Jesús no ha hecho nada digno de muerte
El Procurador convocó a los príncipes de los sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, manifestándoles: “Me habéis traído este hombre como alborotador del pueblo y habiéndole interrogado yo ante vosotros, no hallé delito alguno de los que alegáis contra Él. Y ni aún Herodes, pues nos lo ha vuelto a enviar. Nada pues, ha hecho digno de muerte. Lo corregiré y le soltaré.
A juicio del Procurador y conforme a la “Lex Iulia” promulgada por Julio César, Jesús no había atentado contra la majestad del Emperador, ya que la definición de “crimen maiestatis” que daba la citada Ley romana era tan amplia, que incluía todo aquello que el Emperador o su representante estimase nocivo para la autoridad de Roma, Por tanto, Pilato declara por segunda vez la inocencia de Jesús ya que no se había demostrado el delito de alta traición ni había fundamento ni condiciones necesarias para legitimar una pena contra su Divina persona.
Por consiguiente, Pilato estimó que Jesús era inocente de delito de sedición, levantarse contra el Censar por querer ser rey, y por eso, en tres ocasiones trató de salvarlo: Cuando lo envió a Herodes, cuando propuso indultarlo en lugar de Barrabás y cuando ordenó que sólo fuese flagelado. Sorprendido Pilato del silencio de Jesús, le preguntó: “¿Pero no oyes todas las acusaciones que hacen contra ti?. ¿Es que no oyes?. ¿ No respondes siquiera una palabra?. Pilato no comprendía ese desacostumbrado silencio, y así, se cumplió la profecía:
“Maltratado, más Él se sometió,
no abrió la boca,
como cordero llevado al matadero,
como oveja muda ante los trasquiladores”.
Le corregiré y le soltaré
Como según Pilato Jesús no había hecho nada digno de muerte, dijo después: “Le corregiré y le soltaré”. Porque primero habla el legista que tiene sentimiento de “Ius” (Derecho) y a continuación aparece el político. Piensa, después de someterle a un castigo, le dejaré libre. ¿Cómo legitimar el castigo prometido, que no sería una pena leve, sino la terrible flagelatio romana?. Corregir, según la Ley romana, significaba azotar y este castigo ignominioso, formaba parte de una sentencia romana de muerte, pues no había precedentes de que se soltase a un preso después de la flagelación.
San Lucas, no nos da indicio alguno de por qué el magistrado romano considera adecuado flagelar a Jesús, y él opina que Pilato, testigo de la inocencia del Señor, ofrece azotarlo para aplacar la sed de sangre de sus acusadores y después liberarle. En cambio San Juan, Pilato ordena concretamente azotarle antes de que se haya llegado a ningún veredicto, y según el Derecho Penal Romano, la flagelación formaba parte integrante de la pena de crucifixión, de tal modo que ésta precedía “de lege” a la crucifixión, y solía aplicarse tan brutalmente que causaba heridas mortales, y la crucifixión se limitaba a prolongar la agonía del condenado.
¿Queréis que suelte al rey de los judíos?
Era costumbre del Procurador, con ocasión de la fiesta, diese a la muchedumbre la libertad de un preso, el que pidieran. Había entonces uno famoso, llamado Barrabás, y estando reunidos dijo Pilato: “ A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, el llamado Mesías?”. Pues sabía que por envidia se lo habían entregado. Pero los príncipes de los sacerdotes y los ancianos, persuadieron a la muchedumbre a que pidieran a Barrabás e hicieran perecer a Jesús.
Barrabás, era un bandido, un insurgente, un combatiente de la libertad. En consecuencia, Jerusalén prefirió a Barrabás antes que a Jesús, es decir, eligió un rebelde armado antes que a un Salvador sin armas. No se sabe como Pilato, obligado a respetar el Derecho Romano, llegó a este acuerdo tácito con los súbditos judíos, a los que despreciaba profundamente.
Para la muchedumbre, Barrabás, aunque asesino, era un patriota, un mártir, un perseguido por los extranjeros. Y Jesús, en cambio, no había matado a nadie, pero quería, para ellos, hacer algo más pernicioso a saber: Sustituir la Ley de Moisés y arruinar el Templo. Barrabás era una especie de héroe nacional y Jesús era un enemigo de la nación. Sentían tanto odio contra Jesús, que ni siquiera le llamaban por su nombre, sino que decían “ése”. ¡No a ése, sino a Barrabás!. Quizás fuera una de las ofensas que más dolío a Jesús en Su Pasión, porque un alma generosa no teme tanto los golpes como el desprecio, y ¿qué fue sino desprecio e ingratitud lo que le hicieron al preferir al asesino y ladrón frente a Él?.
Mientras Pilato estaba sentado en el tribunal, su mujer le envió un mensajero a decirle: “No te metas con ese Justo, pues he padecido hoy mucho en sueños a causa de Él”. Pilato hizo caso omiso de su mujer, Claudia Prócula, cuyo sueño era un signo que vaticinaba la inocencia de Jesús y debía impedir su condena a muerte. Sin embargo, el procurador, en lugar este augurio, realizó un ardid procesal invirtiendo la posición de las partes y así autoproclamarse inocente de la sangre de Jesús. Según la tradición, Claudia Prócula, se había hecho “prosélito de la puerta”, es decir, se había convertido al judaísmo, aunque conservaba las costumbres romanas. Después de la muerte de Cristo, se hizo cristiana y la Iglesia ortodoxa griega la incluyó entre sus santos.
Claudia Prócula, fue la primera defensora de Cristo en Su Pasión. Conocía Su doctrina y estimaba a Jesús, al que definió con el calificativo que para un judío resumía todas las virtudes: Justo. El aviso de su mujer, impresionó a Pilato, quien, aunque escéptico en teorías filosóficas y disquisiciones acerca de la Verdad y el error, era muy accesible a aquellos arcanos signos a los que tanto crédito daban los romanos de su época.
(CONTINUARÁ)
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