La paciencia es una virtud que inclina a so-portar, es decir, ponerse debajo de la carga y sobre-llevarla, una especie de cruz. Pero es una cruz que se lleva esperando tiempos mejores, sin tristeza ni abatimiento de corazón y que ayuda a resistir padecimientos físicos y morales. En ella hay resignación, conformidad, aguante, calma, mansedumbre y entereza.
La paciencia parece algo que está parado, pero no es así, se mueve, y soporta lo que no se puede corregir o evitar. Parece sobrecargada, pero ligero es el peso que sabe llevar, y logra poco a poco, lo que de una vez no hubiera sido posible.
Todas las virtudes tienen relación entre si, pero la paciencia está más orientada a servir a las demás virtudes. No tiene un fin en sí, sino que es un medio para llevarnos a lugares más altos y mejores, y como dice San Agustín, que por la paciencia humana toleramos los males con ánimo tranquilo, sin la perturbación de la tristeza, para que no abandonemos por nuestro ánimo impaciente los bienes que nos llevan a otros mayores.
La paciencia es una virtud modesta, virtud de pobres y por eso quizás doblemente virtuosa; conoce las debilidades humanas y su intemperancia, e intenta hacer de tripas corazón, aguantando las propias crisis y las ajenas cuando nos echamos a caminar día a día. Paciencia, es una torre alta y tiene cimientos profundos, y si vas en la dirección correcta, cada paso, por pequeño que sea, te acercará al objetivo.
La paciencia que no vale para todas las horas, poco vale para alguna de ellas; camina pues en la vida, sin prisa pero sin pausa, pero con constancia y paciencia, y mucho tardará quien demasiado se apresure. Ella está en el segundero del reloj, y éste es el que abre la puerta a los siglos. Un anillo se desgasta con el uso; una gota horada la piedra y a una pequeña chispa sigue una gran llama. Las cosas pequeñas, si se ponen juntas, son más grandes que las grandes, por eso quien no es capaz de valorar lo pequeño, jamás podrá comprender lo grande.
Encontramos la fortaleza de la paciencia en la constante afirmación de sus pequeñeces, y se hace perceptible de que lo pequeño es hermoso si se orienta hacia el bien. El hombre, no llega a sí mismo, si no es con esfuerzo y espera, del aprendizaje y las muchísimas etapas que debe superar una a una y a fuerza de repeticiones, volver a empezar tras el fracaso y la alegría de ver que hoy hemos llegado más lejos que ayer.
Este largo camino de días y noches es la paciencia y conoce el instante, que es vivido por sí mismo y no por lo que prepara; así nos hacemos capaces de recibir el presente. La atracción del aquí y ahora, la idolatría del momento inmediato, esa calle sin salida de la infidelidad, es la antítesis de la paciencia.
(continuará)
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