Al salir Jesús de la singoga, entró en casa de Simón. La suegra de éste estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por ella. Él, de pie a su lado, increpó a la fiebre y se le pasó, levantándose ella enseguida y se puso a servirles. Al ponerse el Sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera se los llevaban, y Él, poniéndo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos, salían también demonios, que gritaban: “Tú eres el Hijo de Dios”. Los increpaba y no los dejaba hablar, porque sabían que Él era el Mesías. Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. LA gente lo andaba buscando, dieron con Él e intentaban retenerlo para que no se les fuese, pero Él les dijo: “También a los otros pueblos tengo que anunciarles el Reino de Dios, para eso me han enviado”. Y predicaba en las Sinagogas de Judea.
(Lucas 4, 38-44)
MEDITACIÓN
Señor, es admirable la actitud de la suegra de Pedro, ya que al devolverle la salud no se queda pasiva sino que se pone de inmediato a tu servicio. Eso es lo que Tú quieres que yo haga cuando a diario recibo tantas cosas buenas que me llegan del Amor del Padre y de Tí. Pon tus manos sobre mi, líbrame del egoísmo y que sea testigo valiente ante el mundo de Ti.
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