Como visitar un Templo (I)
Es preferible escoger momentos de Sol, que iluminará el ábside por la mañana y el portal real por la tarde. Si es posible, daremos primero una vuelta al edificio empezando por el portal norte, examinando los ábsides que en las iglesias pequeñas sugieren intimidad, y siguiendo las líneas de los canecillos, pasar por los portales sur y oeste. Nos sentimos impulsados a penetrar en el Templo, pero antes debemos meditar.
Estamos ante piedras unidas, según decía San Bernardo, por el conocimiento y el amor, y como los cristianos, son piedras vivas integrantes de la Ecclesia, de la reunión de fieles. Ahora, subimos una escalinata, y con esto, nos debemos elevar y ascender humildemente hasta el umbral del Templo.
Llegamos al porche, y en él se realiza el primer contacto con los neófitos, que antiguamente debían permanecer en el nartex o porche cubierto. A veces hay otro nartex más al interior, al objeto de que el neófito, ya cercano a la comunidad, se prepare más profundamente con la meditación. Acercarse al porche, supone un primer diálogo con los capiteles, lugares privilegiados de enseñanza con su lenguaje simbólico, que obligadamente debe meditarse. Al mismo tiempo, el mensaje de esos capiteles se refiere a la necesidad de purificación previa a la entrada en el templo.
La representación de figuras en capiteles y arquivoltas representativas de vicios, avaricia, lujuria y mensajes de superioridad del espíritu, las múltiples representaciones del alma o el hombre luchando contra el dragón, alude a la necesidad de luchar contra las pasiones y vencerlas. Mediante el símbolo, la piedra vive, habla, nos pone en situación de llegar a una comunicación más intensa dentro del recinto. Todo el arte sagrado tiene una significación trascendental y debemos meditar teniendo en cuenta el menor detalle, aparentemente decorativo, de las arquivoltas, el entrelazado que sugiere la necesidad e buscar una directriz en la vida; el ritmo de los festones que nos hablan de valor de cada momento cuya realidad es función del conjunto.
La piedra habla siempre, acompañada del cántico litúrgico y lo prolonga con el eco de las bóvedas, y el ritmo de la melodía gregoriana se prolonga eternamente en los arcos, pero un aspecto muy importante del lenguaje de la piedra es el de su silencio.
Entramos en el recinto y nos sentimos cautivos del silencio profundo, vibrante, que percibimos claramente y multiplica el efecto del lenguaje interior. El silencio de las piedras se siente en la intimidad del alma y da la impresión de que el tiempo no transcurre. El silencio solo es soportable para el que ha vaciado previamente el espíritu de todos los pensamientos intrascendentes, y ahí vivimos nuestra primera experiencia de eternidad. El silencio nos lleva a nuestra propia profundidad, nos inspira y facilita el encuentro. Es purificador y celebra los esponsales entre Dios y el alma. El silencio, también es muerte, la muerte necesaria para que aparezca el nuevo hombre, mutación que tantas veces recuerdan los capiteles.
Dentro del edificio, nos sentimos envueltos por las piedras, recibidos por la comunidad , protegidos, apartados del mundo y al mismo tiempo en el centro de ese mundo. Aunque San Bernardo no era partidario de luces ni decoración sino sobriedad que no distrajera de la oración en los claustros, la desnudez de la piedra no distrae el espíritu. Muchas iglesias confieren a la luz una importancia primordial: Las tres ventanas del ábside, simbolizan a la Trinidad y la luz que entra en el amanecer a la Resurrección. Las ventanas se ensanchan interiormente, casi cerradas a las vanidades del mundo, modestas en apariencia, pero espléndidas por dentro y llenas de luz para recibir los dones espirituales y la belleza del cosmos.
Observemos la forma del edificio. Normalmente, será una cruz latina. Ya desde los egipcios, simbolizaba la unión del tiempo y el espacio; la barra horizontal señala los solsticios y equinoccios y la vertical relaciona los polos en el plano del ecuador. La intersección de ambas, señala el eje del Universo, encima del cual está la cúpula, cielo de los cielos, a menudo estrellada.
La planta octogonal se refiere especialmente a la purificación del fiel que ha de resucitar, por lo que inducen a creer que se trata de monumentos funerarios. Si el estilo gótico es muy directo en sus evocaciones, salvo la simbología de las proporciones y consiguiente numerología, el románico es pura evocación simbólica, pero cada detalle nos guía en nuestro viaje espiritual.
La pila del agua bendita, que contiene las aguas primordiales, colocada a la entrada, muestra el número ocho en alguno de sus elementos, e indica la conjunción de 4, el cuerpo; 3 el principio activo del alma y el 1, Dios, o sea, la nueva vida que sigue el Bautismo y las purificaciones. Pero la pureza, es el resultado de la transmutación del hombre. La purificación supone sufrimiento y muerte. El hombre, como el metal de los alquimistas, saldrá purificado por el fuego que además le brindará la luz. La ascesis desemboca en el despertar, el renacer. La muerte Iniciática precede a la aparición de la pureza del espíritu.
En esta fase, el mensaje del símbolo es tosco y parcial y será eliminado a favor de la misma luz Divina; ya no se necesita un soporte material, más o menos estetizante disperso en su multiplicidad, que sólo vale para intuiciones iniciales.
(continuará)
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