Se acercó un jefe de la sinagoga que se llamaba Jairo y al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: “Mi niña está en las últimas, ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva”. Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que le apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Oyó hablar de Jesús y acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con solo tocarle el vestido curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de Él, se volvió enseguida, en medio de la gente, preguntando: “¿Quién me ha tocado el manto?”. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. Él le dijo: “Hija, tu fe te ha curado, vete en paz y con salud”. Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: “Tu hija ha muerto, ¿para qué molestar más al Maestro?”. Jesús alcanzó a oír a los que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: “No temas, basta que tengas fe”. No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, hermano de Santiago. Llegaron a la casa del jefe de la sinagoga y entró donde estaba la niña, la tomó de la mano y le dijo: “Talitha qumi”, que significa: Contigo hablo, niña, levántate. La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar. Tenía doce años. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase y le dieran de comer a la niña.
(Marcos 5, 23-25; 27-30: 33-38; 40-43)
MEDITACIÓN
Señor, yo me declaro discípulo tuyo y te pido que me admitas en tu compañía. ¿Dónde podría estar mejor?. Solo estando contigo me siento seguro y sanado, con la seguridad y la sanidad de la fe.
Orden del Temple, 2.013