En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la Sinagoga: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír”. Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: “¿No es éste el hijo de José?”. Y Jesús les dijo: “Sin duda me recitaréis aquel refrán: Médico, cúrate a ti mismo; haz aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún. Y añadió: Os aseguro que ningún Profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo el cielo cerrado tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país, sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del Profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán el sirio”. Al oír esto, todos en la Sinagoga se pusieron furiosos y levantándose lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
(Lucas 4, 21-30)
© Todos los derechos reservados. Orden del Temple, 2.010
(Lucas 4, 21-30)
MEDITACIÓN
Sé Señor, que para los ojos y el sentir de muchos, seguirte es exponerme a que me tomen por loco, y que invocarte puede ser interpretado por otros como delirios de la mente. Pero a pesar de enfrentarme a la opinión de tantos que andan lejos de Ti, no puedo callar ante el mundo la voz de mi corazón que te proclama como el Salvador.
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