La sepultura de Jesús
Después de esto, rogó a Pilato José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por temor a los judíos, que le permitiese tomar el cuerpo de Jesús y Pilato se lo permitió. Vino pues, y tomó Su cuerpo. Llegó Nicodemo, el mismo que había venido a Él de noche al principio, y trajo una mezcla de mirra y aloe, unas cien libras.
                                                  
Los que bajaron al Señor de la Cruz fueron, de una parte José de Arimatea, que era miembro del Sanedrín y el otro fue Nicodemo, doctor de la Ley y fariseo, respetado como maestro en el pueblo de Israel. La Ley judía, prohibía tocar en pleno campo a un ajusticiado o a un muerto de muerte natural, o huesos humanos, o una sepultura, ya que si se hacía, se quedaba “impuro” siete días y no podía celebrar la Pascua. Sin embargo los dos, bajaron el cuerpo de Jesucristo y lo sepultaron sin reparar en gastos, ni importarles ya su honra o descrédito ante los jefes del pueblo, sin miedo al odio o la murmuración, ni tampoco el parecer de los sabios, pues por encima del cumplimiento de la Ley, pusieron su amor por Jesús y su compasión por delante de todo. Por tanto, José compró una sábana y lo descolgó de la Cruz.
Sus criados cogieron en un portal, cerca de la casa de Nicodemo, escalera, martillos y clavos, jarros llenos de agua, esponjas, y pusieron todo sobre unas angarillas. Nicodemo trajo unas cien libras de aromas, llevando los dos vestidos de luto, de mangas negras y cintura ancha. Sus mantos, eras pardos y largos. Ambos, apoyaron las escaleras en la parte de atrás de la Cruz y subieron con unos lienzos, atando el cuerpo de Jesús por debajo de los brazos y debajo de éstos por las muñecas. Entonces, fueron sacando los clavos martilleándolos por detrás. Los clavos salieron fácilmente de las llagas. A la vez, el Centurión arrancaba los clavos de los pies. Así, fueron separando lentamente el cuerpo de la Cruz hasta  enfrente del Centurión, que subido a un banco lo rodeó con sus brazos sosteniendo el cuerpo de Cristo, y asó acabaron de bajarlo.
Los Santos Varones concentraban sobre el sagrado cuerpo de Jesús, todo el amor y veneración que sintieron hacia el Maestro durante Su vida, y todos los presentes, levantaban los brazos al cielo, derramaban lágrimas y sufrían profundamente.
La Santísima Virgen María, madre de Jesús, no pudo recoger en sus brazos el último aliento de Su Hijo amado, ni besarle mientras moría, y Él murió en alto, crucificado y solo. Cuando bajaron el cuerpo, lo depositaron en brazos de Su madre, rebosante de amor y dolor hacia el Hijo muerto. Ni el mundo entero, podía aclamar y honrar mejor que esta Madre a Su Hijo, triunfador del pecado y de la muerte por Su entrañable misericordia, ya que como profetizó Zacarías  “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el Sol que nace de lo alto”.
(continuará)
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