Autor: Hno.A.L.+

         La crucifixión era un castigo terrorífico. Los
         reos iban desnudos, y como la salida de san-
         gre  debido a los clavos, era pequeña, la tortura
         se podía
prolongar mucho tiempo, sobre todo
         si le
colocaran un pequeño apoyo en los pies
         para que
pudiera respirar. Eso hacía que la
         agonía se
prolongara, hasta que, pasado un
         tiempo, las
escasas fuerzas producidas por
         la necesidad
imperiosa de respirar se acabaran,
         y el reo
muriera por asfixia.
         Ahora bien,
como debido a la Ley
judía en la que
         se decía que
en todo tenía que terminarse antes del
         sábado, los
soldados romanos vieron que los dos
         ladrones
estaban vivos, les rompieron las piernas
         y al no poder
respirar, murieron de asfixia.
                  
         En cuanto a
Jesús, Éste murió antes de que le rom-
         pieran las
piernas, pues según Las Escrituras, no le
         rompería
ningún hueso. Es decir, Jesús no murió por
         asfixia, sino
cuando consideró El Padre Celestial que
         la misión del
Jesús-Hombre había llegado a su fin.
De todo lo dicho anteriormente, saco la siguiente
conclusión:
         Muchas veces
le pedimos al Cristo, al Padre
Celestial o a la Virgen
Madre Universal y Jefa de nuestra
Orden, algún favor y no nos lo concede, bien porque
no ha llegado nuestra hora o bien va en contra
del Camino fijado por El Padre Celestial. En cuanto
a los favores que le pedimos, tengo la impresión
que los que más se producen, no son los que pedimos
para nosotros, sino que lo hacemos para nuestro
prójimo.
Así que cuando le pedimos al Padre Celestial algún beneficio
honesto para nosotros, digamos al final de nuestra
petición, lo que dijo Jesús en Getsemaní:
Que mi petición no se cumpla como yo la he
pedido, sino que sea como Tu la tengas prevista.

 N.N.D.

Copyright. Orden del Temple, 2.013