La Biblioteca Sanctorum del Instituto Juan XXIII, tiene censados unos diez mil Santos, pero solo unos quinientos han sido canonizados por el estamento eclesiástico y eso fue en el siglo XVII, fecha en que Urbano VIII decretó el control de la causa de los Santos por la Iglesia católica. Aunque ya Alejandro III en 1.163 había proclamado el derecho de la Santa Sede al reconocimiento de los Santos, nadie hizo caso y durante siglos, la aclamación popular era el factor determinante par subir a los altares.
Los artículos 74 y 75 de la Regla del Temple primitiva, nos dice las fiestas que deben celebrar los Caballeros, pero son Santos de uso general de la Iglesia: Matías, Jorge, Esteban, Bartolomé, Jaime, Miguel, Lorenzo, Simón y Judas; todos relacionados con la milicia o el martirio.
El primer Santo específicamente Templario fue Hugo de Payns, muerto hacia 1.136, cuya cabeza era venerada cada 24 de Mayo en un relicario jefe o Baphomet. Posteriormente, surgieron de los scriptorium Templarios, entre ellos, el Breviaire du Temple fechado en 1.233, que contiene algunos oficios del santoral concerniente a ellos y es, junto con el Obituario del Temple, una de las pocas fuentes escritas para rastrear la vida de los Santos Templarios. Muchos de estos documentos ardieron junto a los Caballeros, por lo que se perdió un tesoro más valioso que el oro de la Orden. Eran noticias sobre las relaciones del Temple con el papado y las monarquías; su gobierno interno; posesiones; vida terrenal y celestial, más la existencia y culto de los santos creados entre sus Caballeros.
En el Temple había dos tendencias de pensamientos, por su condición de monjes y guerreros. La ascética y mística del norte de Francia y espíritu caballeresco del sur y los reinos de España.
Esto determinó la personalidad de los Santos Templarios. En primer lugar, de las regiones de Cluny y Citeaux, así como los grandes Santos del siglo XI Hugo de Payns y Godofredo de Saint-Omer, de origen flamenco, uno influenciado por lo religioso y otro por lo guerrero, dentro de la sobriedad de la Orden, debían ser elegantes espiritualmente, pues ello se refleja afuera y la verdad es que consiguieron mezclar lo ascético y lo caballeresco según las épocas y lugares. Así, con los vaivenes de la época, el Vaticano hacía desaparecer numerosos Santos que se habían quedado “anticuados” y ya ni eran útiles, y lo mismo ocurrió con los Santos Templarios tras la desaparición de la Orden. Pero el pueblo se mantiene fiel a sus Santos cercanos rebelándose y haciendo el vacío a muchos Santos oficiales.
El Temple oculto, se valió de esa religiosidad popular para apropiarse de una serie de personajes míticos, cuyas características adjudicó a varios de sus Caballeros y Capellanes que así pasaron a la devoción del pueblo llano. Cuando Urbano VIII decretó el control de la Iglesia para admitir a nuevos Santos, también dio normas sobre como tratar a aquellos incontrolados elegidos Santos por aclamación popular. Se aprobó el Oficio Litúrgico de Santos considerados de devoción inmemorial, cuyo culto había sido prepermitido y éstos se incluyeron en las listas del martirologio romano como si hubieran sido legalmente canonizados, es decir, que la Iglesia consentía más que aprobaba, y a lo más, solo hicieron un “lavado de cara” que los dejara teológicamente presentables. Así que durante siglos, la Iglesia perfeccionó el arte de escamotear, maquillar y falsificar personalidades a sus Santos menos ortodoxos, lo que alcanza cotas virtuosistas en el Barroco, cuando los Santos del Temple aún vivos en el culto popular, fueron desprovistos de sus hábitos y aparecieron como sanjuanistas, ermitaños o franciscanos.
Hubo un escandaloso suceso en Madrid (España). En la calle del Carmen, había una famosa mancebía por 1.570, frecuentada tanto por villanos como por nobles, casa que tenía en su balcón una talla de bella mujer ricamente vestida a modo de reclamo. Todo iba bien hasta que un discípulo del venerable Bernardino de Obregón, entró allí pidiendo limosna y por burla, le mostraron la gesticulante imagen articulada. El pobre hombre, quedó convencido de que aquella obscena figura, no era otra cosa que la imagen de la Virgen, por lo que recogió dinero para “rescatar” la divina imagen para restituirla al culto. Como no se la quisieron vender, el beato alborotó la corte en busca de justicia y lo denunció a la Inquisición, así que las prostitutas acabaron en la hoguera a pesar de los rezos a Santa Nefija, patrona de las prostitutas. La mancebía fue demolida y en su solar, se levantó un convento de Nuestra Señora del Carmen. A la figura se la “purificó” y le dieron honores de santidad con el nombre de Nuestra Señora de Madrid. Luego pasó a la capilla del Hospital General Gregorio Marañón donde aseguran que obró numerosos “milagros”. Esta delirante manera de ocultar personalidades y otorgar otra identidad adaptado al canon espiritual, era de gran eficacia.
Entre los siglos XVI y XVII, los escasos Santos Templarios supervivientes, terminaron vencidos por la contrarreforma del Concilio de Trento que acabó con los últimos disidentes. El mejor ejemplo de Santos simbólicos creados por el Temple y reconvertidos por la Iglesia católica barroca en inofensivos Santos populares, están también en unos personajes, aunque nadie se moleste en escuchar y elevados a los mas altos patronazgos. En 1.570, se prohibió en Madrid el culto a un ermitaño zahorí, donado del Temple: San Isidro; y en 1.590 en Sicilia el culto a un Caballero Templario: San Gerlando. Cuando en 1.619 ambos retornaron al culto público, ya no eran ni sombra de lo que fueron antes. San Isidro se había convertido en beato labrador seglar y el segundo había cambiado su uniforme por el de los Hospitalarios de San Juan. Así que la Orden del Temple había sido borrada, aunque muchos fieles conservaron la memoria de sus orígenes Templarios.