La gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando Él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Rema mar adentro y echa las redes para pescar”. Simón contestó: “Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos pescado nada, pero por Tu palabra, echaré las redes”. Y puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro, se arrojó a los pies de Jesús diciendo: “Apártate de mi, Señor, que soy un pecador”. Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían pescado, y lo mismo le pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: “No temas, desde ahora serás pescador de hombres”. Ellos sacaron las barcas a tierra y dejándolo todo, le siguieron.
(Lucas 5, 1-11)
© Todos los derechos reservados. Orden del Temple, 2.009
(Lucas 5, 1-11)
Meditación
Señor, Tú, carpintero, das un consejo para pescar a un hombre de mar. Por mi parte, no puedo hacer más de lo que dijo Pedro: “Por Tu palabra, echaré las redes”. Quien te sigue, es inaccesible al desaliento, porque cuenta siempre con Tu amor y Tu poder. Por Tu amor, quieres lo mejor para mi; por Tu poder, realizas lo que más me conviene. Pero yo te digo al revés que Pedro: No te apartes de mi, Señor, porque sabes que soy un pecador y te necesito.
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