El Desierto

El desierto tiene muchos significados en la Biblia. En principio, evoca la historia del pueblo de Israel liberado de la esclavitud en Egipto, y su aprendizaje de libertad camino de la tierra prometida. Ello exigió un largo proceso de maduración, y por ello se menciona ese peregrinar por el desierto a lo largo de cuarenta años, número muchas veces mencionado en las Escrituras, que en realidad lo que quiere expresar es que es un tiempo suficiente para asimilar una realidad, completar un aprendizaje o una obra. Por tanto, el desierto no significa solamente un lugar geográfico, sino principalmente un símbolo, algo de nuestro interior, secreto en sí mismo.

Este desierto, como símbolo de esfuerzo, contrasta con otro símbolo como es el jardín del Edén, lugar de felicidad para lo cual el hombre y la mujer han sido creados. Pero se complementa con lo interior para estar en la realidad interiorizada de la persona, que tiene hondos anhelos de eternidad, aprisionado en límites herméticos, pero abierto a la trascendencia. En ambos lugares, se agazapa la presencia del mal y acechando siempre con la tentación: El Edén tiene su serpiente y el desierto su Satán.

Si el desierto geográfico, es la distancia sin referencias, la aridez y desorientación, el cansancio y la sed, el desierto interior del hombre se dimensiona en la profundidad inabarcable de su ser, en la irrupción del Espíritu como viento que barre las voces para la mejor escucha de las insinuaciones misteriosas. Ahí está el momento clave de la elección del camino a recorrer, la opción al sentido de tu vida y del proyecto a construir en el futuro. Y es en ese momento supremo del ejercicio humano de su libertad, llega el tentador dispuesto a tergiversar los caminos y a dificultar la claridad de las opciones.

En el libro del Éxodo se narran otras tantas rebeliones y protestas, tres tentaciones a las que sucumbió el pueblo en el desierto.

– En Éxodo 16, 2-3, se añoran las ollas de Egipto, y todos empezaron a murmurar contra Moisés y Aarón diciendo que “ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y nos hartábamos de pan”.

– En Éxodo 17, 1-7, el pueblo muerto de sed se encara con Moisés diciéndole que por qué los ha sacado de Egipto para hacerlos morir de sed a ellos, sus hijos y sus ganados.
– En Éxodo 32, 1-10, el pueblo abandona a Yahvé mientras Moisés está en la cumbre del Sinaí en presencia del Señor, y se vuelve idólatra fabricando un becerro de oro, postrándose ante él y ofreciéndole sacrificios.

Estas caídas en tentación del antiguo pueblo de Israel, tienen en los relatos evangélicos una correlación muy significativa, pues al presentar a Jesús como el iniciador de un nuevo pueblo de Dios, lo hace como vencedor de las antiguos y nuevas tentaciones. Jesús las tiene cuando se retira al desierto, siendo la primera la del hambre, lo cual le motiva el tentador diciéndole: Di que esas piedras se conviertan en panes. La segunda, consiste en el espectáculo del milagro, el desafío de lo maravilloso, lo que ocasiona la tentación: Tírate de aquí abajo, porque Dios ordenará a sus ángeles que te lleven en sus brazos. La tercera, es una clara incitación a la idolatría en la montaña: Todo esto te daré si te postras y me adoras.

Las tentaciones de Jesús, manifiestan y evidencian Su verdadera humanidad y el proceso de clarificación a través de la prueba y la contrariedad.

(continuará)

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