La mitología judeo-cristiana, se sustenta en un Dios Todopoderoso, pero solitario. Como es una desventaja respecto a otras religiones politeístas, la Iglesia creó una intrincada estructura celestial que partía de Dios, se dividía a través de Su “esposa” terrestre, la Virgen María y Su Hijo Divino, Jesús; ramificándose después en una gran serie de apóstoles, mártires, beatos, santas y santos, que suplantarían a dioses, genios, trasgos y espíritus de otras religiones. De este escalafón, hay dos categorías digamos superiores, bien aceptadas por los creyentes: Vírgenes y Santos. Las primeras, suplían las antiguas representaciones de la Madre Tierra, Diosa Madre de la Naturaleza y los Santos sustituían a los genios del mundo natural, que al fin y al cabo, no eran sino emanaciones de la Diosa. La Iglesia, al ver esta rentabilidad, abandonó pronto la idea de los orígenes cristianos, que provenían del concepto hebreo del Dios único: Yahvé (Yo Soy), y sin pudor alguno, dejó de un lado el precepto Divino manifestado en el Sinaí: “No harás esculturas ni imágenes alguna de lo que hay arriba de los cielos ni abajo en la Tierra, ni bajo las aguas. No te postrarás ante ellas ni le darás culto, porque Yo, Yahvé, soy un Dios celoso”.
La Iglesia pensó que la veneración de los Santos atraía fieles y con ellos, donativos. Las órdenes militares del medioevo, por su componente religioso, no iban a ser menos que la Iglesia. Y no lo fueron. Decía Alfonso X el Sabio, que fray Raimundo Sierra, cuyo cuerpo estaba incorrupto y fue cofundador de la Orden de Calatrava, “Poderoso en miraglo et vertudes”. Conservado en la Encomienda de Ciruelos (Toledo), era venerado por los Caballeros de su Orden y otros devotos que venían a solicitar favores y milagros.
En la Casa Madre de Uclés (Cuenca), la Orden de Santiago tenía también adoración por un Caballero muerto en olor de santidad, venerándose en su iglesia multitud de reliquias de Pero Alonso Valdaracete. La Orden de San Juan del Hospital, tuvo cuerpos de Santos en el castillo de Peñalver (Guadalajara), en el santuario de Nuestra Señora de La Salceda, donde recibieron veneración desde el siglo XII los Caballeros sanjuanistas conocidos como los dos hermanitos.
Pero de la poderosa Orden del Temple, ¿dónde están los Santos?. Para averiguarlo debemos atravesar el Mare Nostrum hacia Oriente y desembarcar en las playas de Palestina, aunque primero nos detendremos en el Temple de París. En 1.308, un Caballero llamado Etienne de Troyes, dijo en un interrogatorio, que en un Capítulo General, la noche inaugural, un sacerdote y dos hermanos, trajeron una cabeza y la depositaron sobre el altar, pareciendo de carne, con cabellos blancos, cara lívida y barba parecida a la de los Templarios. Que el sacerdote dijo: “Adoremos la cabeza de quien ha hecho lo que somos y continuamos bajo su protección”. Todos se inclinaron ante esta orden y este testigo dijo que la cabeza era del primer Gran Maestre Hugo de Payns. En contra de lo que pretendían los inquisidores, esta cabeza no era una imagen del diablo, ni un ídolo de Mahoma, simplemente era la reliquia incorrupta de uno de sus fundadores, a quien reverenciaban como el primer Santo Templario, cuya memoria era honrada el 24 de Mayo.
En el castillo de Atlit, en la costa Palestina, los Templarios edificaron una gran capilla poligonal, mayor de treinta metros de ancho, similar a la de Tomar en Portugal. Allí se veneró el cuerpo de Santa Eufemia de Calcedonia, martirizada en el 303 y también los cuerpos de varios Caballeros Templarios muertos en combate, mártires de la fe.
En el castillo de Safad, al norte del mar de Galilea, tenían una capilla octogonal al estilo del Temple, que tenía en sus muros estatuas de diversos Santos de la Orden muertos en combate y venerados como tales. En 1.266 los mamelucos la destruyeron pero antes pudieron llevarse las reliquias a la fortaleza de Acre, y que posteriormente se llevaron a Chipre, quedando unas allí y otras traídas a Europa.
Desde 1.303 unos intrigantes personajes, reclutados entre Templarios expulsados por una conducta disoluta, eran agentes secretos de Felipe IV el Hermoso que sembraban rumores harto venenosos y presuntas atrocidades Templarias, que repitieron durante cinco años en palacios, ermitas y Catedrales, y el propio rey hacía lo mismo a los Papas Benedicto XI y Clemente V, cuando a la vez, colmaba de honores a los Templarios y se jactaba de su amistad. En 1.307 con un Papa sometido en todo, el rey consideró que éste le permitiría atrapar al Temple y el viernes 13 de Octubre, ordenó la detención simultánea de todos los Templarios de su reino. El Papa se quedó de piedra al entrarse porque el rey no le había dicho nada. Ante él, fue detenido Hugues de Payraud, Gran Preceptor de Francia y lugarteniente del Gran Maestre, representante de la Orden ante el Vaticano. Cuando el Papa se atrevió a protestar ante el rey por la detención a sus espaldas, el rey tardó dos meses, durante los cuales el Papa sacrificó su prestigio junto con la vida de más de mil Templarios.
El Gran Inquisidor, Guillermo Imbert, un sacerdote dominico, se cebó cruelmente con los Caballeros detenidos que abandonó en las manos de feroces verdugos de la corona y desde los púlpitos, dominicos y agustinos formaron un coro que lanzaron toda clase de infamantes acusaciones contra los Caballeros hasta el descrédito total. Luego vinieron cinco años de persecuciones, detenciones, torturas y conductas que dieron base legal a las acusaciones del rey y justificaron el despojo de los bienes del Temple, que fueron repartidos entre la monarquía, nobles, la Iglesia y otras órdenes militares. Una de las grandes ironías del proceso al Temple, fue que el ministro real ocupado de las acusaciones, Guillaume de Nogaret, estuvo excomulgado por la Iglesia durante todos los procesos.
El 18 de Marzo de 1.314, fueron conducidos al atrio de Notre Dame el Gran Maestre Jacques de Molay y los tres Visitadores Godofredo de Gonneville (Comendador de Aquitania), Godofredo de Charnay (Comendador de Normandía) y Hugo de Payraud, y allí declararon falsas las acusaciones contra la Orden realizadas bajo tortura, por lo que a la caída del Sol, Jacques de Molay y Godofredo de Charnay fueron quemados a fuego lento, sobre una pira levantada en la Isla de los Judíos.
En España donde los Templaros se hicieron fuertes en diversos castillos, como en Castellote (Teruel), Alba de Aliste (Zamora), Montalbán (Toledo), Jerez de los Caballeros (Badajoz) o Isla Colleira (Lugo), donde sus habitantes se encerraban con ellos para hacer frente a las tropas de monarcas, señores feudales y alto clero.
Para la gente sencilla, los Templarios eran como mártires por defender la justicia y la libertad, peligrosa actitud percibida por la Iglesia, pero que una vez pasados los traumáticos años de persecución de 1.307 a 1.314, el pueblo rehabilita los Caballeros y mitifica al Temple, pues no en vano fue considerada inocente en las coronas de Aragón, Castilla, Portugal, Chipre, Alemania, etc. Entonces se produce un renacimiento del culto a los Santos Templarios, a los que el vulgo llamaba Santos Inocentes, celebrando su memoria el 28 de Diciembre.