La mortaja de Jesús
Según la costumbre judía, era obligatorio lavar un cuerpo antes de sepultarlo, pero el de Jesús no lo fue, como resulta de las manchas que se aprecian en la Síndone, hecho que concuerda con la “Halachah” (norma que rige esta materia), según la cual ningún judío o judía puede experimentar la purificación ritual antes del entierro si ha sido víctima de una muerte violenta; si derramó su sangre en vida y cuando continuaba fluyendo a la hora de la muerte; si fue ejecutado con la pena capital por un delito religioso; si fue expulsado de la comunidad judía y si fue asesinado por persona no judía. Por ello, el cadáver de Jesús no fue lavado.
En Palestina, en tiempos de Jesucristo, los cadáveres eran enterrados al poco tiempo de morir y el funeral se celebraba antes de las ocho horas. Se lavaba el cadáver con un compuesto de mirra y aloe y se vestía con sus ropas más lujosas. Seguidamente, se amortajaba el cadáver con varias telas, una para la cara, ls manos y pies vendados y otra sábana de mayor tamaño para cubrir todo el cuerpo. En Jerusalén, los pobres eran sepultados en fosas comunes, mientras que los ricos tenían lujosas tumbas excavadas en la roca. Generalmente, estas tumbas tenían una habitación central y varios nichos alrededor para albergar los cadáveres. La entrada de la tumba, quedaba sellada por medio de una gran piedra rodante (en hebreo “golel”), que impedía la profanación del espacio funerario.
El cadáver de Jesús quedó sobre el suelo con los brazos extendidos y rígidos. Lo limpiaron cuidadosamente quitándole los coágulos de sangre, más el polvo acumulado durante la Vía Dolorosa hasta el Calvario, unido a la sangre y el sudor, lo hacían irreconocible. Finalmente, lograron que los brazos de Jesús rígidos, fuesen cruzados y puestos sobre el pubis. Nicodemo volvió cargado con bolsas de mirra, resina y áloe seco, que era lo que se utilizaba normalmente en los enterramientos. La pegajosa mirra fue extendida sobre la piel de Jesús, cubriendo Sus heridas con una gruesa capa de color verde claro. Después se roció Su cuerpo con el oloroso polvo de áloe. Por último, los hombres envolvieron el cuerpo en la mortaja, empezando por los pies y ciñendo con fuerza las bandas. Cuando lo hubieron cubierto hasta los hombros, se detuvieron para que los presentes pudieran mirar por última vez el rostro de Jesús.
(continuará)
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