Un fariseo invitó a Jesús a comer y Jesús fue a su casa. Estaba a la mesa, cuando una mujer de mala fama llegó con un frasco de alabastro lleno de perfumo. Llorando, se puso junto a los pies de Jesús y comenzó a bañarlos con sus lágrimas. Luego, los secó con sus cabellos, los besó y derramó sobre ellos el perfume. Al ver esto, el fariseo pensó: “Si este hombre fuera verdaderamente un Profeta, se daría cuenta de que clase de mujer es esta pecadora que le está tocando”. Entonces Jesús dijo: “Dos hombres debían dinero a un prestamista. Uno quinientos denarios y otro cincuenta, pero como no le podían pagar, el prestamista perdonó la deuda a los dos. Ahora dime: ¿Cuál de ellos le amará más?”. Simón le contestó: “Me parece que aquel a quien más perdonó”. Jesús le dijo: “Tienes razón”. Y volviéndose a la mujer dijo a Simón: “¿Ves esta mujer?, entré en tu casa y no me diste agua para los pies, en cambio ella, me ha bañado los pies y los ha secado con sus cabellos. No me besaste, pero ella desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Por eso te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho, pero aquel a quien poco se le perdona, poco amor manifiesta…” .
(Lucas 7, 36-8,3)
MEDITACIÓN
Cuando nos negamos a traspasar las barreras sociales y nos relacionamos solamente con los de “nuestra clase”, perdemos la oportunidad de crecer espiritualmente. Aprendemos más de los que son diferentes a nosotros que de nuestros iguales. Por tanto, no hay que tener miedo a acercarse a los que buscan , aunque estén en las antípodas de que tú crees. Oremos hoy por todos los que buscan, aunque de lejos, a Jesús; y analiza el trato que das a las personas que te rodean y repara o corrige toda soberbia que anide en tu corazón.
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