I. 2. Silencio
Es mucho más fácil que diez sabios oculten su doctrina que un ignorante su ignorancia, así que más que avergonzarte de confesar tu ignorancia, avergüénzate de insistir en una necia discusión que la ponga de manifiesto. Quien voluntariamente persiste en la ignorancia es reo de todos los delitos producidos por ella.
El grande demuestra su grandeza por la forma de tratar al pequeño: Sabe ser grande en lo pequeño y pequeño en lo grande. La grandeza, lejos de precisar humillación ajena, consiste en saber reconocer la propia pequeñez y si alguno se considera grande porque no se baja del pedestal, no lo es. La gente modesta, hace lo ordinario, la tarea pequeña, como si fuera extraordinario. Lo pequeño es hermoso y quien es capaz de verlo es porque tiene la mirada limpia.
I 3. Mansedumbre
La mansedumbre es una virtud, que tiene por objeto moderar la ira y a su vez, es una forma de clemencia porque ayuda a mitigar el castigo según el recto orden de la razón. A ella se oponen la crueldad, dureza de corazón en la imposición de penas, que llega incluso a complacerse con la tortura de las personas.
En el justo, se unen fortaleza y mansedumbres manso quien muestra con suavidad su fortaleza interior sin necesidad de violencia. El manso, no es un “mansurrón” sin casta, un blando. Antes al contrario, sabe que es preciso estar recto, no que te pongan recto, y por eso puede reaccionar con santa indignación controlada, orientada a corregir y no a herir, no debiendo producir en el amonestado resentimiento sino arrepentimiento.
I. 4. Abnegación
La mansedumbre que se manifiesta en la abnegación, no es autodegradación, sino negación de uno mismo (ab-negatio), para abrirse en lo que hay en uno más grande que uno mismo: Buscarse a sí en Dios, es buscar regalos y recreaciones, buscar a Dios en sí, es inclinarse a carecer de eso y escoger por Cristo todo lo más desabrido. Ella se manifiesta en:
– Saber arrodillarse. La persona crece cuando sabe arrodillarse ante lo Absoluto.
– Saber retirarse. Cualquier persona que haga una contribución significativa en cualquier campo y permanezca en él el tiempo suficiente, se convertirá en un obstáculo para su progreso y eso es directamente proporcional a la importancia de su contribución original.
-Saber callar. Porque verdaderamente es de gran humildad verse condenar sin culpa y callar.
– Saber reconocer las propias insuficiencias, así como las cualidades y capacidades, aprovechándolas para hacer el bien sin llamar la atención y requerir el aplauso ajeno.
– Saber acompañar. Quisiera yo que me consolase el pobre en mi pobreza, el triste en mi tristeza, el desterrado en mi destierro y el que tiene su vida tan en peligro como yo la tengo ahora, porque no hay ningún consejo tan acertado, cuando lo hace un hombre tan lastimado como yo.
– Saber quedarse el último. Pues quien se ensalza será humillado. Hay que saber crecer hacia abajo. Las plantas acuáticas que suben a la superficie son agitadas sin cesar por la corriente, pero sin embargo, sus hojas se reúnen debajo del agua y de ahí su estabilidad en lo alto. Y aún más estables son las raíces, sólidamente aferradas a la tierra y que lo sostienen desde lo más bajo, pues lo que el árbol tiene de florido, vive de lo que tiene sepultado.
– Saber evitar la micropsiijía, que es tenerse en nada, deprimirse. Masoquismo en una palabra. Quien se transforma en gusano, será pisado. Quien se transforma en estatua, será bajado algún día de su pedestal.
“A mi a humilde no me gana nadie”, contradicción. “Me falta humildad”, contradicción. Si la elocuencia es el arte de abultar las cosas pequeñas y disminuir las grandes, ni Sócrates tuvo la afectación de fingir falta de afectación.
Los dignos no son ostentosos, más bien los ostentosos no son dignos. Quien pretende pasar por sabio entre necios, pasa por necio entre los sabios. Dentro de los mares, todos los hombres son hermanos.
(continuará)
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