El Exactor Mortis
Roma no gustaba mucho de la pena de crucifixión, porque era reservada exclusivamente a los esclavos y por delitos muy graves. Ningún ciudadano romano podía ser crucificado legalmente, según Cicerón, quien exclamaba horrorizado que un ciudadano romano fuera atado, era casi un parricidio.
Uno de los oficiales fue designado para llevar a Jesús al Gólgota. Era un servicio muy deseado, ya que el Exactor Mortis tenía prioridad sobre la ropa y cualquier efecto personal del reo. Fueron nombrados tres soldados que permanecerían de vigilancia en el lugar de la ejecución hasta que Jesús hubiese muerto. El jefe militar, tomó la desacostumbrada medida de enviar una Centuria en traje de campaña para que lo escoltasen. El oficial ordenó a los hombres que desmontaran la cruz, hecha de dos maderos toscamente tallados.
El madero vertical, llamado stipes, era de una longitud de diez codos, es decir, unos cuatro metros y medio que se plantaba en tierra. Los dos juntos, pesaban alrededor de ciento treinta y cinco kilos, un peso que ni siquiera un hombre en buenas condiciones físicas habría soportado. El patibulum, travesaño superior, pesaba más de veintidós kilos, el cual fue colocado sobre el cuello y hombros de Jesús. Después le extendieron los brazos y se los ataron al madero.
Era la primera hora de la tarde cuando se formó la comitiva. En primer lugar, iban cinco filas de centuriones, de diez hombres cada una, seguidos de los verdugos y de otras cinco filas de soldados. Caifás y los sacerdotes caminaban detrás, siguiéndolos la muchedumbre, unas cuatro mil personas. La distancia hasta el Gólgota era corta, no más de quinientos metros al noreste de la fortaleza Antonia.
La victoria de  Jesucristo
Jesús recibe en sus hombros la cruz, reclinado, el pesado leño sobre su espalda herida y comienza a recorrer el camino de la Vía Dolorosa. Jesús estrecha el leño infamante cobre su pecho y lo recibe dulcemente, elevando sus ojos al cielo para que se haga la voluntad del Padre. No existe más que un camino de victoria: Aquel en que el hombre subordina sus propios deseos, su propia voluntad, a la voluntad de Dios Padre. La fuente de la vida y la victoria de la fe, es la obediencia el Padre. El “si” de Jesús cargado con Su cruz, anuncia  la victoria definitiva de Dios, la presencia del Reino en la Tierra.
  
La Santa Cruz, es para los cristianos  la enseña de victoria de la vida sobre la muerte, de la Gracia sobre el pecado. La Cruz, vence a todos los poderes de este mundo.
Tanto amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo Único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”.
A lo largo de la vida, nos preguntamos frecuentemente, ¿por qué Dios calla cuando sufrimos?. Esta queja se agudiza cuado pensamos en la necesidad de morir, en nuestra propia muerte y no en la de los demás. Entonces el hombre intenta salvarse en una vida perdurable que lo liberará de su propio dolor y es liberación no es otra cosa que el encuentro con la faz de Dios. Por consiguiente, Dios no calla, nos sigue llamando, intenta despertarnos, movernos de ese letargo infernal terrestre donde nos hemos acomodado perfectamente. Necesitamos por ello, momentos de silencio, encontranos con nosotros mismos, e inmersos en el silencio , saber escuchar el lenguaje de Dios en el mundo y oír las voces de los hambrientos, los dolientes, los que sufren injusticias.
Ser cristiano, pues, es saber que la hora de la oscuridad es la mejor hora para ver a Dios. Aceptar que un dolor físico, psíquico o espiritual, por muy grande que sea, puede ser el momento verdadero en que tenemos que demostrar si amamos a Dios o nos limitamos a utilizarle. Esto es así, porque no pensamos en el silencio de Dios cuando le abandonamos, le menospreciamos, cuando herimos el inmenso amor del Creador hacia Su criatura. Por eso, el silencio de Dios, manifestado en la Pasión de Su Hijo, es también Amor, es decir, Caridad de la que tan necesitada está la humanidad, pues Dios, que es Verbo y Silencio, amó tanto al mundo que le entregó a Su Hijo Unigénito, Jesús Nazareno, Hombre y Salvador.
El silencio de Dios, es asimismo, denuncia de la insolidaridad humana para resolver los problemas estructurales que aqueja n a la humanidad: El hambre, la guerra, la violación de los derechos humanos, la progresiva destrucción del medio ambiente, etc.
Como Rey de Reyes, el Divino Nazareno, camina con la cruz a cuestas, con Su túnica ensangrentada, mecida suavemente por la brisa, encantada de la tarde amorosa y fraternal, en este caso de la devoción de Sevilla hacia la imagen del Señor de Pasión, única en belleza, serenidad y amor hacia todos.
                                                                             Vaya este verso-oración, que refleja en dolor de Su Pasión y el dolor que sentimos en nuestros corazones al verlo caminar por las calles de Sevilla:
Pasión le llama Sevilla
al Hijo de Dios vivo,
arte y devoción
que al mundo maravilla.
No hay dolor más Divino
y humano, que
Sus santas manos cargando
con la Cruz y Su
bello rostro ensangrentado.
Nazareno de Pasión,
modelo de santidad,
con la espalda inclinada
por el peso de nuestra maldad.
Sobre el “paso” de rica plateria,
claveles rojos, la sangre de Jesús
fundida en oro y trenzada de laureles.
Ni las mercedes de María,
consolaron al Divino Salvador,
camino del Calvario
con la cruz del desamor”.

(continuará)

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