Un hombre llamado Lázaro, había caído enfermo. Jesús, al llegar, se encontró con que ya hacía cuatro días que habían sepultado a Lázaro. Marta dijo a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto, pero aún ahora, yo sé que Dios te dará cuanto le pidas”. Jesús le contestó: “Tu hermano volverá a vivir”. Marta le dijo: “Si, ya sé que volverá a vivir cuando los muertos resuciten el día último”. Jesús le dijo entonces: “Yo Soy la resurrección y la vida, el que cree en Mi, aunque muera vivirá y ninguno que esté vivo en crea en Mi, morirá jamás. ¿Crees esto?”. Ella le dijo: “Si Señor, yo creo que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”. Se sintió profundamente triste y conmovido y les preguntó: “¿Dónde lo habéis sepultado?. Le dijeron: “Señor, ven a ver”. Jesús lloró. Los judíos dijeron entonces: “¡Mirad, cuanto le quería!”. Jesús se acercó al sepulcro, quitaron la piedra y Jesús mirando al cielo dijo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas”. Habiendo hablado así, gritó con voz fuerte: “¡Lázaro, sal de ahí!”. Y el muerto salió. Jesús les dijo: “Desatadlo y dejadle ir”.
(Juan 11, 1-45)
MEDITACIÓN
Lloras por haberme perdido, tal vez recuerdas mi inocencia de niño, mi lejanía en la adolescencia, mi intrepidez en la juventud, mi compromiso de adulto. Tu amor, no me salvó de la enfermedad y el sufrimiento, pero te acercas a mi tumba y no quieres que permanezca en ella, no soportas las vendas que me impiden vivir y tu Palabra llena de poder me ordena salir, y me devuelves la libertad de caminar. ¡Hazme comprender que Tu cruz es inseparable de tu vida y la mía!. ¡Haz me esperar Tu resurrección!. ¡Hazme creer que ninguna piedra es inamovible!.
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