La soledad de Jesús no provenía de un aislamiento, ya que no vino a cerrarse sobre sí mismo o ponerse lejos de los hombres, por el contrario, vino a estar con ellos y a revelar el corazón del Padre a todos los hombres de buena voluntad, sin secretismos o esoterismos. Tampoco la Soledad de Jesús se debía a una huída, ya que no deseaba fugarse se Su responsabilidad ni del mundo. Tampoco vivió como un ermitaño, sino que actuó en el corazón de las ciudades y sus gentes, en medio de los acontecimientos del momento, afrontando las vicisitudes desde el primer momento. Por eso en la despedida oró a Su Padre por sus discípulos: “Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos se quedan….., te pido que los defiendas del maligno…”.
La soledad de Jesús provenía de la distancia o disonancia entre la generosidad de Su propuesta (la Buena Nueva), y la mezquindad de la recepción (la falta de fe), y ello se cifrada en la congoja de no ser comprendido en realidades tan hermosas  y tan altas. Pese a todo esto, Jesús no cedió nunca a la desilusión, desaliento o desesperanza, y mucho menos a la idea de rechazar Su misión. A veces, el rechazo que recibía se tradujeron en cansancio o tedio irritado, por eso decía: ¡Generación incrédula!, ¿hasta cuando tendré que soportaros?”.
Causas de la incomprensión
Si se exceptúa algún pequeño núcleo de dirigentes religiosos judíos que postergaban la manifestación del Mesías lo más tardía posible, el pueblo llano de Israel en tiempos de Jesús, esperaban un Mesías espectacular en su apoteosis Divina, con truenos y relámpagos de gloria y poder, y ese guerrero victorioso llevaría a la expulsión de los opresores del pueblo, los romanos.
Esta situación era un terreno abonado para los exaltados, y  muchos se presentaron como falsos Mesías para incitar a la rebelión, más Roma era implacable contra todo intento de subversión, y todas aquellos levantamientos, hicieron entre otras cosas, que le costara el gobierno a Arquelao (6 d.C.), tras la repartición del reino de Herodes entre sus tres hijos. Desde ese momento Roma gobernó directamente los territorios a mando de un procurador independiente del legado de Siria (Damasco), teniendo Jesús por aquellos días unos once o doce años.
El Evangelio de Juan nos cuenta, que la gente estaba dividida a causa de Jesús, ya que Él no respondía al estereotipo del “Enviado” y salvo en alguna llamativa curación, que sembraba expectativas pero también confusión, ya que Jesús huía de toda espectacularidad o triunfalismo. Se hacía llamar Hijo del Hombre, con suma humildad, más un Mesías así no era el esperado por la mayoría.
Desde el primer momento que presenta Su doctrina en la Sinagoga de Cafarnaún, el auditorio quedó impactado, ya que Su manera de enseñar impresionaba mucho, porque hablaba como quién tiene autoridad y no cómo los maestros de la Ley.
La religión era entendida por los jefes religiosos como un conjunto de preceptos y leyes que debían ser escrupulosamente observados, y las enseñanzas de Jesús, por el contrario, tenían tal novedad, desafíos, superando los viejos esquemas, que eran una provocación. A las seiscientas trece leyes que decían contenía la Torá, ellos añadieron nuevas normas que convirtieron en tradiciones, tan obligatorias como la ley principal. Por todo ello, la religión se convertía en un pesado fardo para los hombres, que siempre estaban en deuda.
Esta situación era la que rechazaba Jesús en los maestros de la Ley: “Coláis un mosquito y os tragáis un camello”. Para Él, la religión no era un conjunto de normas, sino de una relación con Dios que suponía interiorización, profundidad y compromiso, con objeto de que la religión sirviera para que cambiase la relación con Dios, el hombre cambiara su vida y se abriese a sus hermanos, es decir, que el hombre creciera y se realizara como Hijo de Dios y hermano del hombre. Para Jesús, no había religión sin prójimo, pero tampoco sin cambio en el corazón y la mente, ya que Dios no está circunscrito a lugares, sino que es la fe quien lo encuentra.
  
La relación de Jesús con Dios, resultaba escandalosa por esa atrevida familiaridad, para los maestros de la Ley y fariseos. El hombre contemporáneo a Jesús, jamás se atrevía a nombrar el nombre de Dios, porque se consideraban impuros para ni siquiera nombrarlo, y cuando hacían lecturas bíblicas y aparecía Su nombre, hacían una pequeña pausa en la lectura. En base a esto, el concepto de Dios era tan elevado en Su trascendencia, que se le concebía distante y tan poderoso, que acababa siempre en una sensación de Ser terrible.
Jesús pensaba a Dios y trataba con Él con una cercanía filial, con respetuoso cariño de Hijo, confiado y capaz de abandonarse a Su abrazo, así como de llamarle “papá” (abba). En el Evangelio de Juan, esta invocación de “Padre”hecha por Jesús, aparece unas ciento setenta veces y con este nombre, Jesús hacía más visible el amor de Dios y Su solicitud paternal hacia todos.
Esta invocación de Dios como Padre, se la puede sustituir o complementar con la de Madre. No se está hablando de la masculinidad o feminidad de Dios que es un espíritu puro, sino de las experiencias nutricias necesarias para un encuentro que hace crecer y madurar. Por esa íntima relación filial, cundo Jesús enseña el Padre Nuestro, lo hace en Su afán de que todos se sintieran hijos y queridos por Él.
Ni en la enseñanza ni la praxis de Jesús tenía cabida la venganza. En sus seguidores, el odio no pueden debe emponzoñar el corazón. La sed de venganza, el rencor, a los que de verdad lastima es a los que nos expulsan de su interior. En el llamado Sermón de la Montaña, Jesús propone una nueva actitud para superar la Ley del Talión que decía “ojo por ojo y diente por diente”, diciendo: “No resistáis al que os ofenda. Presenta la mejilla izquierda a quien te abofetea la derecha y a quien te quiera armar pleito por la túnica, dale también la capa”. Cuando a la pregunta de Pedro de cuantas veces debía perdonar las ofensas ¿siete veces?, Jesús le responde “setenta veces siete”, por lo que no hay titubeos ni justificación que valga para no estar dispuesto a perdonar. Esto llega al extremo en la vida de Jesús, en Sus últimos instantes y aún dice: “Padre, perdónales que no saben lo que hacen”.
(continurá)
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