Antes de centrarnos en las últimas palabras de Nuestro Señor, podemos dedicarle unas líneas a la Cruz, que fue el Púlpito del Predicador, altar del Sacerdote Víctima, campo del Combatiente, el taller del que obra maravillas. Los antiguos estaban de acuerdo al decir que la Cruz estaba hecha de tres trozos de madera: Uno vertical, a lo largo del cual era puesto el cuerpo del crucificado; uno horizontal, al que estaban sujetas las manos; y el tercero estaba unido a la parte baja de la cruz, sobre el cual descansaban los pies del acusado, pero sujetos por medio de clavos para impedir su movimiento.
Los antiguos Padres de la Iglesia concuerdan con esta opinión, como San Justino y San Ireneo. Estos autores, más aún, indican claramente que cada pie descansaba en la tabla, y no que un pie estaba puesto encima del otro. Por tanto, se sigue que Cristo fue clavado a la Cruz con cuatro clavos, y no tres, como muchos imaginan, quienes en las pinturas representan a Cristo, Nuestro Señor, clavado a la Cruz con un pie sobre el otro. En la Librería Real en París algunos manuscritos muy antiguos de los Evangelios, contienen muchos grabados de Cristo Crucificado y todos lo representaban con cuatro clavos.

San Pablo en su Carta a los Efesios, escribe: “Que podáis comprender con todos los Santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad. Eso es claramente una descripción de la figura de la Cruz, que tenía cuatro extremos: Anchura en la parte horizontal, longitud en la parte vertical, altura en aquella parte de la Cruz que sobresalía y se proyectaba de la parte horizontal, y profundidad en la parte que estaba enterrada en la tierra.
Nuestro Señor no soportó los tormentos de la Cruz por casualidad, o contra su voluntad, pues Él había escogido este tipo de muerte desde toda la eternidad, como enseña San Agustín por el testimonio del Apóstol: “Jesús de Nazaret, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por manos de los impíos”. Y así Cristo, desde el principio de Su prédica, dijo a Nicodemo: “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga por Él vida eterna”. Muchas veces habló a sus Apóstoles sobre su Cruz, alentándolos a imitarlo a Él: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.

Sólo Nuestro Señor sabe la razón que lo indujo a escoger este tipo de muerte. Los Santos Padres, han pensado en algunas razones místicas reflejadas en sus escritos. San Ireneo dice: “Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos” fueron escritas sobre aquella parte de la Cruz donde ambos brazos se encuentran, para darnos a entender que las dos naciones, Judíos y Gentiles, que hasta aquel tiempo se habían rechazado una a la otra, fueron luego unidas en un solo cuerpo bajo una sola cabeza: Cristo. San Gregorio de Niza, en un sermón sobre la Resurrección, dice que la parte de la Cruz que miraba hacia el cielo manifiesta que el cielo ha de ser abierto por la Cruz como por una llave; que la parte que estaba enterrada en la tierra manifiesta que el infierno fue despojado por Cristo cuando Él descendió ahí; y que los dos brazos de la Cruz que se estiraban hacia el Este y el Oeste manifiestan la regeneración del mundo entero por la Sangre de Cristo.
San Jerónimo, en la Epístola a los Efesios, San Agustín, en su Epístola a Honorato, San Bernardo, en el quinto libro de su obra “Sobre la Consideración”, enseñan que el misterio principal de la Cruz fue levemente tocado por el Apóstol en las palabras: “Cúal es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad”. El significado primario de estas palabras apunta a los atributos de Dios, la altura significa Su poder, la profundidad Su sabiduría, la anchura Su bondad, la longitud Su eternidad.
Hacen referencia también a las virtudes de Cristo en su Pasión: La anchura, Su caridad; la longitud, Su paciencia; la altura Su obediencia; la profundidad, Su humildad. Significan, más aún, las virtudes que son necesarias para aquellos que son salvados a través de Cristo. La profundidad de la Cruz significa la fe; la altura, la esperanza; la anchura, la caridad; la longitud, la perseverancia. De esto sacamos que sólo la caridad, la reina de las virtudes, encuentra un sitio en cualquier lugar, en Dios, en Cristo, y en nosotros. De las otras virtudes, algunas son propias a Dios, otras a Cristo y otras a nosotros. En consecuencia, es maravilloso que en sus últimas palabras desde la Cruz, Cristo diese el primer lugar a las palabras de caridad.
(continuará)

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