Autor: Fr. Sion de Bouillon

El historiador León Gautier, incurre en el mismo error al considerar a la Caballería como el octavo sacramento de la Iglesia medieval. En realidad una Iniciación está siempre muy por arriba de cualquier sacramento habido y por haber, dado que lo sacramental es cosa propia de lo meramente religioso, perteneciendo así a un orden inferior de cosas. Si bien la Iglesia luchó por desempeñar el papel de otorgadora de la Orden de Caballería, casi siempre era un Caballero laico quien la otorgaba a un aspirante y esto era naturalmente lo correcto para mantener el linaje o filiación Iniciático.

Un Caballero podía armar a un aspirante en cualquier lugar y momento y de ninguna manera se requería iglesia o fraile para la ordenación o recepción de armas del nuevo Caballero.

Otra idea errónea es pensar que bastaría el valor y destreza en combate para ser un perfecto Caballero.

No es así, ya que los compromisos éticos del Caballero eran mucho más severos y exigentes. Ello surge del ritual mismo de la Iniciación del cual Ramón Llull (o Raimundo Lulio), nos ha legado admirable descripción en su “Libro de la Orden de Caballería”. Allí todo es símbolo. El baño previo del nuevo Caballero es símbolo de purificación. El cinturón blanco que se le ciñe representa la castidad. La espada que empuñara es bendecida generalmente antes con palabras que recuerdan al ordenado su deber de proteger a la justicia y a los débiles, a las viudas y a los huérfanos. Se le fijan las espuelas, símbolo tradicional del dominio que debe ejercer sobre la bestia o sea su propia naturaleza inferior. Por último recibe la acolada o suave bofetón símbolo de sufrimiento y pruebas y el ósculo fraternal que lo liga a la Orden para siempre. Previamente ha recibido el espaldarazo, toque con la espada en los hombros y la coronilla y que constituye el momento culminante de su ordenación, la que constituye en sí la Iniciación caballeresca llamada a menudo “recepción de armas”.

Siguiendo a René Guénon, veamos las diferencias entre las Iniciaciones caballerescas, sacerdotal y real. En primer lugar ya hemos aclarado que la verdadera ordenación como Caballero ni era Sacramento ni bendición sacerdotal. Era y es, insisto, una Iniciación y el único facultado para transmitirla era un Caballero ya Iniciado antes, continuando así el linaje como ya se ha subrayado. Que esto fuera a veces practicado por un sacerdote era en sí incorrecto y hacia que dicha Iniciación se redujera en tales casos a algo puramente simbólico.

San Bernardo de Clairvaux fue en su momento la figura cumbre de la cristiandad y había recibido de los sacerdotes Druidas en su juventud una Iniciación sacerdotal que transmitió a los nueve Caballeros, que con Hugues de Payns a la cabeza fundaron la Orden de los Pobres Caballeros del Cristo, luego Orden del Temple. Es importante subrayar esto, por cuanto esos Caballeros ya lo eran cuando San Bernardo los Inició.

Sin embargo San Bernardo no poseía al parecer Iniciación caballeresca alguna. Esto explica su conducta cuando se trató de hacer Caballero a Enrique, hijo del conde de Champagne. San Bernardo le escribe entonces a Manuel Conmeno, Emperador griego, que sí era Caballero, diciéndole que le enviará a Enrique para que lo ordene como tal. Si todo se hubiera reducido a una simple bendición sacerdotal o bien si hubiera correspondido a una Iniciación sacerdotal San Bernardo mismo hubiera podido sobradamente otorgarla.

Vemos además que René Guénon se equivoca en “Autorité Spirituelle et Pouvoir Temporel”, cuando sostiene que necesariamente los sacerdotes Iniciados debían conferir ambos tipos de Iniciaciones lo que, según Guénon, aseguraría la legitimidad efectiva de la transmisión espiritual que ello supone. Solo puede transmitirse en rigor lo que previamente se ha recibido.

Al hablar de Iniciación sacerdotal no me refiero al sacerdocio de ningún credo exotérico. Más propio sería hablar en términos hinduistas trazando un paralelo con el Brahmin y el Castrilla, donde si se presenta algo que tiene carácter Iniciático y un paralelo evidente con lo que aquí nos ocupa. Hay una diferencia esencial entre ambas castas, la de los Brahmines y la de los Kshatriyas. El Brahmin pertenece a la casta más alta cuya función y misión es puramente espiritual. El combate cae fuera de sus deberes. El Castrilla es el guerrero por excelencia. Kshata significa dolor y Castrilla es quien libra combate para liberar a los seres del dolor. Vemos pues que la Iniciación Caballeresca viene de antiguo y de lejos.

La Iniciación caballeresca está íntimamente emparentada a la Iniciación real pues ambas están estrechamente ligadas al poder temporal. En esto Guénon señala con justeza que al estar este poder temporal sometido a todas las contingencias de lo transitorio, requiere que lo sacralice un principio de orden superior. De esto proviene el “derecho divino” tradicionalmente asignado a los reyes. Sin embargo todo indica que ese principio de orden superior debe actuar en fase y concordancia con el objetivo perseguido. Así la Iniciación real se compone de la sacerdotal y de la caballeresca y solo puede transmitirlas quién las posea. Maurice Keen en su obra ya citada dice: “La ceremonia de hacer un Caballero parece, por lo tanto, tener una relación muy próxima con el rito de la coronación”.

Sería un error grosero suponer que este rito de coronación constituyó siempre una Iniciación efectiva dado que, en la enorme mayoría de los casos, se redujo a algo de naturaleza meramente simbólica y religiosa, una mera “exteriorización” de la Iniciación reservada a los reyes, como bien apunta Guénon.

Con respecto al “honor compartido” mencionado por Keen y otros autores, entender esto desde el punto de vista religioso es simplemente imposible pero el problema se resuelve por sí solo desde una perspectiva Iniciática. Keen se contenta con mencionar el tema en estos términos: “Recibir la Caballería de manos de un señor (y Caballero) de privilegiado rango, une al destinatario al honor y dignidad del señor”. Cesar Cantú, que dedicó muy bello y extenso estudio al tema de Caballería, recalca que “para armar un Caballero era indispensable serlo, y el Iniciado quedaba ligado respecto del que le había conferido la ordenación con un parentesco espiritual, de tal manera que por nada y en ningún caso podía hacer armas en contra suya”. En un cantar de gesta Renaud de Mantauban exclama “No defenderé tierra alguna de Carlomagno” a lo cual replica Ogier: “No, pero recuerda que él te armó Caballero”, recordando así a Renaud que jamás podrá lucha en contra de Carlomagno o de sus huestes. Solo un felón podría hacer semejante cosa, jamás un Caballero”.

Esto era el “compartir el honor”, lo que en lenguaje Iniciático equivaldría a elegir la filiación más honrosa y el Maestro más elevado para recibir la propia Iniciación. Así para dar un símil, equivaldría a preferir un Rimpoche a un simple Lama en el budismo tibetano, o un Parama Gurú a un Swami en el hinduismo.

En el mundo moderno con la mentalidad utilitaria y materialista no se comprende que un Caballero se arriesgara a ser herido o muerto por causa que no sea la suya o simplemente para demostrar su valor y mucho menos como puede ser el paladín de una dama y jugarse la vida por ella, sin aspirar en lo más mínimo a sus favores carnales y, más aún, cuando esta dama era generalmente la esposa de otro. El egoísmo y degradación del ser humano de hoy constituyen ciertamente un velo muy espeso que le impide toda comprensión en el orden metafísico, el que pasa así completamente desapercibido e ignorado.

(continuará)

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