He aquí una lección práctica de incalculable valor sobre el arte de la oración, y recordemos, que ésta es el único modo de renovar nuestra comunión con Dios y es la única cosa capaz de cambiar el carácter que repercute en nuestro espíritu, y por eso el sujeto se torna diferente y así se conducirá el resto de su vida. Ya no es la misma persona que antes. Ya no podemos orar sin que nos vayamos haciendo diferentes.
Tan radical es el cambio que Jesús lo llama “nacer de nuevo”, puesto que la persona ya es otra. Cuando la oración es eficaz, la presencia de Dios se realiza en nosotros. Ese es el secreto de la curación y la curación de otros también. Pero para que esto ocurra, es preciso que alcancemos cierto grado de paz mental, y esto es llamado por los místicos serenidad y es el gran vehículo de la presencia de Dios.
Cierto es que si tenemos problemas, menor es la serenidad que podemos disponer y ésta sólo se obtiene por la oración y por la acción de perdonar a otros y a uno mismo. La tranquilidad de un alma a la que se refiere Jesús con la palabra Paz, es una que supera el entendimiento humano. Los pacíficos, son aquellos que realizan esta paz verdadera, porque son los que superan las limitaciones y dificultades, y llegan a ser verdaderamente Hijos de Dios.
Jesús dijo: “Mi paz os dejo, Mi paz os doy, no se turbe vuestro corazón ni se intimide”. Cuando comprendamos el poder de la oración, seremos capaces de sanar muchas disputas de manera definitiva, incluso sin pronunciar palabra alguna. Pensar en el Amor y la Sabiduría de Dios, es suficiente para disipar los motivos que acarrean disputas, gracias al poder silencioso de la Palabra.