El Demonio, los demonios.
Demonio, del griego daimon, (devorador de cadáveres), es un término que se ha utilizado para designar diversas realidades, sobre todo a las fuerzas maléficas y presencias oscuras que inciden sobre el comportamiento y las acciones de los hombres negativamente. De ahí l atribución a demonios diversos, la causa de enfermedades, sintomatologías llamativas y otros desequilibrios. A diferencia del Diablo, que incita desde afuera, los demonios se posesionan y habitan en sus víctimas, que pasan a ser dominadas por esas fuerzas oscuras.
A los demonios se les atribuían enfermedades y deficiencias mentales, así como las minusvalías que no sabían explicar los médicos de cada momento de la historia. Así, la explicación que se daba a enfermedades naturales era la de “posesión demoníaca” y por lo tanto endemoniada. La noche, la oscuridad, era el momento más propicio para la actuación de estos seres malignos.
Los eruditos en el tema nos advierten, que esos poderes ocultos que actuaban en la Naturaleza y en el hombre, se deben ante todo, a la influencia doctrinal del rabinismo bíblico, de gran consistencia en el siglo anterior a Jesús, literatura que viene expresada en varios libros apócrifos como: El libro de Henoc, el Libro de los Jubileos, el Testamento de los doce Patriarcas o Vida de Adán y Eva, de los siglos II a,C. al I d.C.
Entre tantos demonios, se nos habla también de uno de género femenino, llamado Lilith, de gran belleza seductora, que pertenece a la categoría de los Íncubos y Sácubos, que frecuentan los lechos para fornicar con sus ocupantes y engendrar nuevos demonios, así como para alimentarse de las energías que se desprenden en el acto sexual.
En el Antiguo Testamento, denominado de los Setenta por el número de traductores, del siglo II a.C., al griego, designan como demonios a un conjunto de seres míticos o fantásticos como son los centauros, sátiros, arpías, faunos, sirenas, duendes y espectros, incluyendo también a las cabras y gatos salvajes.
También en el Antiguo Testamento, la temática demoníaca es secundaria, ya que no aparece el vocablo endemoniado y refiere ninguna posesión, si bien se nombra a algunos demonios y sus atribuciones, como son:
– Abadón. Demonio devastador, el exterminador, identificado como Sheol, morada de los muertos y lugar de destrucción. Aparece en el libro de Job, en los Proverbios y también en el Apocalipsis posterior, con el nombre de ángel del abismo.
– Azazel. Demonio del desierto a quien se ofrecía el día de la Expiación. Era un macho cabrío en el cual el Sumo Sacerdote descargaba imponiéndole las manos, los pecados del pueblo, (de ahí lo de “chivo expiatorio”).
– Asmodeo. Es el más conocido del Antiguo Testamento. Es aquél que hace morir y enemigo declarado de las uniones conyugales. A Sara le fue matando todos los maridos, hasta siete, cuando iban a unirse a ella según la costumbre.
Los demonios ocupan un escaso lugar en el Antiguo Testamento y no era algo que preocupase en exceso a los autores bíblicos. En el único sitio que figura de manera relevante, es en el libro de Tobías; y si los demonios aparecen de vez en cuando, es más como fruto de la creencia popular, y por supuesto, nadie dice nada sobre sus orígenes. Esos seres existen, y ya está. Lo único que cuenta es la salvación que como promesa Dios ha hecho a los hombres y a ella están sometidos también esos seres misteriosos.
En el judaísmo de los tiempos de Jesús, esa creencia en las manifestaciones demoníacas de multiplicaron desmedidamente. Recordemos como responde a Su pregunta: Somos “legión” (seis mil) demonios. Esta creencia de pluralidad demoníaca y sus influencias, arraigaron en el pueblo y persistió en el cristianismo en su modo mítico de expresión.
Todo lo dicho por Jesús y sobre Él en los Evangelios, está envuelto en un aura mítica y configurado por una historia concreta que solo encaja en el mundo judío del siglo I, en lo cual no hay contradicción, porque los hombres vivían con categorías míticas y también el Jesús histórico.
Jesús y sus seguidores, experimentaron la realidad como el escenario de poderes sobrenaturales, donde Dios y el Diablo, los ángeles y los demonios, luchaban entre sí. No sorprende por tanto, que en los Evangelios se conserve ese modo de narración, pues la praxis de salvación del hombre es claramente desdemonizadora.
(continuará)
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