El denominado Fuero del Baylío rige en la actualidad en 19 localidades pacenses, dos al norte de Badajoz –La Codosera y Alburquerque- y las demás englobadas en un amplio territorio alrededor de Jerez de los Caballeros, al norte de la serranía onubense. Específicamente, esta zona va desde Olivenza a Fuentes de León –de norte a sur- y desde Cheles a Atalaya -de oeste a este-. Jurídicamente puede ser definido como derecho consuetudinario consistente en partir por mitad todos los bienes del matrimonio, sean de la naturaleza que sean, con motivo de la disolución del mismo, tanto por fallecimiento de uno de los cónyuges como por divorcio o nulidad. Tal régimen de comunidad universal de bienes rige desde la celebración del casamiento y atañe a los cónyuges naturales –también cuando sólo sea el varón- de las referidas localidades, se casen dentro o fuera del territorio en cuestión, tanto en España como en el extranjero. Igualmente, se consideran aforados los varones que, aún no naciendo en las poblaciones donde tiene vigencia el Fuero, adquieran la vecindad en cualquiera de ellas (no rige, en cambio, para aquellos matrimonios cuyos cónyuges hayan nacido en lugares distintos y únicamente se casen en las localidades aforadas).
El origen del Fuero del Baylío radica en un privilegio medieval dado a los guerreros cristianos que participaban en las expediciones contra los árabes al objeto de contribuir a los asentamientos y la repoblación de las tierras conquistadas. Parece que se aplicaba en Portugal y fueron los templarios los que lo trajeron a Castilla. Entre las prebendas que suponía se encontraban la exención de alcabalas, la donación de tierras y el reconocimiento a las mujeres de los guerreros de los mismos derechos de propiedad sobre esas tierras que sus maridos, que marchaban a las contiendas –de este modo, se pretendía que la mujer se asentara en las zonas conquistadas, incentivándolas con la propiedad de las tierras ganadas por su cónyuge-. Concretamente, en torno a 1230 se constituyó el Bayliato de Jerez (se denomina bayliato a un centro de influencia templaria y baylío al responsable de la Orden en el mismo) y en él se reguló este Fuero, que ha llegado hasta nuestros días.
Efectivamente, entre 1229 y 1230, Alfonso IX de León acometió una exitosa expedición por Extremadura, logrando someterla bajo su dominio gracias, entre otras cosas, al apoyo de las órdenes militares. Como narró en 1892 Matías Ramón Martínez, en su obra El Libro de Jerez de los Caballeros, ganada Badajoz con las armas de los caballeros del Temple y Mérida por los de Santiago, extendieron unos y otros su avance victorioso hasta Sierra Morena, apoderándose los primeros de la parte próxima a la frontera lusa y aún de la comarca del Alentejo, mientras los segundos llegaban hasta Reina y Llerena. Por tanto, los templarios desarrollaron una política de expansión por tal área que dio lugar a la formación del Bayliato de Jerez, con base en las donaciones territoriales realizadas por Alfonso IX o, en el caso de algunas plazas que aún no habían sido realmente conquistadas, promesas de donación que no se hicieron efectivas o adquirieron carta de naturaleza jurídica hasta el reinado de su hijo, Fernando III.
No en balde, al igual que había hecho con su predecesor, el Temple colaboró activamente en la estrategia de extensión territorial acometida por el rey Santo. Y aún antes de la toma de Sevilla, el monarca la recompensó con notables donaciones, tanto nuevas como en confirmación de otras ya realizadas o pactadas; y tanto fuera del bayliato que aquí ocupa –como las de Capilla y Almorchón, en 1236- como dentro del mismo –Alconchel, Burguillos del Cerro, Fregenal de la Sierra y Jerez-. Así, en un diploma fechado el 25 de mayo de 1248 –la conquista de la capital hispalense se produjo medio año más tarde, el 23 de noviembre- por el que se otorga el castillo de Montemolín a la Orden de Santiago, se describen los límites de su término con relación a las posesiones templarias, citando entre estas Burguillos, Jerez y Alconchel.
Fue así como, antes de la toma cristiana de Sevilla, el Temple controlaba un vasto territorio al sur de Badajoz y norte de la Sierra de Huelva que se extendía a lo largo de 2.889,44 kilómetros cuadrados –verbigracia, un 30 por 100 más que la actual provincia de Vizcaya-. Esto es, el dominio más importante de la Orden en la península ibérica, divido en varias encomiendas (la encomienda era la unidad productiva, que se organizaba en prioratos por motivos organizativos, que no de jerarquía, a la que los templarios eran pocos aficionados en su condición de “Pobres Caballeros de Cristo”):
– Alconchel, con Bancarrota, Cheles, Oliva de la Frontera, Olivenza, Táliga, Valencia de Monbuey, Villanueva del Fresno y Zaino (Ceinos);
– Burguillos del Cerro, con Atalaya, Valencia del Ventoso y Valverde de Burguillos;
– Jerez de Badajoz, con Valle de Matamoros y Valle de Santa Ana; y
– Fregenal de la Sierra, con Bodonal de la Sierra e Higuera la Real.
Los templarios fijaron en Jerez la capital del bayliato –así lo testimonia, por ejemplo, el acta del capítulo que los templarios celebraron en el solsticio de verano de 1272 y que Matías Ramón Martínez recoge en su obra ya mencionada-, aunque la posesión de estas tierras fue azarosa en los primeros tiempos: en 1240 fue precisa una nueva campaña para asegurar la dominación cristiana de la Extremadura meridional; y ya en la segunda mitad del siglo XIII, la geografía del bayliato se vio afectada, como se señaló antes con referencia a la serranía onubense, por la inseguridad y el bandolerismo. Los hechos debieron adquirir la suficiente gravedad como para que en escrito atribuido a Alfonso X, citado por M. R. Martínez, se dejara constancia de ello: “En el castillo guerrero de Burgos, fronterizo de Xerez de Badajoz, suelen andar ladrones”.
Semejante situación no puede extrañar demasiado teniendo en cuenta las secuelas de las guerras de conquista –con impactos muy negativos en la economía y los medios de subsistencia-, así como los problemas de repoblación de las tierras recién tomadas. Eso sí, sorprende más en el caso del Bayliato de Jerez al estar bajo el control del Temple, una organización religioso-militar ciertamente potente, y que contaba en el territorio con una extensa red logística de castillos, encomiendas y prioratos.
Por esto, es lógico suponer que buena parte del pillaje fuera ejercido por partidas de bandidos ubicadas en zonas limítrofes al bayliato, pero ajenas a él, y que sólo entraban en éste para realizar sus desmanes, retornando rápidamente a sus lugares de origen. En este sentido y repasando el entorno geográfico, la Sierra de Huelva se presentaba como paraje muy atractivo para el refugio y asentamiento de los bandoleros, que valorarían, sin duda, su vecindad con el bayliato, la orografía propicia para el escondite y la inseguridad e inestabilidad que la propia serranía onubense sufría. Ámbitos de ésta como la zona de Cortegana, falta de la protección de una fortaleza, despertarían especialmente su interés.
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