Cuando se cumplieron los días en que ellos debían purificarse según manda la ley de Moisés, llevaron al Niño a Jerusalén para presentarlo al Señor. En aquel tiempo, vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón. El Espíritu Santo estaba con Él y le había hecho saber que no moriría sin antes ver al Mesías. Guiado por el Espíritu Santo, Simeón fue al templo, y cuando los padres del Niño Jesús entraban para cumplir con lo dispuesto por la Ley, Simeón lo tomó en brazos y alabó a Dios diciendo: “Ahora, Señor, tu promesa está cumplida, ya puedes dejar que tu siervo muera en paz. Porque he visto la salvación que has comenzado a realizar ante los ojos de todas las naciones, la Luz que alumbrará a los paganos y que será la honra de tu pueblo de Israel”. El padre y la madre de Jesús, estaban admirados de lo que Simeón decía acerca del Niño. Simeón les dio su bendición y dijo a María: “Mira, este Niño está destinado a hacer que muchos en Israel caigan y muchos se levanten. Será un signo de contradicción, pero esto va a ser para ti una espada que te atraviese el alma”. Y el Niño crecía y se hacía más fuerte y más sabio, y gozaba del favor de Dios”.
(Lucas 2, 22-40)
MEDITACIÓN
Jesús es llevado hoy al templo, sus padres lo presentan y Dios lo consagra, y esto último se irá desarrollando a lo largo de toda Su existencia hasta la consumación del sacrificio de Su propia vida. También tú, desde tu Bautismo, estás consagrado/a al Señor y frente a ti, como a Jesús, se pondrán al descubierto las intenciones buenas y malas de muchos corazones.
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