Salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón y entraron allí Él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía allí a menudo con sus discípulos. Judas entonces, tomando una patrulla y unos guardias de los Sumos Sacerdotes y los fariseos, entró allá con antorchas, farolas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que se venía sobre Él, se adelantó y les dijo: “¿A quién buscáis?”. Le contestaron: “A Jesús el Nazareno”. Les dijo Jesús: “Yo Soy”.Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles Yo Soy, retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó otra vez:”¿A quien buscáis?”. Ellos dijeron: “A Jesús el Nazareno”. Jesús contestó: “Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mi, dejad marchar a estos”.  Y así se cumplió lo que había dicho: “No he perdido a ninguno de los que me diste”. Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: “Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?”.
(Juan 18, 1)

MEDITACIÓN

Señor, tu Pasión y muerte son la prueba más palpable del inmenso amor que nos tienes. No quiero acostumbrarme a los relatos evangélicos, sino leerlos y vivirlos con ojos nuevos.

Orden del Temple, 2.013