Hacia el Padre (Su Santidad, Su Reinado, Su Voluntad); hacia la Tierra (el pan, el perdón, la tentación, el mal).
Frente a la interpretación de tres peticiones geocéntricas (derechos de Dios) y cuatro antropocéntricas (derechos del hombre), pero en realidad, todas son peticiones de la segunda, porque todas interesan al hombre, es decir, Dios no tiene necesidad de que el hombre sea defensor de Sus derechos Divinos. Lo que pedimos en la primera parte (nombre, reino, voluntad) nos interesa como hombres y tiene mucho que ver con nuestra realización humana.
(continuará)
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