La coronación de espinas
Tiene pleno fundamento histórico que Jesús fuera entregado a los soldados, puesto que en las provincias tenían la función de ejecutores de las sentencias, bien fueran de muerte, donde iba incluida la flagelación previa, o de penas menores: Los soldados romanos procedentes de Italia y la tropa compuesta de soldados auxiliares, reclutados entre sirios y samaritanos, pueblos hostiles a los judíos y por tanto fieles a los romanos. Éstos entretejieron una corona de espinas, procedentes de los sarmientos de un arbusto de la región llamado Ziziphus, de los cuales tenían fajos en el Pretorio para encender fogatas para calentarse.
  
La coronación de espinas, tuvo lugar en el patio interior del cuerpo de guardia. Allí había cincuenta criados, carceleros, esbirros y esclavos, todos con la misma mala intención. La muchedumbre permanecía alrededor del edificio, pero fueron apartados de allí por soldados romanos, quienes ordenados, se reían y burlaban de Jesús, animando a los torturadotes. Lo llevaron al atrio del Pretorio donde había un patio grande, donde cabía bien la gente que andaba por allí mirando, y un poco mas elevado, adosado al Pretorio, estaba el atrio o tribunal de justicia. Allí sentaron a Jesús para que todo el mundo le viera. Allí le desnudaron y todas las llagas abiertas que se habían pegado por la sangre seca a Su cuerpo, se abrieron de nuevo y volvió a sangrar. Le echaron encima la capa corta de los emperadores, le pusieron la corona de espinas y se burlaron de Él diciéndole: “Esta clámide, señor rey, os la envía de Roma el emperador, tal como vos merecéis”.
Y se renovaban las risas, mientras resbalaban lágrimas de dolor de los ojos de Jesús, verdadero Rey de reyes,  Divina Majestad, pues todos sus súbditos quedaron vestidos de púrpura teñida con Su preciosísima sangre redentora Jesús llora, mostrándonos Su Divina Humanidad, padeciendo por nosotros. Jesús, a pesar de Su inocencia, fue coronado como “rey manso y pacífico” y sometido a un tormento propio de esclavos y criminales. Él, que era manso y humilde de corazón, tuvo que padecer la durísima prueba de la coronación de espinas, sin mostrar en ningún instante, ni un gesto, ni una palabra, ni un atisbo siquiera de ira o impaciencia. Soportó tantas injurias y menosprecios, como Señor y dueño de sí mismo y de todos los acontecimientos.
                                      
Ciertamente, hemos sido rescatados al precio de la sangre, la vergüenza, las humillaciones, las burlas y los insoportables dolores de Cristo coronado de espinas. No tuvo necesidad de hacerse hombre Aquél por medio del cual fue hecho, pero nosotros, teníamos la necesidad de que Dios se hiciera carne y habitara en nosotros, es decir, que por la asunción de un único cuerpo estuviese presente en toda carne.
  
ECCE HOMO
Pilato salió fuera del Pretorio y les dijo a los acusadores: “Aquí os lo traigo para que veáis que no hallo en Él ningún crimen. Salió, pues, Jesús fuera con la corona de espinas y el manto púrpura y Pilato les dijo: Ahí tenéis al hombre”.

 Cuando le  vieron los príncipes de los sacerdotes y sus servidores, gritaron diciendo: “¡Crucifícale, crucifícale!”. Díjoles Pilato: Tomadlo vosotros y crucificadle, pues yo no hallo delito en Él. Respondieron los judíos: “Nosotros tenemos una Ley y según la Ley, debe morir porque se ha hecho Hijo de Dios.
Puede ser que según la Ley romana, no hay motivos para crucificar a Jesús, porque Roma tiene muchos dioses y es lícito que tengan hijos, que se hagan hombres los hijos de los dioses. Pero según la Ley santa, no hay más que un único y verdadero Dios, y por tanto Jesús, merece la muerte por blasfemo, porque dice ser Hijo de Dios. Viendo el sanedrín que las falsas acusaciones  que hicieron al principio ante Pilato no prosperaban, ahora alegan la causa sustancial de la condena:  El  delito de blasfemia, ante cuya acusación poco podía hacer Pilato,  ya  que  tanto  el  delito  de  blasfemia  como la  pena,                                                                                                                                      estaban  contemplados en la Ley judía que el Prefecto debía respetar. En efecto: “Quien blasfemare el nombre de Yahvé, será castigado con la muerte, toda la asamblea le lapidará”.
Si vuestra Ley dice que debe apedrearse al blasfemo, ¿por qué queréis que muera en la cruz?. No cumplís por tanto vuestra propia Ley, pues entregáis al que vosotros llamáis blasfemo a un gentil y le pedís insistentemente que lo crucifique. Si a vosotros no os es lícito dar esa pena de muerte, como decía, ¿cómo es posible que sea lícito pedirla?. Y si el delito del que le acusáis no merece  la muerte más que en vuestra Ley,  ¿cómo pedía otra muerte distinta de la que manda vuestra Ley?. Si no hay Ley romana que condene esa que llamáis blasfemia ¿queréis en cambio que se castigue con la pena de muerte romana?. Los judíos manifestaron una gran verdad afirmando que su Ley era de Dios, y por es razón, también era cierto que Jesús era Hijo de Dios, porque estaba escrito en su Ley, la cual anunciaba que iba a morir.
Pilato era consciente, tras las amenazas del Sanedrín, de la gran capacidad de este Tribunal para influir contra él en el ánimo del Emperador, pues éste podría haberle reprochado haber infringido los acuerdos pactados con Israel. Sabe también Pilato, que ha obrado ilegítimamente cuando valoró la sentencia del Sanedrín. Esta verificación le obligó, aún en contra de  su voluntad, a prestar la “delibatio”, esto es, autorizar la ejecución de la sentencia judía.

(continuará)
Copyright. Todos los derechos reservados. Orden del Temple