LAS SIETE PALABRAS
Primera Palabra: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen.
Jesús se refiere a los que le están crucificando, dirigiendo esta oración al Padre. Jesús no hable de sí mismo, es decir, “Yo os perdono”. No piensa en la ofensa que se está haciendo al crucificado. Olvidado de sí mismo, piensa en el dolor del Padre.
Pues bien, Jesús pide al Padre que les perdone y diciendo la palabra “perdona”, Jesús expresa dos conceptos: El primero, es que hay una culpa, para perdonar. Por  tanto deja ver la ofensa sufrida por el Padre a causa de los romanos, sin embargo, el mismo tiempo intercede que la culpa le sea perdonada a sus verdugos, expresando frente a ellos un amor espiritual. Si la frase terminara aquí, el amor de Jesús habría estado condicionado, pero Jesús no aprueba este tipo de amor, porque sólo el hombre responsable puede ser un hombre libre.
Por eso continúa: “porque no saben lo que hacen”. Hay aquí ya un juicio moral por parte de Jesús, porque durante la Pasión, Jesús había valorado la forma en que los romanos vivían la situación y había comprendido que no entendían la importancia de lo que estaba sucediendo, ya que Pilato lo había expresado con claridad: “Yo no soy hebreo”, con lo que admitía su incompetencia para tomar una decisión. Jesús por tanto, sabe que los romanos no están preparados para comprender todas las complejidades y valores que hay en juego con los fariseos que le han entregado en sus manos. Por ese motivo, Jesús pide al Padre que les perdone porque los romanos no perciben su ofensa a Dios.
                                        
Jesús ora por todos aquellos que lo habían maltratado, quería verter sobre ellos Su infinita piedad, Su caridad y Su perdón, recordándoles Su Palabra  manifestada en el monte Hattin: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian”. Jesucristo no destaca ni exalta la ofensa, al contrario, la disminuye, la borra. Perdona así porque ama.
Padre, perdónales”. Jesús apela al corazón de Dios, al mismo insondable en Su paternidad, a Su amor gratuito y absoluto. Esta oración revela a la vez, el amor por todos nosotros los hombres y el amor al Padre. También Jesús nos excusó: “No saben lo que hacen”. Interpretamos la excusa como justificación, como ausencia de  culpa. Con esto realmente, Cristo crucificado pone en práctica Su magisterio. En el alma pura y cristalina de Jesús, todos tenemos cabida, a todos nos alcanza Su perdón, puesto que “Dios ha mandado a Su Hijo al mundo no a que lo juzgue, sino para que lo salve”.
Las palabras de Cristo son genuinamente heroicas ante la infamia de sus verdugos. El Señor reza por todos aquellos que le han injuriado, escarnecido y torturado injustamente, porque tiene más compasión por la pérdida de sus almas que el dolor de sus propias injurias. El Salvador no espera que se cierren las llagas, ni que el tiempo cure las injurias, sino en medio de las heridas de Su cuerpo, saca palabras de Su corazón hacia todos ellos.
Perdónales, Padre. Su culpa es grande  ciertamente, pero lo hacen por ignorancia, engañados. No son conscientes de la gravedad de lo que hacen. Sus jefes se han vuelto ciegos ante la Luz y tampoco han querido conocer la Verdad, manipulando al pueblo en contra mía. Padre, ¡que no sabe que Yo Soy tu Hijo!. Te suplico que ponderes que muero voluntariamente por ellos. Que mis verdugos no mueran por haberme matado a Mi.
Su Palabra cae de la boca ensangrentada desde la altura de la Cruz, envolviéndolos a todos por igual en la cascada de Su perdón. Cristo crucificado, eres Redentor que ama, la Verdad infinita y desconcertante de tu maravilloso perdón. Y del amor al perdón, ya no hay sino dejar hablar al corazón. El Amor como punto de partida, de camino y de llegada, es que Tú, Divina Majestad, promulgaste en la Cruz un Viernes Santo: El Cristianismo.
                                        
Fue dicho: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tus enemigos,  pero Jesús dice: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los Cielos, que hace salir el Sol sobre malos y buenos y lleva sobre justos e injustos. Pues si amáis a los que os aman  ¿qué recompensa tendréis?. ¿No hacen esto también los publicanos?. Y si saludáis solamente a vuestros hermanos ¿qué hacéis de más?, ¿no hacen esto también los gentiles?. Sed pues perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial”.
El objetivo de Jesús, es acabar con la enemistad entre Dios y los hombres a causa del pecado, llevar a la paz y la amistad con Dios. Por tanto, la reconciliación consiste en unir lo que estaba separado, llevar la paz donde hay odio y guerra. El poder gratuito de Dios exige no poner condiciones a los que nos ofenden, ni aunque sean enemigos. En suma, reconciliación y perdón son dos aspectos diferentes e inseparables de una misma realidad. El perdón no exige recompensa, acepta en la debilidad y la esperanza, y se da gratuitamente, y es lo único capaz de romper la violencia. El perdón, exige la reconciliación. Ambos, perdón y reconciliación, no son sólo un don, sino una tarea Divina, tal y como se desprende de la oración que el mismo Cristo  nos enseñó: El Padre Nuestro.
El Amor, como el cuerpo de Cristo, es indivisible. No podemos amar a Dios, a quien no vemos, si no amamos al hermano y la hermana a quienes vemos. Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza se hace impermeable al amor misericordioso del Padre y en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a Su Gracia. Sólo el Espíritu que es nuestra vida, puede hacer nuestros lo mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús. Así, la unidad del perdón se hace posible, perdonándonos mutuamente, como nos perdonó Dios en Cristo. El perdón a los enemigos, da testimonio de que en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. En suma, el perdón Divino, carece de tiempo, límite y medida.
(continuación)
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