Por aquel tiempo, se presentó Juan el Bautista en el desierto de Judea. En su proclamación decía: “¡Convertíos a Dios, porque el Reino de los Cielos está cerca!”. Juan era aquel de quien el Profeta Isaías había dicho: “Una voz grita en el desierto. ¿preparad los caminos del Señor, abridle un camino recto!”. Juan iba vestido de ropa hecha de pelo de camello que se sujetaba al cuerpo con un cinturón de cuero; su comida eran langostas y miel del monte. Gentes de Jerusalén, de toda la región de Judea y e toda la región cercana al Jordán, salían a escucharle. Confesaban sus pecados y Juan los bautizaba en el río Jordán. Pero viendo Juan que muchos fariseos y caduceos acudían a que los bautizara, les dijo: “¡Raza de víboras!, ¿quién os ha dicho que vais a libraros del terrible castigo que se acerca?. Demostrad con vuestros actos que os habéis vuelto a Dios. Yo ciertamente, os bautizo con agua para invitaros a que os convirtáis a Dios; pero el que viene después de mi, os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Él es más poderoso que yo, que ni siquiera merezco llevarle las sandalias. Trae la pala en la mano y limpiará el trigo y separará la paja. Guardará su trigo en el ranero, pero quemará la paja en un fuego que nuca se apagará”.
(Mateo 3, 1-12)
MEDITACIÓN
La misericordia de Dios, depende más de nuestra conversión de corazón que de cualquier práctica piadosa. Debemos ser buenos de puertas adentro y no sólo piadosos de puertas afuera.
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