Vamos ahora a ir dando una visión de esta maravillosa oración:

Padre Nuestro, que estás en los cielos.

Estamos en la obertura de la oración y ante un pórtico deslumbrante y sorprendente. San Agustín, decía que lo primero que hay que hacer en toda súplica, es ganar la benevolencia de aquél a quien vamos a pedir. Qué hacer, ¿ un elogio o una alabanza?. Nada mejor, que dirigirnos a Él como Padre Nuestro.

Jesús, podía haber elegido una palabra solemne o majestuosa, pero quiso eliminar todo lo que pudiera sugerir temor o distancia y por eso, elige el término que nos puede inspirar más amor y confianza, la palabra más grata y suave, el sinónimo de cercanía, amor y ternura: ABBÁ, Padre.

Los Evangelios, conservan esta palabra original en arameo, como pronunciada por Jesús. Es la invocación dirigida por el niño pequeño a su Padre y Jesús, nos autoriza y nos invita a hablar así con Su Padre. Si el Padre Nuestro es el resumen o compendio del Evangelio, la palabra ABBÁ, sería la esencia del Padre Nuestro.

ABBÁ, es sin duda la palabra más densa de todo el Nuevo Testamento, ya que ella nos revela el misterio último de Jesús, que al atreverse a llamar a Dios con ese término, nos ha entregado Su propia autoconciencia y con ello el secreto de Su amor.

Decimos Padre, porque hemos sido hechos hijos. Tenemos audacia, confianza filial, nos atrevemos, no es el miedo ante la zarza ardiendo. Conciencia filial, seguridad alegre, humilde certeza de ser amado. El Espíritu, nos hace clamar: ¡Abbá!, ¡Padre!….

A Dios, nadie lo ha visto…, Jesús es el único que sabe, nos dice, nos revela que es Padre Nuestro.
(continuará)

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