El Reino de Dios y su capital, la Jerusalén celeste no son sino la expresión medieval del anhelo de un nuevo orden universal, donde reine la paz y la justicia, el bienestar en un mundo unificado bajo el mando de una Autoridad poético-espiritual, la del rey-sacerdote. Esta fue una idea que parte de los mitos de la Edad de Oro y el Paraíso terrenal; brota en el medioevo y se desarrolla durante los 200 años Templarios para dar unos valores a la humanidad, y es tan fuerte este sueño, que cristalizó con el mito del reino del Preste Juan, situado en algún punto de Asia Central a Etiopía y al que varios reyes y Papas enviaron emisarios pidiendo consejo y ayuda. Allí intentó acudir Ramón Llull en 1.302 desde Chipre, para tratar el tema de unificar las Órdenes militares.
El cambio radical que suponía la idea del nuevo “orden universal”, era una revolución sin precedentes, que si algún grupo optara por seguir estas ideas o tan siquiera especular con ellas, debía tener enorme cautela para que los poderes establecidos aferrados al viejo sistema no se sintieran amenazados y tomaran medidas para guardar sus derechos sobre las vidas y bienes ajenos que estaban sometidos al poder constituido.
Entre los que se tomaron en serio este ideal fueron los Templarios y esa apuesta por la instauración del Reino de Dios en la Tierra, con esos cambios revolucionarios, les obligó a recurrir al esoterismo para ocultar sus intenciones últimas. Solo con oscuros símbolos, dejaron traslucir lo que pensaban. Si los hubo, no se han conservado públicamente los planes estratégicos para conseguir sus fines. Una de sus metas era que la Jerusalén celeste sería gobernada por un rey-sacerdote elegido por los Guardianes del Templo, con un gobierno Sinárquico o como proponía Ramón Llull, que un Gran Maestre de la Orden sería el rey de Jerusalén.
La filosofía básica y el exoterismo primordial del Temple son de origen cristiano, así como sus prácticas y rituales; cristiana es la idea del Reino de Dios con sus gobernantes y guerreros. Con ello, la segunda venida del Cordero en el Paraíso recobrado. A pesar de ser un producto intelectual cristiano muy ortodoxo, el Temple captó que el espíritu de Palestina era radicalmente opuesto al europeo, por lo que debían buscar nexos de unión existentes entre todas las creencias que convivían en aquel centro del mundo, en contraposición a la Iglesia romana que solo resaltaba los obstáculos teológicos que la separaban de quienes no aceptaban someterse a sus dogmas y poder temporal, lo cual se traduce por una trasgresión a las normas establecidas por la Iglesia. Así el Temple, sin traicionar sus principios dogmáticos, no renunciaban a un gramo de su fe cristiana. Para el Temple, esas relaciones eran imprescindibles si querían desentrañar las claves de una tradición sagrada que venía desde el judaísmo al islamismo, pasando por el cristianismo y sus variantes, mas algunas ramificaciones en muchas creencias y culturas mucho más antiguas. Por ello, cuando la Orden para alcanzar sus fines, decide saltarse los dogmas aceptados valiéndose de lo prohibido y deben recurrir a prácticas esotéricas, para evitar incurrir en el riesgo de la condena de la Iglesia. En el lenguaje de los símbolos (y el Temple ha legado multitud de ellos), ahí podremos entrever las líneas de una ideología mas elaborada en el plano especulativo y mas rica en cuanto al complejo simbolismo que usan para la transmisión de su ideario.
La roca santa de Salem
Todo parece indicar, que la ideología esotérica del Temple, se orienta hacia el mito cosmológico del “Lugar Central” y los símbolos que lo rodean, Centro del que la Orden sería custodia con los Maestres como gobernantes y los Caballeros como defensores. Este Centro no es geográfico sino metafísico, basado en un simbolismo geométrico espiritual, aplicado por los constructores y bien conocido por el Temple. Ese Centro es el lugar que permite estar en contacto con el Centro espiritual, es decir, con Dios mismo. Esta es la razón por la cual todas las ciudades santas, así como todos los Templos, están situados simbólicamente en el centro del mundo; ese es el caso de Jerusalén y su Templo. “Cuando Dios creó el mundo… formó un círculo cuyo centro era Tierra Santa, cuyo lugar central es Jerusalén y en él el Santa Santorum, el lugar que habitó la Shekinah y aunque ésta ya no mora allí y el Santa Santorum no existe, gracias a ella todo se sigue nutriendo y de allí fluyen sin cesar el alimento y la satisfacción que emanan hacia todos los rincones del mundo”.
Durante siglos, las tres religiones monoteístas han intentado apropiarse físicamente de la ciudad, para dar visos de verosimilitud a sus postulados teológicos y esto demuestra, que no han aprendido nada, pues la ciudad ideal no está reservada a los conquistadores del mundo, sino a quienes se conquistan a sí mismos.
En 1.050 se había creado la Orden de los Hospitalarios de San Juan para atender a los peregrinos que llegaban enfermos a Jerusalén y en 1.099, surge la Orden del Santo Sepulcro para cuidar el culto y ampararlo. Ambas son órdenes religiosas que responden al exoterismo cristiano: Custodiar la tumba del enviado de Dios, promover su culto y atender a los que iban a visitarla. Sin embargo, cuando en 1.118 se crea la Orden de los Pobres Caballeros del Cristo, bajo el pretexto de defender a los peregrinos, este nombre luego es abandonado para nombrarse tan solo Orden del Templo y sus Caballeros, Hermanos del Templo, Custodios del Templo y del Arca de la Alianza de Dios, para la que había sido construido el edificio, pues ahí se guardaban los símbolos de la Divinidad y en ella se manifiesta la Presencia de Dios.
Que los Templarios respondían a una visión distinta de Jerusalén, se manifiesta en el hecho de la elección del emplazamiento y el nombre. Su Casa Madre será el Templo de Salomón con el santuario de la Roca sito en él y dejan bien claro que se trata del Templo de la Antigua Alianza de Israel. El mismo San Bernardo, denominará a los Templarios “Hijos verdaderos de la Jerusalén celeste…. Que sirven al que nos ama… y ha hecho con nosotros un reino de sacerdotes para su Dios”. “Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén que bajaba del cielo, pero no vi santuario alguno en ella, porque el Señor es su santuario”.
¿Y que otra Jerusalén nos queda?, la arcana ciudad bíblica, trono del rey-sacerdote Melquisedec, la ciudad de Paz: Salem. Existen tres ciudades de igual nombre simbólicamente relacionadas, con tres apelativos similares para las diferentes manifestaciones simbólicas de la ciudad conocida como Jerusalén. La primera es Salem ciudad intemporal y mística del Génesis. Melquisedec el misterioso rey-sacerdote y su ciudad ideal: Paz, no vuelven a aparecer en toda la mitología judeo-cristiana y la Biblia le atribuye una Autoridad supra humana. Así en Salmos 110,4, refiriéndole al Mesías que ha de venir, Israel dice: “Lo ha jurado Yahvé y no ha de retractarse. Tú eres por siempre sacerdote según la Orden de Melquisedec”. Es decir, un orden superior al terrenal y limitativo del sacerdocio levítico “Según el orden de Aarón”. Mas en Israel debió habérsele dado más importancia de lo que parece, pues el Talmud nombra a una secta judía llamada los Melquisedecianos, que iban a Hebrón (capital de Israel hasta que David la trasladó a Jerusalén), para adorar al cuerpo del padre Adán que decían estaba enterrado en la caverna de Machpelah y consultar el oráculo de la cabeza de éste. Adán es el otro único personaje que no tenía padre ni madre y era porque identificaban la dignidad real de Melquisedec con la de Adán.
Melquisedec sigue siendo un enigma esotérico del cristianismo. ¿Acaso es un delegado de Dios para gobernar como rey del mundo desde las sombras del oculto Centro Supremo o Lugar Central?. Y un enigma más, es que una de las escasas manifestaciones de Melquisedec medievales, se encuentra en la portada norte de la Catedral de Chartres (Francia), realizada en 1.225. Este sostiene algo como el pan y el vino de la ofrenda y algunos lo identifican con el Grial y la piedra del Grial, asimilando a este misterioso ser con el no menos enigmático Preste Juan, igualmente rey-sacerdote de un oculto lugar identificado como Etiopía.
En Chartres también figura la reina de Saba (Etiopía) que tuvo amores con Salomón y de ello tuvo un hijo que robó el Arca de la Alianza y se la llevó a Etiopía. También en la puerta norte se ve el robo del Arca y en la sur, llamada de los Caballeros, montan guardia un par de guerreros que la gente siempre ha llamado los Santos Templarios.
La segunda ciudad es Yebus-Salem o Ichbus-Salem, que se corresponde con la Jerusalén histórica que conocemos y ahí David levantó su palacio en el monte Sión, que hacen en él el reflejo de la Salem invisible y lugar escogido por la Divinidad para comunicarse con los hombres. El lugar de Betel está a doce millas de Jerusalén y allí se guardó durante un tiempo el Arca de la Alianza, conteniendo en su interior el betilo de Jacob, y esta piedra Betel es la que Myriam hermana de Moisés dio a los israelitas en el desierto como alimento espiritual y luego fue colocada en el Santo de los Santos del Templo de Salomón. En el punto más sagrado del Templo, se sitúa la roca de Horma donde Abraham hizo su sacrificio; el ángel del Señor se apareció a David y éste instaló el altar ante la tienda de la Alianza que albergaba el Arca. El rey sabio unía así en un solo lugar, los diversos elementos que servían todos para una misma cosa: Comunicarse con Dios. Esa piedra-altar- Betel, es una puerta ínter dimensional donde entran en contacto lo terrestre y lo celeste, y el Arca es el transmisor de la Voluntad Divina, guardando en su interior la Palabra de Dios, el Verbo Creador, que es medida, número, armonía y equilibrio.
Los Templarios, al conocer estas tradiciones y simbolismos por su trato con los judíos de Palestina, aplicaron la simbología tanto espiritual como arquitectónica, el “Lugar Central” en muchos de sus Templos que a semejanza del santuario islámico de la Cúpula de la Roca levantada sobre la Shethiyah, adoptaba formas poligonales y a veces circulares. Según la tradición rabínica, la roca del desierto, la piedra de Jacob, la Shethiyah y la piedra angular, son una sola realidad, que designa el Verbo Divino, el Mesías de Israel bajado del cielo. “Esta piedra es el maná, es decir, el Verbo, el Logos, mas antiguo de todos los seres”. También los musulmanes levantaron sobre ella el santuario octogonal de la Roca. La continuidad del símbolo se precisará mejor en uno de los avatares de la piedra espiritual: El Grial, que según la epopeya del trovador Templario, Wolfram von Eschenbach, el Grial es una piedra que alimenta física y espiritualmente a los Templarios que la custodian y el Viernes Santo, una paloma baja del cielo poniendo sobre la piedra una sagrada forma la cual confiere al Grial su virtud. La tercera ciudad simbólica es la Jerusalén celeste, la ciudad ideal del Apocalipsis de Juan, que bajará del cielo al final de este ciclo humano, para restablecerse en ella la Edad de Oro. Esta Jerusalén, aúna las otras dos que le precedieron.
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