Astrológicamente, esta imagen es encarnada por Escorpio, octavo signo zodiacal, que corresponde al periodo otoñal, cuando la naturaleza parece morir: Los árboles pierden sus hojas, la luz disminuye y el frío bloquea los signos vitales. Pero todo volverá a la vida, renaciendo en el ciclo  infinito de las estaciones. En el marco del número ocho, se celebraban los ceremoniales dentro de esta iglesia, cuyo nombre del Santo Sepulcro, trae a la mente la muerte y resurrección de nuestro Señor. Muerte en la vida terrena para iniciar, después la resurrección, el camino en la Luz Eterna. Estas premisas, afianzan las hipótesis, de que los pocos elegidos que oficiaban los rituales en la pequeña capilla, eran iniciadores e Iniciados, maestros y discípulos, y que allí tenían lugar los ritos de acogida de nuevos miembros en el seno de la Orden. Estos miembros, “morían” simbólicamente en la que representaba su vida como laicos y “renacían” en el hábito religioso, monjes-soldados, defensores del Santo Sepulcro o de la sagrada ruta jacobea, adquiriendo supuestamente un nuevo nombre; ritual Iniciático con el cuál, el pecador, descendiente de Adán, se purifica y empieza una nueva vida como cristiano.


No es un caso raro, que numerosos bautisterios o pilas bautismales tenga planta octogonal. La Linterna de los Muertos, justo encima de la cúpula de la iglesia, se eleva la denominada Linterna, que culmina el edificio y repite a escalas más reducidas las mismas formas y proporciones que la iglesia.

Entre las varias insensateces que se han divulgado sobre la función de esta construcción, la más absurda es la calificada como “faro” para alumbrar el camino a los peregrinos o también de capilla funeraria (el pasaje Linterna de los Muertos-Capilla funeraria, es hasta demasiado fácil). También se habla sobre la función de la Linterna, diciendo afirmaciones tan firmes como: “Su uso como faro, donde ardía toda la noche el fuego para orientar a los viajeros, parece incuestionable”. No cabe duda, de que la imagen del peregrino perdido en la tormenta y envuelto en las nieblas peligrosas auxiliado por la luz del potente faro que lo conduce al camino correcto, tiene un matiz romántico, pero si nos dejamos guiar por el faro de la lógica, comprenderemos enseguida lo absurdo de esta atribución. El viajero que llega a Torres del Río, desde cualquier vía y especialmente por el Camino de Santiago, consigue avistar la iglesia sólo cuando está a pocos centenares metros de ella, porque el edificio se ubica en el fondo de una amplia hondonada, corazón del regazo que acoge  al poblado entero. No tendría sentido alguno, y menos en el siglo XII, levantar un faro donde nadie podía verlo y además, teniendo la elevada colina de Sansol al lado.

Es más, alimentar el fuego de la Linterna, hubiera sido empresa onerosa y sumamente ardua, especialmente en los días de viento y lluvia, que hubieran apagado enseguida el alumbre, y tampoco subir continuamente leña pasando por la angosta escalera de caracol y por el peligroso techa, era una tarea que no tenía sentido. Tampoco hay otros ejemplos de faros o estructuras semejantes a lo largo del Camino de Compostela, y la orientación de los peregrinos, solía realizarse con medios sonoros como campanas  y así hay en el valle de Roncesvalles. Respecto a su destino como capilla funeraria, es cierto que en los Anales de Navarra, se hace mención de un Abad de Irache en un monasterio en Torres, en cuyo cementerio se encontraron durante excavaciones “cuerpos vestidos con telas de seda y cintos con los hierros dorados”. 





(continuará)


Orden del Temple+++