Cuando Jesús llegó a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a los discípulos: “¿Quién dice la gene que es el Hijo del Hombre?”. Ellos contestaron: “Unos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías y otros que Jeremías o algún profeta”. “Y vosotros, quién decía que soy?, les preguntó”. Simón Pedro le respondió: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios viviente”. Entonces Jesús le dijo: “Dichoso tú, hijo de Jonás, porque ningún hombre te ha revelado eso, sino Mi Padre que está en el Cielo. Y Yo te digo, que tú eres Pedro y sobre esta piedra, voy a edificar Mi Iglesia y el poder de la muerte no la vencerá. Te daré las llaves del Reino de los Cielos. Lo que ates en este mundo, también quedará atado en el Cielo y lo que desates en este mundo, también quedará desatado en el Cielo”. Luego Jesús, ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que Él era el Mesías. A partir de entonces, Jesús comenzó a explicar a sus discípulos, que tenía que ir a Jerusalén y que los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley le harían sufrir mucho. Les dijo que lo iban a matar, pero que al tercer día resucitaría. Entonces Pedro le llevó aparte y comenzó a reprenderle diciendo: “Dios no lo quiera, Señor, ¡eso no te puede pasar!”. Pero Jesús se volvió y dijo a pedro: “¡Apártate de Mi, Satanás, pues me pones en peligro de caer!. Tú no ves las cosas cómo las ve Dios, sino cómo la ven los hombres!”.
(Mateo 16, 13-23)
MEDITACIÓN
El amor verdadero y maduro, no implica decir que sí a todo. Jesús se enfrenta a la actitud de Pedro, a quien ama y entregará la responsabilidad de Su Iglesia, porque no está en sintonía con la voluntad de Su Padre, algo para Él irrenunciable. En la amistad, en toda relación, hay que saber decir ¡no! Y a tiempo. Hay que aprender a tener la libertad interior de definirse y distanciarse si es necesario. Pide a Jesús la fuerza de no atarte a nada ni a nadie si ello te aleja de Dios.
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