Quienes han estudiado los
escritos de los antiguos alquimistas se han confundido por lo que dicen
respecto a la piedra filosofal y a la transmutación de los bajos metales en
oro. Estas afirmaciones motivaron gran número de especulativas vaguedades. De
cuando en cuando los estudiantes de ocultismo buscan que se les dé una explicación concreta de este asunto; y como estamos en los
comienzos de una edad en que gran número de gente admirarán y poseerán esta
preciosa joya con todo su poder, nos parece conveniente despojar el asunto del
misterio que lo envuelve y hablar claramente sobre el particular.

Así es que
podrá elaborarse esta valiosa piedra cuando estén resueltos a soportar el arduo
esfuerzo que exige su elaboración, pues lo que mucho vale mucho cuesta. Se nos
ha enseñado que en el principio creó Dios los cielos y la Tierra, o sea el Universo entero, y sabemos que la magna fuerza creadora de Dios se manifiesta
en voluntad e imaginación. Dios, nuestro Padre, creador del Universo, debió primeramente
imaginar todo cuanto ahora existe tal como fue creado, y después por virtud de
Su voluntad se ordenaron los átomos en aquella matriz del pensamiento, y
gradualmente se fue manifestando el Universo, según lo había proyectado su
Creador.
Las divinas Jerarquías que
llevaron a cabo con el Gran Creador esta manifestación, también emplearon la misma dual fuerza creadora
al elaborar los cristales del reino mineral, la hoja en la planta y la forma en
el animal. Su potente imaginación traza en las arquetípicas regiones de la Tierra lo que desean crear y su concretada voluntad moldea la grosera materia
en esta matriz hasta que toma la deseada forma física.
El espíritu tiene análogo poder
creador y guiado por los Hijos Creadores, ha aprendido en el transcurso de los siglos a
construir cuerpos de valía como instrumentos de su manifestación. Pero la
peregrinación por la materia se le impuso con el propósito de convertirlo en
independiente inteligencia creadora, y para lograr este fin era necesario que
el propio tiempo se emancipara de la tutela de ellos, de modo de que no
aprendiera a crear no sólo para sí mismo, sino para enseñar y auxiliar a los
demás en la gran escuela de la vida.
En el transcurso de su evolución
ha ido escrutando más y más el hombre los misterios de la vida; pero hace tan sólo
unos cuantos siglos, aún peligraban la vida y la libertad de quienes se
atrevían a exponer opiniones más adelantadas que las admitidas por la
generalidad de las gentes. Tal fue la razón de que los alquimistas, cuyos
estudios superaban a los de la mayoría, se vieron obligados a encubrir sus
enseñanzas bajo muy alegórico y simbólico lenguaje. Sus enseñanzas relativas a
la evolución espiritual del hombre, y el uso de los términos: Sal, azufre,
mercurio y azoe o nitrógeno, tan enigmáticos para el vulgo profano, tenían por
raíz cósmica verdades sumamente iluminadoras para el iniciado.

(continuará)

Orden de Sión+++