¿De dónde eres Tú?
Cuando Pilato escuchó la nueva acusación, temió más y entró de nuevo en el Pretorio y dijo a Jesús: “¿De dónde eres Tú?”. Pero Jesús no le dio respuesta alguna. Pilato le dijo: “¿A mí no me respondes?”, ¿no sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?”. Jesús le respondió: “No tendrías ningún poder sobre Mi, si no te hubiera sido dado de lo alto, por esto los que me han entregado a ti, tienen mayor pecado”.
El tormento físico y psíquico que sufría Jesucristo, contrasta vivamente con Su comportamiento procesal, pues compadecido, revela al verdugo el origen de Su poder y la grave responsabilidad de cuantos le habían entregado al procurador romano. Desde entonces, Pilato buscaba como soltarlo, pero José Caifás, Sumo Sacerdote del Templo y Presidente del Gran Sanedrín, advirtió a Pilato que si soltaba a  Jesús no era amigo del César. Al oír esto Pilato, sacó fuera a Jesús y se sentó en el Tribunal en el lugar llamado Lithóstrotos. Era el día de la preparación de la Pascua, alrededor de la hora sexta y dijo a los judíos: “Ahí tenéis a vuestro rey”, pero ellos gritaron: “¡Crucifícale!”. “¿A vuestro rey voy a crucificar?”, dijo Pilato, diciéndole los sacerdotes: “Nosotros no tenemos más rey que el César”.
Pilato, al ver que el tumulto de la gente crecía cada vez más, tomó agua, se lavó las manos delante de la muchedumbre diciendo: “Yo soy inocente de esta sangre, vosotros veréis”. Y todo el pueblo contestó diciendo: “Caiga Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. Entonces les soltó a Barrabás y Jesús, después de haberle hecho azotar, se los entregó para que lo crucificaran.
Por consiguiente Pilato, no dictó formalmente una sentencia que condenara a Jesús a morir en la cruz, sino que prefirió acceder a la petición de los príncipes de los sacerdotes, los magistrados y el pueblo que gritaba ¡crucifícale!. En verdad, Pilato prefirió conservar el cargo que el César le había confiado a defender la justicia y en vez de liberar a Jesús, lo condenó a muerte.
Cristo desapropió las ventajas de ser el Hijo de Dios y no echó mano de Su Divinidad en los momentos de apuro, sino que se hizo siervo, se humilló y se entregó a los acontecimientos hasta perder la figura de hombre (desecho de los hombres).
Cristo se despojó de todo y de sí mismo. Se puso en manos del Padre en actitud reverente y filial, hasta la consumación de Su propia muerte. La Pasión de Cristo, es como un resumen de la humanidad entera con tofos sus vicios y virtudes. En Judas está el resentimiento, los celos, la avaricia. En Caifás, la soberbia, el odio, el autoendiosamiento. En Pilato, la cobardía, el cinismo. En la multitud, la versatilidad, la violencia, el borregismo. Entre todos, configuran un proceso miserable, preñado de irregularidades. Y en medio de todos, está Jesucristo, el cordero de Dios, que anuncia un Reino que no es el de ninguno de ellos.
La sentencia de Pilato
El 25 de Marzo del año XVIII del Emperador romano Tiberio César, el Procurador romano, dictó la siguiente sentencia:
Yo, Poncio Pilato, aquí Presidente romano dentro del palacio de la Archipresidencia, juzgo, condeno y sentencio a muerte a Jesús, el llamado de la plebe Cristo Nazareno, y de patria galileo, hombre sedicioso de la  Ley Moysena, contrario al gran Emperador Tiberio César, y determino y pronuncio por ésta, que Su muerte sea en cruz y fixado con clavos a usanza de reos, porque aquí congregando y juntando muchos hombres ricos y pobres, no ha cesado de mover tumultos en toda la Judea, haciéndose Hijo de Dios y Rey de Jerusalén, con amenazarles la ruina de esta ciudad y de su Sacro Imperio, negando el tributo al César y habiendo aún tenido el atrevimiento de entrar con ramos y triunfo y con parte de la plebe, dentro de la ciudad de Jerusalén y en el Sacro Templo. Y mando a mi primer centurión Quinto Cornelio, lleve públicamente por la ciudad a Jesús Cristo, ligado y azotado, y que sea vestido de púrpura y coronado de algunas espinas, con la propia cruz en los hombros, para que sea ejemplo a todos los malhechores, y con Él, quiero que sean llevados dos ladrones homicidas, y saldrán por la Puerta Sagrada, ahora Antoniana y que lleve a Jesús al público monte de Justicia llamado Calvario, donde crucificado y muerto, quede el cuerpo en la cruz, como espectáculo de todos los malvados y sobre la cruz, sea puesto el título en tres lenguas y en todos, (hebrea, griega y latina), diga: “Jesús Nazar. Rex Judaeorum”.
En definitiva, Cristo fue víctima de un proceso manifiestamente injusto, sin garantías ni abogado que defendiera Su causa. Tampoco existió un fiscal, acusación pública, que sostuviera la legalidad conculcada en el sistema procesal romano. La condena de Jesús, no fue tanto un lamentable error, cuanto el desenlace fatal de una colisión entre el Mesías anunciado por los profetas y el que se habían hecho a medida de sus intereses religiosos, económicos y políticos, las autoridades de Israel.

(continuará)
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