Muerte de Jesús  (I)
Era ya cerca de la hora sexta cuando, al obscurecerse el Sol, hubo oscuridad  en toda la Tierra hasta la hora nona. EL velo del Santuario se rasgó por medio y Jesús, dando un fuerte grito dijo: Padre, en Tus manos encomiendo Mi Espíritu”, y dicho esto, expiró. Al ver el Centurión lo sucedido, glorificaba a Dios diciendo: ¡Ciertamente, este hombre era justo!. Y todas las gentes que habían acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvieron golpeándose en el pecho. Estaban a distancia viendo estas cosas, todos sus conocidos y las  mujeres que le habían seguido desde Galilea”.
                                          
Al referirse al Sol, la traducción más literal del original griego de San Lucas, sería que “el Sol perdió fuerza”. “se debilitó” o “dio menos luz”, ya que el calendario judío, el lunar, sitúa la Pascua coincidiendo con la Luna llena, pero los eclipses de Sol sólo son posibles en periodo de Luna nueva. Sin embargo, en este pasaje, lo realmente importante son los símbolos, ya que las tinieblas vendrían a ser “Signo de luto en el Universo por el drama que está consumado en el Gólgota y el dolor del Padre Creador por el sufrimiento del Hijo Redentor”. Por consiguiente, los prodigios cósmicos simbolizan la teofanía de Dios, Su manifestación al mundo.
Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, se extendieron las tinieblas sobre la Tierra, produciéndose una terrible consternación. Cuando el Sol empezó a ocultarse, los gritos, las imprecaciones, los lamentos de los dos ladrones, los insultos de los fariseos, las idas y venidas de los soldados, la marcha de los verdugos borrachos habían disminuido. Sin embargo, a medida que las tinieblas se hacían más densas, los “espectadores” estaban más sobrecogidos y se alejaban de la cruz. El silencio se apoderó de aquel escenario cruento: Unos, miraban al cielo, otros, volvían los ojos hacia la Cruz llenos de arrepentimiento y se daban golpes en el pecho. Los fariseos, aunque intentaban explicar aquellos fenómenos sobrenaturales, acabaron callándose. El disco del Sol era de color naranja oscuro y estaba rodeado de un círculo de fuego. Las tinieblas penetraron toda la Tierra y lo penetraron todo. Parecía que la Naturaleza quisiera esconder el horror de aquel espectáculo sangriento.
El “khamsim”, era un fenómeno meteorológico de Judea, que se caracterizaba porque el siroco del desierto arrastraba toneladas de arena desde el desierto y en pocos minutos, había oscurecido el Sol y llenado el aire de una nube oscura y sofocante. Los soldados creían, que era  enviado por los dioses como muestra de su cólera. El khamsim, cubría el cuerpo de Jesús, dándole un extraño aspecto grisáceo,  como si ya se hubiera convertido en polvo y ceniza.
Que se rasgue el velo del Santuario significa que se ha suprimido el antiguo culto mosaico. Ha nacido un nuevo culto espiritual. Jesús ha destruido el culto del Antiguo Testamento de sangre de animales. Jesús es el Siervo-Sacerdote que con Su propia sangre entra en un Santuario ya no construido por hombres, sino por Dios vivo.
  
Jesucristo inaugura el Viernes Santo el nuevo culto en Espíritu y en Verdad. Toda la vida de Jesús, estuvo consagrada a glorificar a Dios Padre, siendo su punto culminante esta muerte en la que, en medio del desamparo y abandono, se ofreció a Sí mismo. Jesucristo es por tanto, Sacerdote, Víctima y Altar. El Santo de los Santos en el templo de Jerusalén, se abre en el momento en que entra el Sacerdote de la Nueva y Eterna Alianza. Por tanto, Jesús prometió al Buen Ladrón arrepentido Dimas, que ya ahora va a entrar con Él en el Paraíso: después de esto, el velo del templo se rasgó, es decir, la puerta del Paraíso, que es “estar con Dios”. Jesús expira encomendando Su Espíritu al Padre y a continuación, Jesús entra en el Paraíso a la presencia de Dios y Dimas, va con Él.
En el lugar santo, estaba la mesa de los panes llamados de la “proposición”, el altar de los sacrificios y el candelabro de los siete brazos (Menorah). En el Santo de los Santos, estaba el incensario de oro y el Arca del Testamento cubierta de oro y en ella, una urna conteniendo maná con el que Dios había alimentado al pueblo judío durante su peregrinación por el desierto, y la vara de Aarón, la que floreció ante Dios como señal de elección Divina. Por último, también se conservaban las Tablas de la Ley que recibió Moisés de parte de Dios. Sobre el Arca, había dos Querubines de oro que se miraban y cubrían con sus alas la mesa de los panes de la proposición. Al rasgarse el velo del Santuario en dos, de arriba abajo, no era en absoluto natural, sino una señal Divina, por la cual Dios hace saber que Él ya no estaba allí y que nada  habría de guardar en lo secreto. El templo se quedó vacío. No hacían falta ni velos ni imágenes para hablar de la Verdad, pues estaba a la vista de todos. El Santo de los Santos, estaba ahora en el Calvario, donde estaba también la auténtica Arca de la Alianza, que encerraba todos los tesoros de Dios: La Víctima de la propiciación Divina.
En efecto, la vara de Aarón, había sido sustituida por el árbol de la Cruz. Las Tablas de la Ley, habían sido superadas y perfeccionadas por el nuevo mandamiento de Jesús: Amaos los unos a los otros como Yo os he amado, así también amaos mutuamente. El auténtico maná, era el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, verdadero alimento espiritual para todos los que peregrinamos por este mundo. Para los israelitas, el templo era el lugar donde moraba la Divinidad, que consideraban inaccesible, invisible y misteriosa. Por tanto, una gran cortina separaba el vestíbulo del lugar santo y otra segunda cortina, distanciaba esta parte del templo del llamado Santo de los Santos.
                                         
Este lugar se consideraba la morada de Yahvé y el pueblo jamás cruzaba estas cortinas y sólo los sacerdotes, en circunstancias excepcionales podían hacerlo. Eran cortinas especialmente suntuosas, la exterior, era un tapiz de Babilonia, con brocado de lino azul fino, de escarlata y púrpura. Esta cortina podía ser contemplada desde fuera por los fieles que iban a rezar al templo. No ocurría lo mismo con la interior, que era aún más rica que la exterior. Sobre la hora nona, cuando Jesús expiraba, esta cortina interior llamada paröketh, que separaba el Santo del Santa Santorum, se rasgó en dos de arriba abajo para significar que la misión de Cristo había concluido, quedando abolida la inaccesibilidad del Dios invisible.
(Continuará)
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